Zumbidos entre las ascuas: el poder de las abejas para restaurar zonas incendiadas
- Estos insectos no solo ayudan a restaurar los suelos sino que se hacen resistentes en entornos quemados
- Algunos científicos cuestionan la eficacia polinizadora de la abeja de la miel frente a otras especies
Las manos enormes, callosas y sin guantes de Alberto sostienen con pulso firme un panal de abejas. Cientos, miles de insectos negros y amarillos zumban alrededor del apicultor jubilado, que los examina con atención. Orbita en torno a las colmenas desde los cinco años: "Mi abuelo trabajaba con las abejas, yo iba con él y llegaba a casa con picaduras hasta en el ojo". La protección le llega desde la cabeza a la cintura, donde la sustituye por unos pantalones vaqueros. No siempre la lleva: "Esta mañana he venido sin nada, me han picado catorce, una aquí (señala a su cogote, justo detrás de la oreja izquierda)". Visita el colmenar durante una media hora, todos los días; ahúma los enjambres para amansarlos, extrae panales de cada colonia y trabaja con los insectos.
Con un destornillador saca de una caja (una colmena artificial) paneles de madera cubiertos de miel, polen y abejas para que 18 curiosos (niños, adultos, ancianos…) vestidos con traje blanco de apicultor, tras las rejas de tela de sus cascos protectores, observen de cerca a los polinizadores. La Fundación de Amigos de las Abejas, una organización sin ánimo de lucro fundada en 2007, organiza un par de visitas anuales, gratuitas y públicas, a diferentes colmenares para divulgar sobre "la importancia de las abejas", según Jesús Llorente, su presidente.
Esta fundación tiene varios "colmenares de polinización" con los que pretende "mejorar la productividad de la cubierta vegetal de los ecosistemas con deficiencias en polinización entomófila -que se poliniza por mediación de los insectos-" y, además, "están situados donde no hay colmenas ni fijas ni trashumantes en las cercanías, tampoco enjambres silvestres, pues desde la llegada de la varroa en la década de 1980 –una plaga de ácaros que afecta a las abejas– han ido paulatinamente desapareciendo".
Alberto cuida, para la Fundación, unas 20 colmenas en el término municipal de Budia, en Guadalajara, a cambio de la miel que producen. Según Llorente, el colmenar cumple la función de "restaurar la cubierta vegetal" de la zona después de que, en 2022, quedara arrasada por un incendio. "Todas nuestras colmenas están en zonas como esta, para que las abejas polinicen y ayuden a restaurar las plantas", afirma.
Alberto, apicultor, sosteniendo sin guantes un panal de abejas en Budia, Guadalajara Antxon Gómez Landajuela
El fuego y las abejas
Las abejas no solo ayudan a recuperar terreno quemado, también, con los años, son resilientes al fuego. Según un estudio publicado en 2023 por investigadores de la Estación Biológica de Doñana, perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la riqueza de especies y la diversidad de hormigas y abejas podría, de hecho, aumentar los años posteriores a un incendio forestal. Para la investigación se analizaron 35 pinares andaluces que habían sufrido incendios en los últimos 40 años.
El problema viene cuando se suceden uno tras otro en una misma zona (por ejemplo, por intervención humana) en pocos años. Los ecosistemas no tienen tiempo de recuperarse y pueden sufrir daños importantes. Por ello hay diferentes organizaciones e investigadores comprometidos con ayudar a una rápida restauración forestal.
Luis Oscar Aguado Martín, consultor en Entomología y Medio Ambiente especializado en estudios con polinizadores, cuenta que "cuando se quema un bosque vemos la parte externa, la tierra oscura, las plantas quemadas… El problema es que, al haberse sobrecalentado la tierra, el agua se aleja y los hongos y microorganismos que dan alimento a las plantas desaparecen y tardan muchos años en recuperarse".
Para ayudar a que un ecosistema se restaure rápidamente tras un incendio forestal, el investigador cuenta que lo mejor es "plantar corredores verdes con vegetación de la zona" y, cada 300 o 400 metros crear "islas de biodiversidad". Estas islas, según Aguado Martín, medirían unos 4x4 o 5x5 metros y estarían compuestas por "árboles y arbustos combinados con crucíferas y polinizadores". Estos polinizadores, cree Aguado Martín, "no deben ser abejas de la miel".
