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'Hay que deshacer la casa', cuando el dinero bien merece un mal trago

  • Una obra sobre el valor del pasado, los recuerdos y el dinero
  • Esta adaptación de Andoni Ferreño reflexiona sobre los miedos masculinos
  • En el Teatro Muñoz Seca de Madrid hasta el 28 de septiembre

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Andoni Ferreño y Ramón Langa protagonizan este drama sobre el momento en que dos hermanos se ven obligados a repartirse la herencia de sus padres.
Andoni Ferreño y Ramón Langa protagonizan este drama sobre el momento en que dos hermanos se ven obligados a repartirse la herencia de sus padres.

“El dinero bien merece un mal trago”. En esta simple frase del libreto se puede resumir el argumento de Hay que deshacer la casa, adaptación del texto de 1983 de Sebastián Junyent que dirige y protagoniza sobre las tablas Andoni Ferreño junto a Ramón Langa en el Teatro Muñoz Seca de Madrid hasta el próximo 28 de septiembre.

Hay que deshacer la casa habla de un momento que siempre llega, la muerte, y lo que viene después, la herencia. Es una circunstancia de la que no podemos escapar. “Alguien tiene que encargarse de hacer las cosas”, dice uno de los personajes que dialogan sobre el valor del pasado, de los recuerdos y de lo difícil que es asumir la nueva condición de heredero.

La obra presenta a dos hermanos, