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Bartolomé Bermejo, el maestro inconformista del Gótico

  • El Museo del Prado recupera una antología de uno de los maestros más rompedores del medievo
  • Bermejo fue un virtuoso de la técnica y trascendió la temática religiosa con sus obras maestras

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Imagen de la exposición 'Bartolomé Bermejo'.
Imagen de la exposición 'Bartolomé Bermejo'.

El pintor Bartolomé Bermejo fue excomulgado en 1474 porque dejó a medias el retablo de la parroquia darociana de Santo Domingo de Silos, que se le había encargado por contrato.

No era la primera vez que Bermejo daba la espantada, bien porque consideraba que no se le pagaba lo suficiente, por la incomodidad de pintar junto a otros maestros que valoraba como menos cualificados que él o para no ajustarse a los criterios conservadores de la cofradías para las que creaba. La excomunión supuso de facto un tirón de orejas con alguna restricción laboral más que una pena espiritual.

La anécdota ilustra el carácter rocoso e inconformista del autor. El pintor fue uno de los genios más fascinantes del siglo XV en España: un virtuoso de la técnica al óleo en la estela de maestros flamencos como Jan van Eyck y Rogier van der Weyden.

'San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan'. Bartolomé Bermejo. National Gallery

El artista fue una celebridad del Gótico aunque posteriormente se esfumó en el olvido. Fue reivindicado con honores a principios del siglo XX aunque no es muy conocido por el gran público. Ahora, el Museo del Prado presenta una antología excepcional organizada por el Museu Nacional d’Art de Catalunya. Recupera 48 piezas entre las que se encuentran obras maestras como San Miguel triunfante sobre el demonio con Antonio Joan de Tous (1468), procedente de la National Gallery, o Piedad Desplà (1490) de la Catedral de Barcelona.

De la biografía de Bermejo poco se sabe. Judío converso de origen cordobés en la época en la que los hebreos fueron expulsados de la península, tuvo que enfrentarse a prejuicios y dificultades que le condujeron a una carrera itinerante en la que recaló en Valencia, Zaragoza y finalmente, Barcelona.

En muchas ocasiones, el pintor tuvo que asociarse con maestros residentes en las ciudades donde se asentó para sortear las restricciones del rígido sistema de gremios. El artista era muy consciente de su talento y el trabajo conjunto con autores menos dotados artísticamente provocó roces y resultados desiguales en estas obras a varias manos.

“Cuando él pinta solo y controlando todo el proceso, las obras son extraordinarias y le convierten en el mejor pintor del siglo XV en la península ibérica. Y uno de los mejores artistas de Europa de ese momento. Era un pintor muy valorado por clientes y admirado por sus colegas. Cuando pintaba en la catedral de Zaragoza se obliga a comprar unos cerrojos para cerrar el sitio en el que él pinta para que no se pudiera ver. No sabemos lo que significa esto, pero probablemente que su técnica era tan particular que creaba de manera aislada e íntima”, explica el comisario de la exposición, Joan Molina.

Universo ilusorio rompedor

Maestro absoluto del cromatismo, el pintor fue aupado por poderosos comitentes como el arcediano barcelonés Lluís Desplà o el mercader italiano Francesco della Chiesa; sobre todo fue capaz de innovar: creó un universo visual rompedor, simbolista y mágico. Un tour de force constante que perseguía la fascinación en la mirada del espectador.

“Cuando él trata los temas religiosos lo hace de forma totalmente diferente. Por ejemplo, en el San Miguel crea una imagen fantástica del Arcángel. Más que un Arcángel se convierte en un caballero de la caballería tardomedieval. Esa imagen preciosa de una armadura cromada es casi un reflejo de esta admiración que vemos reflejada en novelas como Tirant lo Blanch (Tirante el Blanco) de Joan Martorell”, señala el profesor Molina.

En este ilusionismo pictórico cohabitan refinados brillos y reflejos luminosos sobre metales o efectos de transparencia en gasas que dan verosimilitud a tejidos y mármoles. Convierten a la Piedad de Esplà en una obra completamente única y originalísima.

Tras la realización de esta pieza excepcional en 1490 se pierde el rastro del pintor envuelto en incógnitas: ¿Qué ocurrió para que el mejor artista de su generación desapareciera del paisaje artístico tras ejecutar su obra maestra? Es una pregunta sin respuesta.

Tras un largo periodo en las sombras, en el que sus pinturas durmieron arrumbadas en sacristías y desvanes, hubo que esperar hasta finales del siglo XIX y principios del siglo XX para que su memoria fuera recuperada: numerosos estudios y exposiciones se enfocaron en la pintura medieval y Bermejo retornó al foco de atención.

El éxito fue tal que provocó un boom de falsificaciones y copias de sus obras, al que la muestra de El Prado dedica un espacio. Toda una prueba de la genialidad del cordobés como uno de los mejores creadores de la segunda mitad del siglo XV.