La abeja solitaria, otros polinizadores y el problema de la apicultura en masa
Este investigador considera que el trabajo para la recuperación de estos ecosistemas no consiste solo en plantar colmenas y esperar. En su opinión, la recuperación pasa, sobre todo, por la inserción de otro tipo de polinizadores. La abeja de la miel (Apis Mellifera, la especie de abeja más extendida y que utilizan los apicultores), vive en sociedad y crea colmenas y enjambres de decenas de miles de individuos. Según cuenta, "no poliniza muchas especies de plantas de la península ibérica. De forma efectiva, unas 70". "Cuando estas abejas recogen el polen y néctar, lo mezclan con una proteína que tienen en su saliva, que les viene bien para llevarlo a su colonia, pero los esteriliza", añade.
La abeja solitaria, que no produce miel y vive a solas o en pequeños grupos (sin reina, todas las hembras son fértiles), construye sus nidos en oquedades de árboles, en el suelo… Este tipo de abeja, según el entomólogo, "poliniza muchas más especies, la práctica totalidad de las que hay en la península ibérica, pues transporta el néctar y polen en seco, y lo esparce de forma más efectiva". Además, añade el experto, "como tienen la lengua más larga, las abejas solitarias polinizan plantas que las abejas de la miel no pueden".
También hay otras polinizadoras, "como diferentes tipos de hormigas y mariposas", que son importantes en la recuperación de zonas arrasadas por el fuego. "Hay unas 5.000 especies (más de mil son diferentes tipos de abejas) que polinizan en la península, no solo insectos, también aves, lagartos… Y la abeja melífera es solo una de ellas".
Aguado Martín, crítico con el modelo de apicultura intensiva, ve un problema de excesos. Dice que "la abeja de la miel no es mala en sí, pero en la naturaleza debería haber una colmena cada dos hectáreas, nada que ver con lo que hacemos los humanos". El entomólogo afirma que los colmenares de "más de 100, 200, 500 colmenas pueden repercutir de forma negativa en la biodiversidad". "Las melíferas, si son demasiadas, acaban por echar a otras especies polinizadoras y, como son selectivas, no polinizan adecuadamente todas las plantas", afirma. Añade que "sí hay apicultores que trabajan bien, los que tienen máximo 10, 12 o 15 colmenas. Aunque son bastantes, es un modelo más respetuoso".
Estaciones polinizadoras, colmenas artificiales sin ánimo de miel
Salvador Andrés Catalina es presidente de la Asociación al Servicio de la Polinización Forestal. También lleva 30 años creando colmenas para abejas silvestres. Implanta lo que denomina "estaciones polinizadoras", agrupaciones de seis colmenas colgadas de perchas ancladas al suelo, y que pretenden servir de refugio para abejas silvestres. Se trata de estructuras permanentes e inamovibles .
Los NIP (nidos para insectos polinizadores) pretenden dejar hacer a las abejas silvestres, sin injerencia humana y sin ánimo de ser utilizadas para extraer miel. La iniciativa comenzó hace mucho: "hace más de 30 años, con mi padre. Cuando la varroa llegó a España, se quedó sin colmenas y se dio cuenta de que, curiosamente, las únicas abejas que habían sobrevivido eran aquellas que él no había manipulado", cuenta Salvador. Entonces comenzó a confiar en la capacidad de supervivencia de las abejas, por su cuenta, sin un apicultor que las ayude.
Estas estructuras sirven, también, para polinizar zonas arrasadas por las llamas, según Salvador: "Si antes de que ocurra un incendio ya hay una serie de colmenas en la zona que hayan ido polinizando, las semillas que quedan en el subsuelo germinarán más rápidamente". En cambio, dice, "si llevas polinizadores tras el incendio, verás resultados al cabo de un año".
Cuenta que han podido comprobarlo en la práctica: "una finca en la Sierra Mariola –en Alicante– sufrió dos incendios en diez años y la zona se quedó muy maltrecha, pues no tuvo tiempo para recuperarse". Allí instalaron una estación polinizadora a la que, además, aportaron "uno de los enjambres que rescatamos del casco urbano". "El biólogo de la Fundación Victoria Laporta Carbonell, con la que colaboramos, constató una mejora en las zonas quemadas", concluye Salvador.
* Antxon Gómez Landajuela es alumno del máster de Reporterismo Internacional de la UAH con el Instituto de RTVE. Este artículo ha sido supervisado por la redactora jefa de Sociedad, Lucía Rodil.