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Guillermo y Catalina unen a los británicos con su realeza en la boda real del siglo XXI

  • El príncipe y su ya esposa han hecho sus votos ante 2.000 personas
  • Un millón han seguido su recorrido nupcial por las calles de Londres
  • La lluvia finalmente no ha hecho acto de presencia

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La ceremonia de la boda real británica se ha celebrado según lo previsto

El 29 de julio de 1981 el príncipe Carlos y Diana de Gales embriagaron la atención de los británicos con un beso en el Palacio de Buckingham que daba la vuelta al mundo. Casi 30 años después este 29 de abril de 2011 su hijo Guillermo y su ahora esposa, Catalina Middleton, los han emulado con un beso tímido, propio de una pareja de recién casados ruborizada al exponer su amor no solo ante ellos; también ante 2.000 millones de personas. 

Diana de Gales era tímida, tenía 19 años, una mirada inocente e ingenua. Catalina tiene 10 años más, y la madurez y la preparación suficiente para saber el terreno pisa.

Acompañados de una Reina de Inglaterra a punto de cumplir sus bodas de diamante en el trono y un príncipe de Gales situado como eterno heredero, los a partir de este viernes duques de Cambridge han repetido el beso ante el grito incensante de "Guillermo y Catalina", conscientes de que a partir de este día se ha convertido en el rostro de la monarquía británica para el siglo XXI.

Kate y Guillermo ya son los nuevos duques de Cambridge. Se han dicho el "sí quiero" frente al altar principal de la abadía de Westminster, tras lo cual el arzobispo de Canterbury les ha declarado marido y mujer.

Y es que Middleton, una joven plebeya de 29 años descendiente de mineros del norte del país, ha conseguido en apenas una mañana devolverle a la Familia Real británica dos cosas que casi tenía olvidadas: la capacidad de emocionar a sus ciudadanos y volverla a convertir en centro de la atención mundial.

Un millón de personas se han lanzado a la calle,  según ha confirmado la Policía británica, para celebrar el enlace en el trayecto de dos kilómetros que va desde el Palacio de Buckingham a la Abadía de Westminser, de las que 500.000 se concentraban en el Mall, la gran avenida que conduce hacia el palacio real.

Según el portavoz policial, en el enlace de Carlos y Diana hubo 600.000 personas en la calle, 400.000 menos, mientras que en las bodas de oro de la Reina de Inglaterra en el trono, en 2002, se superó el millón.

Cientos de miles de personas ondeando banderas británicas arremolinadas en los alrededores de la Abadía de Westminser han contenido el aliento hasta que la euforia se ha destacado cuando han empezado a aparecer los primeros invitados y después la familia real británica.

Ojala sean tan felices como lo somos nosotros, decía una pareja

Cuando Kate ha entrado en la abadía una pareja inglesa ha descorchado una botella de champagne y ha brindado por los novios. "Ojalá sean tan felices como lo somos nosotros", han deseado.

La mayoría de los que allí estaban congregados se han encaminado al Mall para coger sitio y así ver el recorrido nupcial.

Algunos se han dirigido a algún pub o centro social cercano donde retransmitían la boda en pantalla gigantes sobre todo los que no habían podido ver bien el vestido de la novia después de tanta espera.

Todos han desafiado a un cielo que amenazaba lluvia pero que ha terminado respetando tanto a los asistentes que veían por pantallas gigantes cómo el príncipe Guillermo y Catalina Middleton se han dado el "sí quiero" frente al altar principal de la abadía de Westminster, tras lo cual el jefe de la Iglesia anglicana, el arzobispo de Canterbury les ha declarado marido y mujer.

Los recién casados, Guillermo y Catalina, salen de la Abadía y pasean muy felices en una carroza descubierta.

"Pronuncio que sean hombre y mujer juntos, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén", ha proclamado Williams en una ceremonia en la que todo ha ocurrido siguiendo el guión estudiadamente previsto con anterioridad por la familia del novio.

Fervor en las calles

Tras escucharlo, se han escuchado gritos de admiración en las calles que luego se han repetido de manera insistente durante el trayecto desde el templo anglicano hasta el Palacio de Buckingham, donde la multitud se ha concentrado a la espera del beso que sellará el final de los actos de celebración.

Los recién casados se han subido a una carroza 1902 State Landau  tirada por cuatro caballos blancos y acompañada por cocheros y dos  jinetes en caballos negros, seguidos de la guardia real montada a  caballo.

