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Colombia, el precio de la paz

  • Después de medio siglo de lucha entre el Gobierno y las FARC, la paz parece posible
  • Un equipo de En Portada se ha desplazado hasta el país sudamericano

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En Portada - Colombia, el precio de la paz

¿Habrá sido el pasado 23 de junio el último día de la guerra en Colombia? Así lo entendían en La Habana el presidente Santos y el guerrillero en jefe de las FARC, Timochenko, cuando anunciaban ese día un alto el fuego indefinido. Un conflicto que dura más de medio siglo y ha costado la vida a 225.000 personas, el 80 por ciento civiles. El conflicto de Colombia se ha contado desde muchos ángulos, aunque el más dramático es el de las víctimas, un colectivo del que forman parte fallecidos, secuestrados, desplazados y desaparecidos.

El equipo de En Portada viajó a Colombia para contar uno de sus episodios más tristes, y puede que de los menos conocidos: el de los llamados Falsos Positivos. O dicho de otra manera, del asesinato de civiles inocentes a quienes miembros del ejército hicieron pasar como guerrilleros muertos en combate.

Pero la realidad a veces retuerce las intenciones del periodista. La llegada a Bogotá coincidió con el apretón de manos de dos enemigos irreconciliables, Las FARC y el Gobierno y este hecho, el anuncio del acuerdo, nos obligó a reconducir el reportaje por una senda imprevista: ¿Qué pasará cuando llegue la paz? ¿Quedaran impunes muchos crímenes cuando se decrete una amnistía que beneficie a las partes en conflicto? ¿Qué dirán las víctimas que llevan años reclamando justicia?

La conclusión provisional de nuestro trabajo es que la paz tiene un precio y que habrá que buscar una fórmula para evitar una “piñata de impunidad”; para que las alfombras de la paz no escondan crímenes sin castigo. Es la hora de la política y de la pedagogía y hasta los más firmes defensores de la paz, saben que no será posible contentar a todos, especialmente a las víctimas, cuyo dolor es infinito y la reparación casi imposible.

Pero habrá que intentarlo. Se trata de poner fin a un conflicto del que casi nadie recuerda cómo empezó cuando, a finales de los años 50, se organizaron los primeros grupos armados campesinos, disconformes con la distribución de la tierra. Años más tarde, Colombia se convertiría en tierra de narcotraficantes y al necesitar tierra para sus cultivos, provocaron el desplazamiento de millones de campesinos. El negocio de la droga no fue privativo de los sicarios y más tarde se extendería tanto a la guerrilla como a los grupos paramilitares que nacieron para combatirla.

Falsos positivos, falsos guerrilleros

En medio de este escenario, sin un único verdugo, las fuerzas armadas actuaban con impunidad, urgidas por el “todo vale” de su histórica misión. Así surgieron prácticas crueles, -casi impropias de seres humanos-, como los casos de los llamados “Falsos Positivos”. Se estableció un sistema de recompensas económicas, ascensos y otros privilegios para los miembros de las fuerzas armadas que presentasen un buen expediente en la lucha contra la guerrilla. Y en esta espiral, las bajas de insurgentes en combate, eran muy apreciadas.

Fue cuando se puso en marcha un mecanismo para “fabricar”, a partir de pruebas falsas, “falsos guerrilleros”: inocentes ejecutados a quienes el ejército presentaba como terroristas muertos en combate. Los primeros casos se remontan a los años 80 y se multiplicaron durante los 8 años de presidencia de Álvaro Uribe. Naciones Unidas hizo un informe sobre el terreno, en el año 2010, en el que concluyó que aunque no había pruebas para poder afirmar que los asesinatos respondían a una política de Estado, tampoco podía decirse que eran hechos aislados. En junio de 2015, Human Right Watch dió un paso más al ofrecer pruebas de que en casi todas las divisiones del ejército se habían producido casos de “falsos positivos” y que estas prácticas no podían llevarse a cabo sin conocimiento de los superiores.

Y en esto llegó la paz o para ser más exactos, el anuncio de que la paz está cerca y de que el precio a pagar podría ser la libertad de los asesinos de tantos inocentes. Los más firmes defensores del proceso, creen que culminarlo llevará al menos una década y que el perdón sólo llegará si a cambio los victimarios cuentan la verdad. ¿Hasta dónde subirá el grado de responsabilidad? ¿Qué pasará entonces? Son preguntas que no se pueden responder.

Habrá que volver a Colombia y hacer muchos más En Portada, para saberlo. Entretanto, me quedo con el mejor patrimonio de un periodista: el haber conocido, gracias a este reportaje a personas maravillosas: a las madres de Soacha, a otras madres en carne viva, como Carmen Hernández; a José Miguel Vivanco, de Human Right Watch y a Alejandro Matos, de Intermón Oxfam. Todos, seres humanos a la altura de las causas más nobles.