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Los datos de la salud mental en España, la pandemia detrás de la pandemia

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Datos de la salud mental en España
Datos de la salud mental en España.

La sensibilidad hacia la salud mental ha despertado en España. Con la pandemia de coronavirus, que nos ha afectado en todos los órdenes de la vida, la salud mental se convirtió de forma inesperada en asunto de debate en el Congreso -aunque fuera a partir de un comentario despectivo entre diputados-. Ahora se ha convertido también en un plan del Gobierno, uno más de los retos sanitarios que habrá que abordar en los próximos años cuando la crisis de la COVID-19 lo permita. Y en un año olímpico como ha sido este 2021, la visibilización de diversos problemas de salud mental en algunas de las principales estrellas del deporte ha ayudado a aterrizar una realidad que está ahí, pero de la que no gusta saber.

Hablar de salud mental tiene muchas vertientes, sin ir más allá de la clasificación: se trata de enfermedades mentales, pero también de adicciones —a las drogas, el alcohol, el juego, los videojuegos, las redes sociales, etcétera— y otras alteraciones del comportamiento, entre los que destacan en los últimos tiempos los trastornos alimentarios, que se multiplican en los jóvenes. Difíciles de detectar en ocasiones, con barreras para el adecuado tratamiento y pocas veces bien visibilizados. Pero los datos dan testimonio de su magnitud, esté o no soterrada su presencia en la conversación pública.

Más de 2,1 millones de personas con depresión, 230.000 de ellos grave

En España, a mediados de 2020, había 2,1 millones de personas con un cuadro depresivo, el 5,25 % de la población mayor de 15 años de todo el país, según la Encuesta europea de salud, cuyos datos difundió el Instituto Nacional de Estadística (INE) el pasado mes de abril. De todas ellas, 230.000 personas sufrían una depresión grave.

La prevalencia de la depresión en mujeres duplica a la de hombres (7,1% frente a 3,5%), y en los cuadros de depresión grave la diferencia es aún mayor: por cada caso grave en hombres hay 3,5 en mujeres. Los cuadros depresivos son más frecuentes al aumentar la edad y alcanzan su valor máximo entre los mayores de 85 años, donde afectan al 16 % de la población.

Por comunidades autónomas, Castilla y León (10 %) y Comunidad Valenciana (9,8 %) tienen las mayores prevalencias de cuadro depresivo entre los mayores de 15 años, y las cifras más bajas están en Baleares y Cantabria, además de Ceuta y Melilla.

Por su relación con la actividad, la incidencia es mayor entre las personas incapacitadas para trabajar, entre cuadros depresivos mayores o de otro tipo. Estar estudiando o trabajando se asocia con menos casos.

El 5 % de los españoles, diagnosticados con ansiedad y depresión

Grecia y España son los países de la Unión Europea con más prevalencia en depresión. En el caso de España, registraba 5.714 casos por cada 100.000 habitantes, según datos de 2019 recopilados por la fundación Civio.

Aunque está lejos de los más de 8.600 casos de Portugal y los más de 7.000 de Países Bajos e Irlanda, los países más afectados por estos problemas de salud, significa que en España cinco de cada cien personas están diagnosticadas de depresión, y el mismo dato en lo que respecta a los trastornos de ansiedad (la prevalencia es de 5.129 casos por cada 100.000 habitantes).

España, líder en consumo de ansiolíticos y antidepresivos

La solución a los problemas de salud mental se identifica muchas veces con la prescripción y consumo de medicamentos. Y en buena parte es así por la insuficiencia de psicólogos en la atención primaria que contribuirían a disminuir el consumo de psicofármacos, que es realmente elevado en España.

España es, junto a Portugal, uno de los países de la OCDE donde más ansiolíticos y antidepresivos se consumen. Los datos son elocuentes y alarmantes: más de dos millones de españoles toman a diario ansiolíticos, que son de fácil acceso en farmacias sin necesidad de un diagnóstico específico. Las mujeres doblan a los hombres en el consumo de psicofármacos y son más proclives al diagnóstico de ansiedad, insomnio o depresión, trastornos que conllevan una mayor prescripción de estas sustancias.

De no haber una inversión adecuada en salud mental dentro del Sistema Nacional de Salud, nuestro país sufrirá las consecuencias de tener una sociedad medicalizada, advierten los expertos.

Los trastornos alimentarios, una enfermedad crónica en adolescentes

Otra problema de salud mental frecuentemente silenciado es el de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA). Y lo es porque no hay datos actualizados y exactos del número de personas que lo padecen. Muchas no buscan tratamiento o nunca han recibido un diagnóstico, bien por desconocimiento, por dificultad de acceso al sistema público o a un tratamiento o porque no aceptan su enfermedad.

Se calcula que en España hay unas 400.000 personas que padecen trastornos alimentarios. Un informe de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), de noviembre de 2018, situaba a los TCA como la tercera enfermedad crónica más frecuente entre adolescentes. Y preocupa que aparecen en edades cada vez más tempranas, en torno a los 12 años.

Aunque afectan a ambos sexos, son 2,5 veces más frecuentes en mujeres, con una prevalencia del 4,1 al 6,4 % en chicas de entre 12 y 21 años, y del 0,3 % para hombres. Los trastornos más habituales son la anorexia, la bulimia, el trastorno por atracón y otros trastornos alimentarios no especificados. La presión social, ejercida especialmente por medio de las redes sociales, en el 'doble filo' entre el sentimiento de comunidad y la baja autoestima, es uno de los principales factores que propician la aparición de estos trastornos.