Kate Middleton llega a Westminster en un Rolls Royce Phantom VI acompañada de su padre.

Previamente, los novios han prometido "amarse, confortarse y honrarse" en los votos matrimoniales que intercambiaron frente al altar y el príncipe Guillermo puso el anillo a la novia, una alianza de oro regalado por la reina, procedente de una mina del País de Gales, tal y como establece la tradición de la monarquía británica.

La pareja ha utilizado para la ocasión la ceremonia prevista en la Serie Uno del Libro de Oración Común de la Iglesia de Inglaterra.

Eran las 11.14 hora local (12.14 hora peninsular española), momento en el que Catalina se convirtió en su Alteza Real la duquesa de Cambridge, un título que Guillermo recibió por la mañana de su abuela, la reina Isabel II.

Todos los ojos estuvieron puestos en una contenida y emocionada Catalina, vestida con un elegante vestido color marfil, diseñado por Sarah Burton para la firma del fallecido Alexander McQueen.

“El vestido era precioso con un toque a Grace Kelly que le sentaba muy  bien. Aunque iba demasiado maquillada y el velo le quedaba muy pegado a  la cara", opinaba Marian en la calle. “A mi me ha parecido que iba muy guapa y muy  sencilla, le contestaba su amiga Natalie.

Precisión matemática

La pareja sonrió y se miró constantemente a los ojos mientras intercambiaron los votos matrimoniales, flanqueados por el príncipe Enrique, hermano de Guillermo y padrino en esta boda, y de Michael Middleton, padre de Catalina.

Los pequeños gestos de amor han contrastado con una ceremonia que se ha desarrollado con precisión matemática y en la que solo hubo un momento de duda cuando Guillermo tuvo problemas para poner el anillo en el dedo anular de la mano izquierda de su esposa.

El príncipe Guillermo no llevará alianza de casado.

Tras ser recibida por el deán de Westminster, John Hall, la novia ha avanzado por la alfombra roja hasta el altar del brazo de su padre y seguida de su hermana Philippa, su principal dama de honor, que le sujetaba la cola del vestido, y de los pequeños pajes.

El ramo de novia de Catalina ha sido un cariñoso guiño a su marido, ya que incluía unas flores conocidas en el Reino Unido como "Sweet William". El ramo de Catalina contiene también mirto -flor que representa el emblema del matrimonio y el amor- de otra planta que se empleó para componer el buqué de la reina Isabel II en 1947.

"Estás preciosa"

Con los invitados puestos en pie y mientras sonaba el himno "I was glad", Kate, a quien ahora se llama Catalina, ha caminado sonriente hasta el altar, donde la esperaban el príncipe Guillermo y su hermano Enrique, su padrino de boda.

Según se pudo apreciar, al verla a su lado, Guillermo le ha susurrado: "Estás preciosa".

Ambos se han unido después a la congregación para cantar otro himno, tras lo cual empezó el servicio religioso.

Guillermo, segundo en la línea de sucesión a la corona británica, había llegado unos 45 minutos antes a la abadía acompañado por su hermano, el príncipe Enrique, que ha sido su padrino, en una limusina.

La presencia de Diana

Ambos visiblemente nerviosos volvían al escenario en el que vivieron uno de los momentos más tristes de su vida: el entierro de su madre, Diana Spencer, en 1997 en un accidente de tráfico.

La presencia en la boda de personalidades como el cantante Elton John, que cantó la inolvidable Candle in the wind en aquella ceremonia, y el anillo de compromiso de Catalina, el mismo que su padre le dió a su madre, han sido las pequeñas señas de la presencia invisible de la princesa de Gales, que ha sido muy recordada en la calle.

“Se lo debemos a Diana, Lady Di.  Estamos aquí porque él es su hijo y  queremos que sea nuestro futuro rey”, declaraba un grupo de mujeres de  Portsmouth.

Aunque ese es el deseo de muchos otros británicos, Guillermo y su esposa aún quieren vivir sus últimos momentos de anonimato en los dos próximos años.

Por el momento, y ya sin el foco de las cámaras, aún les queda una jornada de celebraciones en el Palacio de Buckingham y una luna de miel en la que las islas del Caribe, Jordania y las Seychelles figuran como objetivos preferidos por las casas de apuestas.