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'Los hermanos Karamázov', un padre, cuatro hijos y la capacidad para hacer el mal

  • El texto, cargado de violencia, ahonda en la naturaleza oscura de los hombres
  • Juan Echanove protagoniza el clásico de Dostoievski, dirigido por Gerardo Vera
  • La producción del CDN estará en el Teatro Valle-Inclán de Madrid hasta el 10 de enero

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Fernando Gil, Ferran Vilajosana, Juan Echanove y Antonio Medina durante una escena de Los hermanos Karamázov.
Fernando Gil, Ferran Vilajosana, Juan Echanove y Antonio Medina durante una escena de Los hermanos Karamázov.

"¿Cómo se puede tener tanta capacidad para hacer el mal?", se pregunta Dimitri (Fernando Gil), uno de Los hermanos Karamázov, en referencia a su padre (Juan Echanove), un ser despreciable y mezquino. Y es que el texto, una adaptación de Gerardo Vera y José Luis Collado del gran clásico de Dostoiesvski (1880), ahonda en la naturaleza más oscura del hombre y presenta una infernal familia dominada por el odio.

Tenemos "veneno", los Karamázov somos insectos, sigue Dimitri. La obra, una producción del Centro Dramático Nacional (CDN) que estará en el Teatro Valle-Inclán de Madrid hasta el 10 de enero, gira en torno a las tensas relaciones entre Fiódor Karamázov y sus cuatro vástagos. Desatendidos desde jóvenes y testigos de las atrocidades de su padre, son individuos que persiguen, cada uno a su manera y casi siempre sin suerte, algo de sosiego.

Pero la paz no existe para ellos. Los personajes encuentran (y buscan) de forma constante el enfrentamiento, la violencia -tanto verbal como física- centra la trama y la maldad sobrevuela la escena. Todos parecen odiarse y todas las escenas, incluso las que parecen más pausadas, acaban estallando. Gritos, reproches, insultos. Las conversaciones son, en realidad, acaloradas discusiones. Las tablas están cerca de ser un infierno.

Juan Echanove y Óscar de la Fuente en Los hermanos Karamázov en el CDN.
Juan Echanove y Óscar de la Fuente en Los hermanos Karamázov

Juan Echanove y Óscar de la Fuente en Los hermanos Karamázov en el CDN. Sergio Parra

¿Pero de dónde viene tanta rabia? El protagonista es Echanove, poseído por el cruel Fiódor Karamázov. Ávaro, déspota y con gran afán destructor, el patriarca ha sembrado odio a su alrededor. Se le observa, gracias a la desgarrada interpretación, disfrutando mientras humilla a los demás y recreándose en sus múltiples vicios. Es la esencia del mal, alguien empeñado en que todo el mundo sea infeliz, que tal y como explica el actor, no tiene matices. No hay empatía posible. El desprecio que muestra por sus hijos, inevitablemente, le es devuelto con repugnancia.

"No vivimos, quemamos la vida"

Sin efectismos y con un escenario prácticamente vacío, la fuerza del texto recae sobre los personajes. En particular sobre Fiódor y su hijo mayor, Dimitri -una bestia que desborda pasión y se deja dominar por sus instintos-. Ambos compiten por Grúshenka (Marta Poveda), una mujer que se describe a sí misma como "mala, degenerada y despiada". Esta "obscena" rivalidad les lleva no solo al odio, sino incluso a desearse la muerte.

Pero no solo Dimitri piensa en la muerte de su padre. A excepción del menor de los hermanos, Aléksei (Ferran Vilajosana), un joven religioso y compasivo que parece no juzgar la degradación moral que le rodea, los demás comparten este sentimiento parricida. El espectador sabe que tanta furia se dirige inequívocamente hacia algo terrible. La tragedia se masca.

Dimitri (Fernando Gil) se arrodilla ante Katerina (Lucía Quintana) en Los hermanos Karamázov.

Dimitri (Fernando Gil) se arrodilla ante Katerina (Lucía Quintana). Sergio Parra

Los Karamázov, dice Dimitri, "no vivimos, quemamos la vida". Derrochador y agresivo, él se mueve entre dos mujeres. La imprevisible Grúshenka y Katerina (Lucía Quintana), una rica heredera dispuesta a sacrificarse para salvar a su amado. Pero hasta aquellos que parecen quererse, se desprecian y humillan. "Uno puede amar con todo el odio", sentencia Dimitri.

Tres intensas horas

El desafío era complejo, y es que Los hermanos Karamázov, una de las novelas cumbres del realismo ruso del siglo XIX, se desarrolla en más de 1.000 páginas. De ahí sus tres horas de duración. Pero aunque larga, la obra es intensa y dinámica. Durante la primera mitad, el ritmo es vertiginoso. Las ventanas y puertas, casi el único decorado de la escena, juegan para permitir la rápida entrada y salida de los personajes.

Destacan el montaje y la iluminación. Presente y pasado en ocasiones se mezclan en escena y es el foco el encargado de centrar y ordenar la atención del espectador.

Finalmente, se 'cuela' una reflexión sobre la religión, la existencia de Dios y la moral. ¿Es o no inmortal el alma? ¿Existe la virtud? ¿Nos espera un paraíso al que ir? Aunque algún rayo de luz aparece en los personajes y apreciamos cierta nobleza que convive con la oscuridad en sus corazones, el texto deja pocas respuestas, algunas intuiciones y mucho desasosiego.