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¡Chavela vive!

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Dicen que ha muerto Chavela Vargas. Eso dicen. Pero a mí me cuesta creerlo. Y no lo digo porque su canto sea inmortal, que lo es. Ni lo digo porque sus canciones nos acompañen para siempre, que también. Lo digo porque no creo que la Muerte haya tenido agallas para llevársela. No tiene ni la mitad de arrestos que tiene Chavela. Ni a tiros habrá podido con ella.

Habrá ido a buscarla, eso sí, porque el reloj marcaba la hora a la que dicen que hay que morir. Pero me extraña mucho que la parca haya sido capaz de cumplir con su tarea. Demasiada vida como para poder con ella. Demasiado genio como para atreverse a doblegarlo. Y finalmente, no creo que la Muerte haya podido aguantar las lágrimas al escuchar a Chavela. Se habrá echado a llorar como una niña porque se habrá sentido, por primera vez, viva, con todo el dolor que eso conlleva, con toda la pasión que hay que tener para vivir la vida de verdad. Chavela Vargas hace que hasta la muerte, sienta. Chavela es capaz de hacer que hasta la muerte se estremezca. Chavela hace que hasta la muerte sienta ganas de llorar. Y de reír.

La vida y la muerte según Chavela

La única vez que estuve con Chavela Vargas sentí ganas de reír. De reír como llora Chavela, que decía su amigo Sabina. Cuando la chamana canta te hace llorar. Son lágrimas no sólo de tristeza, también de alegría porque te recuerdan que aún eres capaz de sentir. Cuando hablé con ella, sentí ganas de reír. Ella me sonreía todo el tiempo con la dulzura de quien todo ha comprendido, de quien mira a la vida como a una hija y la quiere con todos sus defectos y a pesar de los pesares. Tenía una sonrisa de abuela-madre-mujer-niña porque Chavela Vargas es todas ellas a la vez. Le pregunté por la vida y me habló de la muerte. Le pregunté por la muerte y me habló de la vida porque en ella estaban ambas a la vez. Me sentí más que nunca en este mundo y más que nunca, fuera de él.

Fue hace menos de un mes en la Residencia de Estudiantes de Madrid. Dicen que vino a España a recitar los versos de García Lorca, su poeta del alma, al que le ha dedicado su último disco. Yo creo que vino, más bien, a hablar con Federico, a quien encontraba en las noches en vela sentado al piano de la residencia. Muy cerca de ese piano, estuvimos sentados juntos, en directo para la radio. Yo como un nieto que quiere aprender. Ella como una chamana que enseña sin imponer. Sigue teniendo esa cabellera prodigiosa, esos cabellos duros, plateados y tupidos como su voz. Sus labios gruesos, aún hermosos, abiertos con placidez. El rostro muy viejo y muy niño. Como si tuviera toda la vida por delante y por detrás.

Dicen que estuvimos hablando una hora. A mí me pareció mucho más. Y mucho menos. Un segundo que duró una eternidad. Chavela paraba el tiempo. Lo paraba y lo hacía retroceder cantando. Hablando, lo hacía desaparecer. Habla muy despacito ahora. Y entre palabra y palabra, te caben tus pensamientos. No habla para que la escuches sino para dejar que te escuches tú a ti. Por eso es una chamana, un oráculo. Tú le preguntas. Ella te recita un poema, te habla en verso, te da metáforas que te hagan pensar.

Lo hace con esa voz poderosa que impresiona. Aunque salga con dificultad de su cuerpo, cuando brota, te golpea. No se corresponde la rendición de su cuerpo con la fuerza de su voz. En la silla de ruedas, callada, era una viejita cansada. Cuando abría la boca, su cara se iluminaba, como si le dieran la vida las palabras, como si la reviviera recordar y hasta su cuerpo despertaba, sus manos volvían a volar y podías ver cuánta mujer hay aún metida ahí. Sigues viendo un volcán debajo de esa piel pero es como si hubiera decidido dejarlo descansar.

Un volcán que sigue vivo

Dicen ahora que el volcán se ha apagado. Chavela decía que esperaba a la muerte para irse con ella. A tomar tequilas, será, porque al otro barrio no se ha ido. Se habrán ido a ese mundo extraño del que decía venir en el que están Frida Khalo y Diego Rivera y José Alfredo, tomando tequilas con ella hasta el día del juicio final.

Dicen que Chavela se ha ido y seguramente que entierren su cuerpo en una caja en su México. No lo niego. Pero me cuesta creer que se haya muerto porque eso es como decir que ha muerto la vida entera. Es como decir que se ha muerto el tiempo. Es como pensar que pueden callar los gritos, que se han terminado el dolor, el desengaño, la pasión, el placer, la desolación, la amargura y el desgarro. No puede ser. Chavela no está muerta. ¡Chavela vive!