Chanclas en la oficina y bañadores en los restaurantes: el eterno debate sobre cómo vestirse en verano
- El calor extremo se ha convertido en un argumento que desafía cualquier manual de vestimenta
- Las prohibiciones a determinados estilismos "playeros" son globales, desde la Scala de Milán a oficinas en Madrid
El verano se despide, pero deja tras de sí algo más que piel bronceada y terrazas abarrotadas. Un año más, la estación ha vuelto a poner a prueba los códigos de vestimenta: chanclas en la oficina, bikinis en restaurantes, paseos sin camiseta… La frontera entre comodidad y decoro se ha difuminado bajo el sol y las olas de calor. Y aunque septiembre obligue a muchos a guardar el bañador en el cajón, el debate permanece.
En las terrazas, en la radio, en las sobremesas de agosto, las opiniones se reparten como abanicos improvisados. "Cada verano los límites están un poco más p'allá", dice con media sonrisa Ana Gil, 48 años, jefa de recursos humanos de una consultora tecnológica madrileña. "Hace 15 años, en pleno agosto, el único gesto de concesión al calor era quitarse la chaqueta del traje. Hoy me vienen programadores en bermudas, con sandalias y camiseta de tirantes. Y no es que yo me queje… pero hay clientes que sí".
El termómetro que dicta la moda
No es solo una cuestión estética: el calor extremo, cada vez más presente en las ciudades, se ha convertido en un argumento que desafía cualquier manual de vestimenta. Los veranos extremos no solo se traducen en más ventiladores y aires acondicionados, sino en la desaparición progresiva de chaquetas, calcetines y mangas.
"Con 42 grados a la sombra, lo raro sería ver a alguien en traje completo", opina Luis, camarero en un chiringuito de Torremolinos desde hace 20 años. "Aquí la gente entra en bañador, se sienta, pide un arroz… y tan tranquilos. Hace años se les decía algo, ahora, si no van descalzos y goteando, todo bien".
El fenómeno no es local. En julio, la dirección de la mítica Scala de Milán colgó un cartel recordando a los asistentes que no se admitirían chanclas ni camisetas de tirantes, en un intento por frenar la deriva "playera" incluso en el templo de la ópera. "Esto no es la playa, es cultura", explicaba en una nota de prensa su intendente. Un mensaje que muchos consideran extrapolable a oficinas, restaurantes y eventos formales… aunque las barreras se desdibujan más cada año.
Oficinas: el campo de batalla del dress code
La oficina es quizá el espacio donde la tensión entre comodidad y decoro alcanza su máxima expresión. En las empresas con aire acondicionado polar, los trajes siguen siendo la norma. Pero en las que apuestan por el teletrabajo parcial o las start-ups con código de vestimenta "relajado", las sandalias y los pantalones cortos se han colado con naturalidad.
Javier Casal, diseñador gráfico de 31 años, lo resume así: "Si trabajo ocho horas delante de un ordenador, ¿qué más da si llevo camiseta o camisa? Lo importante es lo que aporto, no cómo voy vestido".
En cambio, para Carmen Díaz, directora de un bufete en Valencia, el código no es negociable: "Puedes pasar calor, pero la imagen es parte de nuestro trabajo. Si llegas a una reunión en bermudas, no solo das mala impresión, sino que a veces hasta incomodas al cliente".
El debate se cuela incluso en departamentos insospechados. "¿Por qué los cámaras siempre parece que van de safari?", se preguntaba a menudo una jefa de prensa. Hoy varios compañeros periodistas reconocen que "es cómodo, funcional… y no molesta a nadie. Pero si un presentador viniera igual vestido, nos lloverían las críticas".
Restaurantes y playas: la frontera más difusa
En los chiringuitos, el código de vestimenta ha sido históricamente más flexible. "Aquí lo que no queremos es arena en el suelo y que la gente se siente empapada", dice Isabel Torres, dueña de un restaurante en Jávea.
"Si vienen en bikini y pareo, perfecto. Pero si vienen sin nada más que el bañador, les pedimos que se cubran un poco. Más que por decoro, es por higiene".
Las redes sociales amplifican el fenómeno: basta una foto viral de un comensal en bañador para que el debate se reactive, y para que los comentarios se dividan entre quienes defienden la libertad individual y quienes claman por el respeto a las normas no escritas.
Calles que parecen pasarelas
El cambio también es visible en el día a día urbano. La ropa interior convertida en prenda de calle, el calzado deportivo omnipresente, y las microprendas que hace una década habrían sido consideradas de "andar por casa" hoy desfilan por avenidas principales.
"Me subí al metro en Madrid y me encontré a un chico solo con el bañador, como si viniera o fuera a la piscina", relata entre risas Laura Peña, usuaria habitual de transporte público. "Supongo que es una mezcla comodidad y 'me da igual lo que piensen'".
La moda juega su papel: grandes marcas han convertido el look playero en algo aspiracional, con chanclas de lujo y tops minimalistas que se venden a precios de boutique. El resultado es que la frontera entre vestirse "para ir a la playa" y vestirse "para salir a la calle" se ha difuminado.
El código invisible: educación y contexto
Más allá de leyes o normas internas, el verdadero código parece ser invisible y depender del contexto. "No hay una ley que prohíba las chanclas en la oficina, pero sí hay una cultura que lo desaconseja en según qué entornos", reconoce Raúl, jefe de recursos humanos. "En el fondo, lo que está en juego es la convivencia: cómo tu forma de vestir afecta a los demás".
Esa idea resuena en la opinión de Antonio. A sus 77 años recuerda cómo en su infancia ponerse en camiseta en la calle era casi impensable: "Mi padre no me dejaba bajar a la plaza sin camisa. Decía que era de mala educación. Hoy veo gente comiendo en bañador en un restaurante y ni se inmutan. Supongo que los tiempos cambian".
Con el cambio climático empujando los termómetros hacia máximos históricos y el teletrabajo consolidando códigos de vestimenta informales, todo indica que los límites seguirán moviéndose. "No creo que volvamos atrás", opina Ana, responsable de recursos humanos. "Quizá encontremos un punto intermedio: ropa ligera, sí, pero cuidada. Lo que no podemos es confundir comodidad con descuido".
Con las temperaturas bajando y el calendario virando hacia la rutina, los debates sobre chanclas, tirantes y bermudas se apagan poco a poco… hasta el próximo verano. Porque si algo demuestra cada año es que el verano se acaba, sí, pero la discusión sobre cómo vestimos está lejos de enfriarse.