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GEN Z TOPICS

Por qué 'El año del descubrimiento' habla más de 2020 que del '92

  • PLAYZ inaugura Gen Z Topic: Artículos escritos por los jóvenes de nuestra generación
  • Elizabeth Duval analiza por qué la peli española más premiada del 2020, El año de descubrimiento, es también un reflejo de la agonizante situación de la generación Z.
  • "Difícilmente podríamos no reconocernos en el retrato de una juventud cada vez más asediada por la precariedad y presa de enfermedades como la ansiedad o la depresión"

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Fotograma de 'El año del descubrimiento'
Fotograma de 'El año del descubrimiento'

En medio de una pandemia global, una película que retrata a las víctimas de la reconversión industrial española es premiada en el Festival Cinéma du Réel de París, y en el Festival Internacional de Cine Documental de Tesalónica, y en Toulouse, y en Jeonju, se alza con el Gran Premio del Jurado del Festival de Sevilla y, esta misma madrugada, ha recibido el premio a la mejor película en el Festival de Cine de Mar del Plata de Argentina ¿Por qué? En palabras de su director, Luis López Carrasco, "visibiliza algo que había estado oculto y es capaz de encontrar voces disidentes y enérgicas en el presente". Porque, ante todo, El año del descubrimiento es un ejemplo de cómo, para entender lo que nos pasa, tenemos que acudir a (y mezclarnos con) aquello que ya nos ha pasado (y que había, quizá, caído en el olvido): como aquella vez que, en la Región de Murcia, se quemó un parlamento regional.

El Tratado de Maastricht que dio forma a la Unión Europea se firmó a principios de febrero de 1992, en la misma semana en la que la Asamblea Regional de Murcia acabó en llamas después de la concentración convocada por los comités de empresa de Bazán y la Fundición Santa Lucía de Peñarroya, empresas afectadas respectivamente por el anuncio de un cierre (desgranado y detallado en la película) y un expediente de regulación de empleo. Quienes vivieron alguna versión o perspectiva del año 1992 lo recuerdan como el año de Cobi, o de una flecha trucada para encender el pebetero olímpico: las ilusiones noventeras que se van desintegrando aparecen, también, en la novela Simón de Miqui Otero, publicada este mismo año. El año del descubrimiento no es la historia de la gran fiesta de la integración europea: es un relato en primera persona de los damnificados, pertenecientes a barrios periféricos de Cartagena y La Unión, a quienes se les concede algo tan fundamental como la empatía y la escucha que permite la barra de bar. Es el mayor acierto de la película y lo que permite un resultado tan extraordinario: la cámara y la pértiga se sientan a grabar y escuchar, sin prejuicios, lo que pueden decir los sin voz.

"El código postal determina más la salud que la genética"

La primera parte de la película se titula "Aunque no lo recuerde, sí que lo he vivido": y, es verdad, muchos de los entrevistados son demasiado jóvenes como para recordar los sucesos de 1992, pero sí que sufren las consecuencias de la reconversión industrial. De lo que hablan, sobre todo, es de su presente, aunque la película superponga informativos y anuncios del pasado. Gracias a un meritorio esfuerzo de caracterización, vestuario y dirección artística, El año del descubrimiento lo pinta todo con el barniz de los noventa patrios. Por ambivalente que sea la ropa de sus protagonistas (¿era eso la moda en los noventa o lo es ahora?), de lo que habla la película es de un presente de miseria y precariedad. "No es que la historia se repita: es que en buena medida va a peor", me cuenta Carrasco. "En nuestro planteamiento, [la estructura circular de la película] estaba relacionada con cómo el origen socioeconómico es aún más determinante en la actualidad". El código postal determina más la salud que la genética: el ascensor social sigue en buena parte averiado, porque los hijos de los pobres seguirán, en la enorme mayoría de casos, siendo pobres, y los hijos de los ricos difícilmente dejarán de ser ricos.

Existe una reproducción social del sufrimiento, de las enfermedades, de la miseria: y esto nos afecta tanto o más a nosotros que a los sindicalistas de Bazán en el 92

El tratamiento del tiempo difiere entre las diferentes partes de la película, pero se repite una misma noción de simultaneidad y recurrencia, reforzada por el recurso de la pantalla partida. Lo más importante no es el efectismo o la marca personal del autor, claro: estamos ante un retrato sincero en el cual los aspectos formales sirven como apoyo e hilo conductor a los discursos de los auténticos protagonistas, sin jamás aspirar a suplantarlos. Y hay otra cuestión que, para Carrasco, también es recursiva, repitiéndose hoy como entonces: "Cuando estábamos grabando la película Raúl Liarte, el coguionista, me dijo que se había dado cuenta de que buena parte de los participantes del film eran huérfanos (de padre, madre o ambos), también algunos de los más jóvenes, que tienen veintipocos años. Los accidentes laborales, la contaminación, la aparición de la heroína, la adicción al alcohol y al tabaco o los trastornos mentales están decididamente relacionados con condiciones de vida o de trabajo que producen un enfermedad y mortandad". Existe una reproducción social del sufrimiento, de las enfermedades, de la miseria: y esto nos afecta tanto o más a nosotros que a los sindicalistas de Bazán en el 92.

