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La ayuda humanitaria, único salvavidas de los rohinyás en Bangladesh cinco años después del éxodo

  • La mayoría viven en Cox's Bazar, el mayor campo de refugiados del mundo
  • Los miembros de esta minoría musulmana desean volver a su país, pero solo si se les reconoce la ciudadanía
  • ACNUR y MSF advierten de su dependencia total de la ayuda internacional

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Un refugiado rohinyá en el campo de Baluljali, en Ujia, que forma parte del complejo de campos de Cox's Bazar en Bangladesh, el 14 de agosto de 2022. Munir uz Zaman / AFP
Un refugiado rohinyá en el campo de Baluljali, en Ujia, que forma parte del complejo de campos de Cox's Bazar en Bangladesh, el 14 de agosto de 2022.

La guerra de Ucrania ha provocado la mayor crisis actual de refugiados, con más de seis millones de personas fuera del país, pero su situación no puede hacer olvidar otras grandes tragedias humanas. Una de ellas es la del millón de musulmanes rohinyá que huyeron de Myanmar (la antigua Birmania) en 2017, y que sobreviven refugiados en los países vecinos, la inmensa mayoría en Bangladesh. Este jueves se cumplen cinco años de ese éxodo forzado.

En Bangladesh, los refugiados han recibido acogimiento temporal, con refugio, alimentación y atención sanitaria. Pero no tienen el estatuto legal de refugiados (el país no es firmante de la Convención de 1951), por lo que no se les permite trabajar ni recibir educación. Son, por lo tanto, una población enteramente dependiente de la asistencia humanitaria y de los fondos que llegan de la comunidad internacional.

La situación política en Myanmar tras el golpe de Estado del año pasado hace muy difícil que puedan regresar con seguridad.

"Todos mis vecinos fueron asesinados y quemados"

Myanmar no reconoce como ciudadanos a los musulmanes rohinyás. Los considera extranjeros, trabajadores traídos desde el golfo de Bengala por los británicos en el siglo XIX. Son, por tanto, apátridas, como explica a RTVE.es Daniel Gomà, profesor de la Universidad de Cantabria y experto en el país. "Además ha habido siempre un recelo hacia el islam en Myanmar por su proselitismo", añade.

La comunidad sufría tradicionalmente el rechazo social y la marginación por parte de la mayoría budista del país, y ya había habido enfrentamientos comunales. Los peores, en 2012, provocaron una primera oleada de 30.000 desplazados. Pero en agosto de 2017, bajo el gobierno democrático presidido por la premio Nobel Aung San Suu Kyi, fue el propio Ejército el que dirigió la represión.

"Se practícó una política de limpieza étnica, expulsándoles de la zona norte del estado de Rakáin, donde vivían la mayoría, para que se marcharan a Bangladesh y no regresaran, con la excusa de combatir a una guerrilla rohinyá - recuerda Gomà - El gobierno de Suu Kyi dejó al Ejército toda la responsabilidad". "Hubo algunas masacres, pero sobre todo expulsión de los hogares - añade - La idea era destruir sus hogares y que no pudieran regresar".

Casi 774.000 rohinyás huyeron y entraron en pocos días en Bangladesh, el único país que se mostró dispuesto a acogerles.

Nabi Ulla tenía entonces 20 años. "Todos mis vecinos fueron asesinados y quemados. Incendiaron todo el vecindario", ha narrado en un testimonio recogido por la ONG Médicos Sin Fronteras.

Junto con otras personas, huyó a través de las montañas y cruzó la frontera en barco. "Cuando nos movíamos por las colinas, unos 10 de los nuestros fueron asesinados", asegura. Hoy vive en el campo de Balujali y tiene un hijo y dos hijas.

Dejamos nuestros hogares y nuestras tierras, solo vinimos con nuestros hijos

Tayeba Begum, madre de seis hijos, escapó con lo puesto. "Los militares estaban asesinando brutalmente a los rohinyás y quemando nuestras casas", recuerda. "Dejamos nuestros hogares y nuestras tierras, solo vinimos con nuestros hijos".

Llegar hasta lugar seguro en el país vecino no fue fácil, recuerda. "Anduvimos por carreteras embarradas, empapados por la lluvia, y cruzamos la jungla para venir aquí. Pocos días después de llegar, nos construyeron refugios con ropas y bambú".

Cox's Bazar, el mayor campo de refugiados del mundo

La mayoría de los que llegaron se establecieron en el distrito de Cox' Bazar, en la costa sur-oriental, en medio de una reserva natural. Hoy, esta aglomeración humana, en la que varios campos se unen sin solución de continuidad, alberga a más de 846.000 personas, la mayor parte de los 936.000 rohinyás que viven en Bangladesh, según datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Más del 75 % son mujeres y niños y más del 50 % menores de edad. En conjunto, es el mayor campo de refugiados del mundo.

Las condiciones son muy precarias. Hay exceso de población y la zona es azotada cada año por las lluvias monzónicas, que causan inundaciones y corrimientos de tierras. Bangladesh es uno de los países del mundo que más catástrofes naturales sufre al año.

En cinco años desplazados, los rohinyás han tenido que hacer frente a multitud de vicisitudes, desde enfermedades a incendios, ataques de elefantes (los campamentos están en una paso de migración de estos animales) y al coronavirus.

Los problemas sanitarios son constantes, asegura a RTVE.es Natalia Torrent, que acaba de regresar de Bangladesh tras dos años como responsable de Médicos Sin Fronteras (MSF) en el país. "Este año hemos gestionado una epidemia de sarna que no habíamos visto en años anteriores - declara Torrent - Otros años, difteria, sarampión, amagos de cólera... Es una población que médicamente está en un entorno muy frágil, es propensa a epidemias o brotes. Pero también con necesidades de una población asentada, como tratamiento para la diabetes, la hipertensión, la hepatitis C, salud mental y reproductiva...".

