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Santos, beatificaciones e ideologías en el siglo XXI

  • En la beatificación de Juan Pablo II han podido influir elementos ideológicos
  • "¿Por qué no es santo Monseñor Romero?"

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Una figura de Juan Pablo II entre otras imágenes en una tienda de Nápoles
Una figura de Juan Pablo II entre otras imágenes en una tienda de Nápoles

Monseñor Romero

El 24 de marzo de 1980, un disparo al corazón, mientras oficiaba misa, terminó con la vida de Oscar Arnulfo Romero, monseñor Romero. Arzobispo metropolitano de la capital de El Salvador, llevaba dos años denunciando la violencia de los militares y escuadrones de la muerte contra los campesinos, en un país gobernado por una junta militar con el apoyo de Washington.

Su asesinato sigue pendiente de esclarecerse, aunque un capitán del Ejército reconoció su participación en una entrevista y atribuyó la autoría a un grupo de civiles y militares.

Desde entonces, Monseñor Romero se ha convertido en un símbolo de la iglesia comprometida por la lucha por los derechos sociales, no solo en América.

En 1994, la archidiócesis de San Salvador inició el proceso de beatificación, que se encuentra pendiente desde 2005. De superarse, sería el primer beato y mártir de El Salvador. Los grupos progresistas cristianos llevan a cabo una intensa campaña para defender su causa.

Lo primero de todo es afirmar que declarar santo a una persona depende de la idea que tengamos de santidad. Mejor: depende de la idea que tengan de santidad los que declaran a alguien santo. ¿Por qué no es santo monseñor Romero? ¿Cómo es posible que su causa vaya más lenta que la de Juan Pablo II? Ahí hay algo de ideología.

Hace años (antes de ordenarme, o sea, muchos años) leí un número de Concilium dedicado al tema de la santidad y de las canonizaciones. Un artículo presentaba el caso de una monja del siglo XVII o XVIII cuyo proceso se había iniciado tres veces diferentes a lo largo de un periodo de tiempo. Cada vez se había presentado su vida subrayando un aspecto diferente, curiosamente siempre en coincidencia con lo que en la Iglesia en aquel momento se entendía como más importante. Primero había sido una monja muy misionera, luego había sido una monja muy mística y, al final, había sido una monja entregada a la caridad.

Como dijo un compañero mío a un alumno sacerdote que había fundado una congregación, arrodillándose ante él: “Beso la mano de un futuro santo”. Un proceso es algo largo y caro. Muy caro. Hace falta una organización potente, generalmente una congregación religiosa,  tras del santo para que llegue al final de la carrera.

Un proceso legislado al detalle

El tema de los milagros es curioso. No basta con mostrar la santidad de las virtudes o que el sujeto haya tenido virtudes heroicas (conceptos que ya son complicados en sí mismos). Además se tiene que haber hecho algún milagro por su intercesión. Y ahí se abren numerosas cuestiones: ¿qué se entiende por milagro? ¿quién certifica el milagro? Es un tema, cuando menos, complicado.

¿Qué se entiende por milagro? ¿Quién certifica el milagro? Es un tema, cuando menos, complicado

Se podría ir a la historia y pensar que, al principio, era el pueblo cristiano a nivel local el que declaraba alguien “santo”. Era un concepto popular. Como hay santos en el mundo musulmán y en otras religiones. Es el proceso ininterrumpido de centralización que ha vivido la Iglesia católica el que ha reservado las canonizaciones a Roma.

Y Roma es “romana”. Es decir, todo termina pasando por ese espíritu jurídico que caracterizó a la Roma imperial y cuyo espíritu continúa vivo en la Roma católica. Así que el tema de la santidad se termina legislando con todo detalle, hasta el último detalle.

Claro que, también, podríamos mirar el asunto desde otro punto de vista: el hecho de que Roma se haya reservado el tema de las canonizaciones y lo haya legislado con tanto detalle ha hecho que se haya sido mucho más cuidadoso a la hora de declarar santo a alguien que quizá lo habría sido popularmente. El proceso es largo y el abogado del diablo es algo más que una figura novelesca (con todas las limitaciones que tiene el proceso).

El tema de qué significa eso de la santidad es complicado porque dependerá de la lectura que hagamos del Evangelio. Si lo hacemos desde la teología de la liberación o desde la justicia social, nos saldrá un modelo de cristiano ideal. Y lo que trataremos es de ver si esa persona que queremos declarar santo se ajusta a ese modelo.

Si trabajamos desde la teología espiritual más tradicional valoraremos si la persona se disciplinaba, si rezaba muchas horas y otras cosas. Y así con otras lecturas o modelos. Pensemos que, por ejemplo, la vida sacramental, sobre todo la Eucaristía, está por lo menos a primera vista casi ausente de santos místicos como Teresa de Ávila o Juan de la Cruz. ¿No es curioso?

El tema de las beatificaciones o canonizaciones masivas de los mártires de la Guerra Civil me parece que sería mejor dejarlo de lado. Es complicado. Políticamente complicado. Creo que hay perfecto derecho a hacerlo. No hay ninguna razón para ocultar la memoria de esas víctimas (por ejemplo, los 51 claretianos que fueron fusilados en Barbastro, muchos de ellos chicos jóvenes, seminaristas de filosofía, que tenían veinte años justos).

Pero también es verdad que la Iglesia española perdió una buena oportunidad cuando no defendió públicamente el derecho de todos, también de los del otro lado, a abrir las fosas comunes de Franco y enterrar a sus muertos decentemente. Da pena que después de tantos años no se haya hecho eso y que nuestros muertos, los de uno y otro lado todos son nuestros, no puedan descansar tranquilos.

Beatificación "rápida"

En cuanto a la beatificación tan rápida de Juan Pablo II, diré que me ha sorprendido mucho. Tenía encima lo de Maciel y toda su historia de abusos [Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo y acusado de abusos a menores]. Al menos, desde la perspectiva pública parece claro que Juan Pablo II protegió y ocultó esa historia. Y con la que está cayendo, es sorprendente que lo beatifiquen y que no se haya clarificado ese asunto. Nadie habla del tema. Convendría aclararlo. ¿Fue o no un encubridor?

Parece que ahora de lo que se trata es de sacar adelante a un papa que tuvo una gran importancia mediática.  Y con esta beatificación apuntalar todavía mejor la propuesta de un modelo de Iglesia cada vez más conservador. Hacemos santo al papa en cuyo pontificado se fue recuperando poco a poco todo lo anterior al Concilio Vaticano II mucho más rápido que al que lo promovió, Juan XXIII. Y para colmo, a Juan XXIII lo beatificaron en la misma ceremonia que a Pío IX, el papa del Concilio Vaticano I y del Syllabus.

Claro que, al final, la canonización no santifica ni lo que hizo el sujeto ni lo que dijo. Sólo habla de su santidad subjetiva. Y muchos santos pueden serlo a pesar de lo que hicieron o dijeron. O simplemente fueron hijos de su tiempo. Pasa que la gracia de Dios es capaz de obrar maravillas. Es lo de que Dios escribe recto en líneas torcidas.

Lo malo es que muchas canonizaciones tienen un valor ejemplificante. Se canoniza a alguien porque se quiere que su vida sea modelo en un determinado momento de la vida eclesial y desde una forma concreta de pensar la Iglesia. Y ahí está la ideología y la política del asunto.  ¡Nada es inocente!

* Fernando Torres es miebro del consejo de redacción de la revista alandar