Los protagonistas de El año del descubrimiento, preguntados por sus sueños, no hablan de las visiones que su cerebro proyecta por las noches. Y ese es el recurso narrativo que abre y cierra la película: la pregunta por un sueño que se haya repetido recientemente. El primer impulso es el de hablar de pequeñísimos sueños aspiracionales: llegar a tener vidas mínimamente vivibles, con algo de dignidad; dejar de vivir, ya en la segunda mitad de la vida, en casa de la madre (¿y no resuena esto, en voz de alguien de cincuenta años, con una juventud con cada vez más dificultades para emanciparse?). Sólo después de las aspiraciones llega la descripción de lo onírico: cuando la película abre, el sueño que se narra tiene que ver con la muerte; cuando la película cierra, el sueño que se narra tiene que ver con la impotencia, la debilidad, la incapacidad de hacer nada. Se ha hablado mucho de los millennial o de los Z como una "juventud sin futuro", por la concatenación de crisis que han sufrido (y quedan aún por ver las consecuencias económicas de la Covid-19), por la inestabilidad de sus condiciones de vida, etcétera. Preguntado por cuándo pasaron los sueños a ser imposibles para la clase obrera, Luis López Carrasco dice que, probablemente, "en el momento en que cae el Muro de Berlín".

"El trabajo está secuestrado por las personas que tienen entre cuarenta y sesenta años"

Es la misma respuesta que da, dentro de la película, el sindicalista e historiador José Ibarra, haciendo equilibrios entre su admiración por los sindicalistas históricos y las dificultades a las que se enfrenta el sindicalismo en los tiempos actuales: jóvenes que saltan de un trabajo al otro sin permanencia alguna, sin poder integrarse en dinámicas sindicales u obtener un trabajo decente hasta los cuarenta años. Porque, en sus propias palabras, "el trabajo está secuestrado por las personas que tienen entre cuarenta y sesenta años". Es el trabajo malo, precario o basura, basado con frecuencia en la "economía gig" o la temporalidad, el que quedará para los jóvenes. Lo que dice al hablar sobre los recortes mandados por la Unión Europea es estremecedor: "Todos los que estáis ahora mismo escuchando esto sufristeis ese recorte. Todos vosotros. Todos".

Son tres horas de película, sí: puede parecerle una exageración a quienes toman a los jóvenes por frívolos incapaces de tomarse algo en serio. También puede ser una invitación, con su división por capítulos, a que experimentemos la película como si de una miniserie se tratara. Porque nada funciona así (y El año del descubrimiento funciona maravillosamente) si no interpela a sus espectadores. Difícilmente podríamos no reconocernos en el retrato de una juventud cada vez más asediada por la precariedad y los trabajos de mierda, cada vez más medicada y presa de enfermedades como la ansiedad o la depresión. La desesperación de manifestarse durante 127 días seguidos sin obtener respuesta acabó entonces con un parlamento ardiendo. Y, entonces como hoy, en palabras de Carrasco, "tanto gobiernos autonómicos como municipales fueron en muchísimos casos enormemente chapuceros, ineptos, hipócritas y corruptos". ¿Volverá la generación Z, después de la pandemia, a lanzar cócteles molotov? No lo sabemos, pero a lo mejor sí que podrán reconocerse en quienes llegaron a tal extremo. Luis López Carrasco me dice, hablando sobre la miseria de los padres y la miseria de los hijos, que no tiene del todo claro que la tipología de enfermedades haya cambiado en los últimos cuarenta años. Yo también lo creo, pero para creerlo hay que verlo; y, en ocasiones, para vivirlo, tenemos que recordarlo. El año del descubrimiento es una película sobre aquellos que ya no pudieron más: identifíquese ahí quien quiera, hoy como en el 92.

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ELIZABETH DUVAL (Alcalá de Henares, 2000) estudia Filosofía y Filología francesa en París. Publicará, en marzo de 2021, el ensayo 'Después de lo trans' (La Caja Books, 2021). Ha publicado la novela 'Reina' (Caballo de Troya, 2020) y el poema largo 'Excepción' (Letraversal, 2020). Es colaboradora en el programa Gen Playz