La COVID-19 obligó a que la mayoría de trabajadores humanitarios dejaran de entrar a los campos, para evitar contagios. Los propios refugiados recibieron formación para identificar los casos y aislar a los contagiados. "Hicieron un trabajo muy bueno, tuvimos muy pocos contagios y pocas muertes", relata a RTVE.es desde Daca Regina De la Portilla, responsable de Comunicación de ACNUR en Bangladesh.

"Además, desde el primer momento Bangladesh incluyó a los refugiados en su sistema de vacunación. Fue muy rápido. Los adultos ya tienen dos dosis, y ahora están recibiendo la vacuna los jóvenes de 12 a 17 años", añade.

Otra plaga han sido los incendios, lo que no es de extrañar porque los refugios son poco más que chozas de bambú y telas o plástico, materiales muy inflamables. El más grave, en marzo de 2021, causó 15 muertos y más de 500 heridos.

El último golpe ha sido el de la crisis económica y alimentaria mundial creada por la pandemia y, en parte, por la guerra de Ucrania, que se traduce en un aumento del precio de los productos básicos y del combustible. La crisis azota toda la región del sudeste asiático y ha provocado manifestaciones de protesta en Bangladesh.

Dependencia absoluta de la ayuda internacional

Regina de La Portilla afirma que la atención sanitaria y la infraestructura "han mejorado mucho" desde aquellos días en que los refugiados levantaron sus cabañas improvisadas con lo que tenían a mano.

Por ejemplo, se han habilitado letrinas y dos plantas de tratamiento de aguas residuales.

El problema de los incendios se ha solucionado en parte, explica la portavoz de ACNUR, con el reparto a las familias de bombonas de gas, un recurso además más ecológico porque evita que se esquilmen los bosques de la reserva natural. También se han creado cuadrillas para la prevención y la extinción de incendios, y se han adaptado vehículos para esta labor.

Los rohinyás además han sido registrados y han recibido una identificación temporal, para muchos la primera documentación que han tenido en su vida.

En vista de la saturación de Cox' Bazar, las autoridades han establecido un refugio alternativo en la isla de Bhasan Char, en la bahía de Bengala. Está pensado para reubicar a 100.000 personas, y ya han sido trasladadas más de 27.400.

Natalia Torrent reconoce mejoras en las infraestructuras, que requieren recursos para su mantenimiento, pero advierte de que la situación, concebida como temporal, no tiene visos de solución a corto plazo. "En los primeros momentos, la población se desplazó huyendo y se refugió en Bangladesh y se estructuraron los campos, pero ahora la crisis está estancada", se lamenta en conversación con RTVE.es .

La atención se gestiona a través de un "Plan de Respuesta Común" (Joint Response Plan) elaborado por Bangladesh y las organizaciones humanitarias. El plan se actualiza cada año con la petición de fondos a los donantes internacionales.

En 2022, el plan preveía reunir 881 millones de dólares (casi 887 millones de euros), pero hasta ahora solo ha obtenido el 49 % de esa cantidad. ACNUR ha hecho un llamamiento a los donantes para que otras crisis no les hagan abandonar su compromiso con los rohinyás y la población local que les alberga.

La comunidad global no debería olvidar nuestro sufrimiento

"La comunidad global no debería olvidar nuestro sufrimiento - pide Mohammed Taher, uno de los refugiados, en declaraciones a Reuters - Deberían ayudarnos tanto cuanto puedan".

Difícil regreso a Myanmar

Michel Bachelet, alta comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, visitó la semana pasada Cox's Bazar. "Lo que escuché en mis conversaciones con mujeres, jóvenes, líderes religiosos y otros refugiados rohinyá en los campamentos - explicó la alta comisionada - fue una esperanza rotunda de que podrán regresar a sus aldeas y hogares en Birmania, pero solo cuando las condiciones sean adecuadas".

Las autoridades locales desean acabar cuanto antes con una situación que se preveía temporal, y que supone una carga. Aprovechando la visita de Bachelet, el primer ministro, Sheij Hasina, insistió en que los rohinyá deben regresar al otro lado de la frontera.

Nabi Ulla echa de menos su hogar y su vida como agricultor en las colinas, pero tiene claras las condiciones para el retorno. "Solo podemos regresar si se nos garantizan documentos. Si el Gobierno nos acepta como ciudadanos y nos da nuestros documentos, podremos volver".

Solo podemos regresar si se nos garantizan documentos

"Pueden mantenernos aquí o transferirnos a otro país, no nos negaremos - asegura por su parte Tayeba Begum - Pero no quiero volver a Myanmar si no se nos hace justicia".

Sin embargo, la situación actual en Myanmar no permite vislumbrar un regreso seguro. El gobierno volvió en 2021 a manos de los militares con un golpe de Estado, y desde entonces los uniformados reprimen duramente a la oposición democrática, y combaten algunos focos de resistencia armada. Según el propio ACNUR, los enfrentamientos y la represión han provocado 1.244.000 desplazados internos.

En el estado de Rakáin, los militares han alcanzado un alto el fuego con la guerrilla local nacionalista. El regreso de los rohinyás amenazaría la estabilidad política, apunta Daniel Gomà. "Los rohinyás tienen una alta natalidad. Si se aceptara su regreso, en 15 o 20 años podrían ser mayoría en Rakáin. Birmania es muy budista, y Rakáin tiene un fuerte vínculo con el budismo. Se mezclan religión, pobreza y demografia".

"Nadie quiere a los rohinyas. - concluye Gomà - En Myanmar, porque son musulmanes, y en Bangladesh porque son pobres, y el país ya es de por sí pobre. Nadie se quiere responsabilizar".