Casi 11 suicidios cada día en 2020

El redescubrimiento de la salud mental ha hecho emerger en el debate público un tema casi siempre silenciado, el del suicidio. En 2020 se produjeron en España 3.941 defunciones por suicidio o lesiones autoinfligidas, la mayor cifra en las últimas cuatro décadas. Son 8,3 suicidios por cada 100.000 habitantes al año, casi 11 personas que se quitaron la vida cada día el año pasado, según los datos del INE. Y tres de cada cuatro personas que cada año se suicidan son hombres (2.930 frente a 1.011 mujeres).

Del total de muertes por esta causa, 300 fueron en personas de 14 a 29 años. Es la primera causa de muerte no natural en los jóvenes de esta edad, incluso por encima de los accidentes de tráfico. Llama la atención esta estadística en los más jóvenes, cuyo sufrimiento emocional ha contribuido a destapar la pandemia. Pero tampoco hay que olvidar que la mayor proporción de suicidios ocurre entre los adultos de 40 a 59 años y que, en la última década, también ha aumentado la proporción de suicidios en los mayores de 80 años.

La pandemia de COVID-19 pasa factura a la salud mental

Como en tantas otras cosas, la pandemia de COVID-19 ha pasado una amplia factura a la salud mental de los españoles y también en el resto del mundo. Los efectos de los primeros meses, con el confinamiento domiciliario y la incertidumbre, fueron ambivalentes. Se observó un aumento en el porcentaje de población que experimentó sensación de estar decaído o deprimido, con problemas para dormir y con poco interés o alegría por hacer las cosas. Pero, al mismo tiempo, se redujo el porcentaje que indicó tener sensación de cansancio, sentirse mal con uno mismo o tener problemas para concentrarse.

Los cambios en estos indicadores de salud mental, que la Encuesta europea de salud en España recogió hasta julio de 2020, son más pronunciados en las mujeres que en los hombres y también ellas parten de valores más altos previos a la pandemia.

Más pobres, más vulnerables

La pandemia de COVID-19 también ha evidencado que el impacto sobre la salud mental es mayor en quienes tienen menos recursos económicos. Durante la primera oleada, el miedo a morir y a contagiarse, y también a perder el trabajo o quedarse sin ingresos, fue significativamente mayor en las personas de clase más humilde.

Del mismo modo, las personas que se consideraban de clase baja y clase trabajadora reconocieron haber llorado más por la pandemia y somatizaron en mayor medida su desasosiego, porque se vieron más aquejados por problemas físicos que aquellos de clases socioeconómicas superiores, según una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) difundida el pasado mes de marzo.

La pandemia no aumentó la demanda de atención en salud mental

Pese a que en la pandemia empeoraron los indicadores de salud mental y bienestar emocional, las solicitudes de ayuda a profesionales sanitarios no aumentaron, según la última encuesta del CIS dedicada a conocer los efectos y consecuencias del coronavirus.

Según dicha encuesta, realizada en septiembre, durante la pandemia el 11,4 % de los encuestados recurrió a ayuda profesional debido a su estado de ánimo o situación emocional, casi el mismo porcentaje de quienes lo habían hecho durante los doce meses anteriores a la crisis sanitaria que irrumpió en marzo de 2020 (11,1 %).

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Entre quienes requirieron ayuda médica por este motivo, el profesional de referencia fue el psicólogo, al que acudió el 58,6 %, y un 31,7 % acudió a su médico de cabecera; el 22,4 % recurrió a un psiquiatra. Sin embargo, de nuevo fue una decisión en la que influye el nivel socioeconómico: las personas de clase superior recurrieron más a especialistas, tanto en psicología como en fisioterapia y masajes, mientras que las clases trabajadora y pobre se orientaron mucho más a la atención primaria y a la derivación psiquiátrica, lo que suele llevar aparejado un tratamiento más farmacológico que terapéutico.

Menos de 12 psiquiatras por cada 100.000 habitantes

En la atención a la salud mental hacen falta especialistas. Es un hecho nítido al comparar España con otros países europeos. Según datos de Eurostat de 2019, ya antes de la pandemia, España era uno de los países con menor número de psiquiatras por cada 100.000 habitantes (11,84), en el furgón de cola de los países con información disponible, por debajo de Portugal, Rumanía y Chipre y muy lejos de los primeros puestos, que encabezan Suiza (52,37), Liechtenstein (41,49) y Alemania (27,71), los que tienen más médicos especializados en psiquiatria en relación a su población.

El precio de un tratamiento que no todos pueden pagar

En España no hay que realizar pagos extra para acceder a la consulta del psicólogo en el sistema público de salud, pero una sesión con un especialista privado puede valer entre 50 y 100 euros, según el análisis de la fundación Civio para la red European Data Journalism Network (EDJNet), que se puede ver en la siguiente visualización, donde se puede comprobar que en al menos otros nueve estados de la Unión Europea sí hay que pagar por esta atención dentro de la sanidad pública.

Otra cuestión es que el número de psicólogos disponibles en el sistema nacional de salud en España sea muy corto, que no llega a seis psicólogos por cada 100.000 habitantes, cuando la recomendación de la Unión Europea es que haya 18 especialistas en la red asistencial público.

Así las cosas, las listas de espera para acceder a una consulta de atención psicológica oscilan entre los 27 días en Andalucía y los 71 en Murcia, según los datos disponibles de diez comunidades autónomas que recoge el citado estudio de Civio.

De este modo, las listas de espera empujan a los pacientes con problemas como ansiedad o depresión al sistema privado, lo que constituye un importante obstáculo para acceder a un tratamiento. Tomando como referencia el salario mínimo del país y un precio medio de 75 euros por sesión de un psicólogo privado, habría que dedicar el sueldo de más de una jornada de trabajo (casi diez horas) para pagarlo. Un acceso a un profesional de esta especialidad que resulta así más caro en España que en otros países europeos como Suecia, Reino Unido, Alemania o Finlandia (Fuente: Civio / EDJNet).