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Noches tórridas, aguas cálidas y virus emergentes: ¿se está 'tropicalizando' el Mediterráneo?

  • El calentamiento del mar debilita a las especies que lo habitan, como los mejillones o la posidonia oceánica
  • En España, "se dan todos los factores adecuados" para un aumento de casos de enfermedades tropicales como el dengue

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Bañistas en la cala de S'Algar en Andratx, este julio
Bañistas en la cala de S'Algar en Andratx, este julio

En Palma de Mallorca, todas las noches de junio fueron 'tropicales' desde el día ocho, según la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Esto supone 23 vigilias por encima de los 20 grados antes y durante el inicio de un verano que —ya lo predijeron los técnicos— está siendo más cálido y tormentoso de lo habitual. Así, olas de calor mediante, en puntos del Levante y de las Islas Baleares, la temperatura de las aguas del Mediterráneo ya ha superado los 28 grados. ¿Se está 'tropicalizando' nuestro mar?

Los geógrafos matizan la cuestión: aún hay claras diferencias en los rasgos climáticos porque, pese a la detectada expansión de los trópicos, no encontramos aquí una estación seca y otra húmeda, ni temperaturas cálidas todos los meses sin excepción. "El clima mediterráneo es una variedad del subtropical, influenciada muy directamente por la presencia de una masa de agua como es el mar Mediterráneo, que es cálido", explica a RTVE.es Jorge Olcina, catedrático de Análisis Geográfico Regional en la Universidad de Alicante, que cree que precisamente que el aumento de la temperatura de las aguas está marcando todo el proceso de cambio climático en la región.

Un mar caliente, la causa de las noches tropicales

Porque las aguas del mar Mediterráneo se están calentando más rápido que la media mundial, según han confirmado diversos estudios. "Antes para que tuviéramos 26-27 grados en el agua del mar había que esperar a finales de julio o ya agosto. Ahora, desde finales de junio ya tenemos esos 26 grados y los seguiremos teniendo prácticamente hasta finales de septiembre", afirma el catedrático Jorge Olcina, sobre el fenómeno que desencadena los cambios que explican los dos rasgos avanzados por la AEMET, el calor nocturno y las tormentas repentinas.

Por un lado, las noches tropicales son el resultado de que el mar, por encima de los 25 grados, haya dejado de enfriar el aire. "Desde comienzo de los años 80 del siglo pasado, [las noches cálidas] se han multiplicado por cuatro o por cinco, según los observatorios de la costa mediterránea. Es decir, hemos pasado de 15 a 20 noches tropicales en 1980 a no bajar de las 80. Eso está directamente relacionada con el agua del mar tan cálida", continúa el investigador.

El segundo elemento de alteración del clima se relaciona con la formación de nubes. De nuevo porque el mar está más cálido, en los momentos de inestabilidad atmosférica se pueden formar nubes con mucha carga de energía y cantidad de vapor de agua que luego descargan de forma torrencial. También da lugar a las llamadas 'lluvias cálidas', que no implican rayos y truenos, pero sí precipitaciones repentinas que suelen producirse, sobre todo, en la Comunidad Valenciana. Pero pese a las tormentas puntuales, lo cierto es que este julio las precipitaciones han sido más escasas de lo normal y la AEMET pronostica un agosto parejo.

"En el norte de África, en el sur de Francia y en la península itálica están empezando a experimentar estos rasgos tan vinculados con el calor del agua del mar, pero para mí una de las zonas donde más se está evidenciando un proceso de calentamiento con matriz regional es en la nuestra, la fachada mediterránea", concluye Olcina, que no cree que pueda aplicarse al resto de la Península. "En el Cantábrico, en verano siguen pasando colas de frente y borrascas que refrescan y no registran tantas noches tropicales. En el centro peninsular, pueden registrar noches tropicales, pero de momento no tienen lluvias torrenciales como las mediterráneas".

Cambios en las especies que lo habitan

Así, el calentamiento antropogénico —el impulsado por la acción humana— también transforma el mar como ecosistema. "El Mediterráneo no es un océano tropical, al menos de momento. Pero el proceso de tropicalización ya está en marcha en la parte más cálida de la cuenca, el Mediterráneo oriental, lo que nos da una idea de lo que probablemente veremos en toda la región a medida que el cambio climático aumente la temperatura del mar", advertía un estudio de WWF publicado en 2021, en el que se describen cambios en las especies que lo habitan.

¿Qué transformaciones se observan? Una de los más evidentes, según el informe, es la expansión de especies tropicales invasoras llegadas desde el Canal de Suez. "El aumento de la temperatura del mar hace que los recién llegados puedan sobrevivir en zonas cada vez más extensas del Mediterráneo, donde hace sólo unas décadas las aguas habrían sido demasiado frías para ellos", refiere el informe de WWF.

El proceso se está extiende cada año hacia el norte y el oeste, mientras algunas especies autóctonas también se desplazan en busca de aguas más frías y otras quedan al borde de la extinción. Por ello, en la costa de Israel solo quedan entre el 5 y el 12% de las especies de moluscos que históricamente estaban presentes ahí, según un estudio en la zona, una de las más cálidas de la cuenca.

