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El dictador que acabó en una cámara frigorífica

  • Los rebeldes libios usaron el cuerpo de Gadafi como una atracción de feria
  • Su exposición fue un error que minó la imagen de los rebeldes en el exterior

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Informe Semanal: El final de Gadafi

Ha sido probablemente uno de los momentos más surrealistas de mi  vida profesional. Cuando Nacho Sierra, el cámara de la corresponsalía de Rabat, Mehdi Lakehal, el productor y yo llegamos al mercado cerca del aeropuerto de Misrata donde los rebeldes libios habían trasladado el cuerpo de Gadafi, lo primero que vimos fue a decenas de personas haciendo cola como si fueran a entrar a un parque de atracciones.

Cuando atravesamos la puerta del recinto, vimos que la cola era más larga de lo que pensábamos. Y que terminaba en una cámara frigorífica de las que se destinan a conservar carne. Ahí estaba el cadáver del dictador, expuesto a la vista de todos.

La cámara frigorífica estaba abierta, y hacía dos días que Gadafi había muerto, así que había ya en el ambiente un relativo olor a putrefacción. Por eso los milicianos que custodiaban los cadáveres y organizaban como podían la exhibición de los cuerpos iban repartiendo mascarillas a los visitantes.

Nosotros habíamos llegado a Libia el día anterior, atravesando por tierra la frontera de Ras Ajdir desde Túnez, donde habíamos ido a cubrir las primeras elecciones tras la caída de Ben Ali, y donde el jueves 20 de octubre nos sorprendió la noticia de la captura del dictador y su posterior muerte cuando trataba de huir del asedio rebelde a Sirte, su ciudad natal.

Junto al cadáver de Gadafi

Tras llegar a Trípoli y hacer varias piezas y directos durante el viernes, el sábado nos fuimos pitando para Misrata para tratar de ver el cuerpo del dictador fallecido antes de que lo enterraran.

Por suerte, los milicianos que custodiaban el cadáver nos dejaron pasar al interior de la cámara frigorífica, al igual que al resto de personas que querían ver con sus propios ojos al dictador fallecido. Junto al cadáver de Gadafi, tapado solo por una humilde manta manchada de sangre, estaba el de su hijo Mutassim, del que solo unas horas antes se habían difundido imágenes tras su captura, fumando y bebiendo agua en perfecto estado.

Ya habíamos visto también las imágenes de Gadafi desorientado y ensangrentado, atrapado por un grupo de milicianos rebeldes que le grabaron con sus teléfonos móviles y en las que se apreciaba como le empujaban y le golpeaban. La cara de Gadafi mostraba evidentes signos de que su muerte había sido violenta, linchado por sus captores, tal y como se adivinaba en las imágenes difundidas. La primera versión que habían dado las autoridades rebeldes, de que había muerto en un fuego cruzado, era falsa, como resultaba evidente a simple vista.

Los guardias no pusieron objeciones a que encendiéramos la cámara, y nos pusimos a grabar a toda pastilla imágenes de los cadáveres, que luego se pudieron ver en los telediarios de aquel sábado y que eran realmente impactantes. Y fue un momento muy surrealista, ya digo, porque nos dejaron hacer incluso un par de entradillas junto a los cuerpos y, mientras tanto, no dejaba de entrar gente, en pequeños grupos, como si se tratara de una exposición de pintura. Algunos lanzaban insultos contra Gadafi, le hablaban o le contemplaban en silencio, y otros directamente se hacían fotos junto al cuerpo haciendo el signo de la victoria como macabro recuerdo.

Al cabo de unos minutos nos echaron por fin, y entrevistamos a la gente que hacía cola para ver el cuerpo del dictador. Tan solo uno de los entrevistados vino a decir que no aprobaba la forma en que Gadafi había muerto. Tanto él como todos los demás decían que, al fin y al cabo, se lo tenía merecido  por todos los años en los que había hecho sufrir al pueblo libio. Uno de ellos dijo haber venido directamente de Sirte  en coche (3 o 4 horas desde Misrata), expresamente para verlo.

Polémica por la exhibición del cuerpo

Se ha discutido mucho sobre por qué las autoridades del Consejo Nacional de Transición  quisieron exhibir el cuerpo  de esta manera, o por qué lo aceptaron como hecho consumado cuando los mandos rebeldes tuvieron la genial idea. Mi opinión es que fue un error que les ha costado muy caro en términos de imagen frente al exterior.

Pero parece que se juntaron dos situaciones: por un lado, su deseo de mostrar a todo el mundo que Gadafi había muerto realmente, y luego las dudas y discusiones sobre qué hacer con el cadáver en el seno del Consejo y entre los mandos militares rebeldes. A muchos nos hubiera gustado ver a Muamar Gadafi sentado en el banquillo para responder por sus crímenes.

Pero, por otro lado, no podemos engañarnos. A muy pocos les interesaba un Gadafi vivo, juzgado en Libia o en La Haya, armando el espectáculo cada día y vertiendo  acusaciones contra las potencias occidentales que colaboraron con él, aglutinando a sus seguidores y arengándoles, llamándoles a resistir contra las “ratas”, como calificaba a los que se atrevieron a sublevarse contra su régimen.

Las autoridades del CNT tardaron todavía varios días en decidir qué hacer con el cuerpo, y al final lo enterraron en un lugar secreto del desierto libio. Inspirándose quizá en lo que había hecho EE.UU. con Bin Laden, al que enterraron en el mar,  el nuevo poder libio trató así de evitar que la tumba del ex líder libio se convirtiera en un lugar de peregrinación de sus fieles o que fuera saqueada.

En todo caso, fue toda una experiencia comprobar cómo acabó el Rey de Reyes de África, el megalómano Gadafi,  que hizo de Libia su chiringuito particular durante 42 años, con su séquito de walkirias, sus jaimas y sus miles de excentricidades. Gadafi murió y fue enterrado en Libia, como prometió, pero seguro que él nunca imaginó que acabaría así, expuesto ante todo el mundo en una cámara frigorífica.

Personalmente, me quedo con el recuerdo de aquel día, en el que los enviados especiales de TVE nos quedamos con la sensación de que, esta vez sí, habíamos contemplado un pequeño pedacito de Historia, algo que, a veces, solo a veces, ocurre en esta profesión.