Asimismo, especies invasoras como el pez conejo transforman con sus hábitos alimentarios el hábitat de las especies autóctonas y destruyen los bosques de algas complejos, un fondo que luego es colonizado por algas tropicales. "Una investigación reciente descubrió que la biomasa era 44 veces menor en los céspedes que en los bosques de algas, lo que supone una pérdida catastrófica de biodiversidad. El equilibrio de carbono también puede verse alterado por estos cambios, ya que los arrecifes empobrecidos pasan de ser sumideros de carbono a fuentes de carbono. En la actualidad, el césped cubre más del 50% de los arrecifes poco profundos del sureste del Mediterráneo, mientras que los bosques de algas autóctonas cubren menos del 1%", describe WWF, que concluye que "en términos ecológicos, la tropicalización es un desastre continuo para el Mediterráneo".

Pero, más allá de los invasores, el simple cambio de temperaturas puede destruir el ecosistema. Por ejemplo, el año pasado, los mejilloneros del Delta del Ebro alertaron de la alta mortalidad de sus bivalvos por las temperaturas del agua, por encima de los 27 grados. Y del mismo modo sufren las praderas marinas tan características del Mediterráneo, la Posidonia oceánica, hábitat de cerca del 20% de las especies de la región e imprescindible pulmón del planeta.

"Se prevé que el estrés térmico modifique su distribución a medida que las aguas oceánicas sigan calentándose: su ausencia en el sureste de la cuenca se debe probablemente a la temperatura, y los científicos han comprobado que su salud ha disminuido en las zonas occidentales tras aumentos excepcionales de la temperatura", señalan los autores del informe de la organización ecologista, que recuerdan que mantener la Posidonia como sumidero de carbono es esencial para contrarrestar los gases de efecto invernadero que se emiten a la atmósfera.

Virus tropicales en Europa

Otro ámbito en el que nos estamos acostumbrando a añadir el apellido 'tropical' es en el de la salud. Las temperaturas templadas durante buena parte del año, sumado a las puntuales inundaciones que crean zonas húmedas, pueden facilitar la expansión de enfermedades transmitidas por mosquitos, como el dengue o el Virus del Nilo Occidental. Los casos autóctonos en España actualmente son puntuales (seis y cuatro, respectivamente, en 2022), pero el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC) advierte del aumento del riesgo por la propagación del conocido mosquito tigre.

De hecho, en Francia, el año pasado llegaron a registrarse 65 casos autóctonos de dengue, frente a los 48 en todo el periodo 2010-2021. "Podría deberse a las temperaturas particularmente cálidas que se registraron durante la primavera y el verano de ese año en particular, lo que favorece el ciclo de vida de los mosquitos. Asimismo, hay que considerar las condiciones particularmente húmedas del sur de Francia, con presencia de numerosos humedales y áreas boscosas", señalan María Dolores Bargués, catedrática de Parasitología de la Universidad de Valencia, y Pablo Fernando Cuervo, investigador en enfermedades transmitidas por vectores de la Universidad de Valencia, en declaraciones a RTVE.es.

La climatología no es el único factor. Las cada vez más frecuentes idas y venidas desde territorios donde estas enfermedades son endémicas o la capacidad de monitorización y control marcan también el número de casos registrados, como aprendimos en la pandemia de COVID-19. Pero lo cierto es que los brotes son ya una realidad europea, también de fiebre del Nilo Occidental.

En España, "se dan todos los factores adecuados para que ocurran, incluso, durante un mayor número de meses al año", confirman Bargues y Cuervo, citando la ubicación geográfica, la presencia de los potenciales vectores y las condiciones climáticas y ambientales actuales. De hecho, los expertos advierten de un esperado incremento de los casos si se confirma la circulación en la Península del Linaje 2 del virus —hasta el momento se han identificado ocho diferentes—, que es el relacionado con una mayor incidencia en el Este de Europa. "Si bien aún escasos, el Linaje 2 ya ha sido reportado en el este de España, más precisamente Cataluña, en cuatro ejemplares de aves rapaces", apuntan.

Para prevenir los riesgos, los dos expertos llaman a acometer algunas adaptaciones, que pasan porque la ciudadanía conozca mejor cómo se comportan los vectores. Por ejemplo, saber que los mosquitos tigre también pican de día, a todos les atrae el sudor, la ropa oscura y los tonos metalizados, así como el alcohol y las esencias florales.

"Conllevan un mayor conocimiento y una serie de prevenciones a nivel individual, incluyendo, además, el correcto uso de insecticidas y repelentes que pueden y deben combinarse con otras medidas de prevención", como las vacunas o las mosquiteras, señala Bargues, unas recomendaciones que Cuervo completa enfatizando la necesidad de que los organismos públicos inviertan en investigación, vigilancia epidemiológica y campañas de comunicación a la población general.

"Como sociedad debemos adaptarnos al riesgo al que podemos exponernos y aprender a convivir con las consecuencias de los cambios que hemos generado en el medio ambiente", zanja el investigador.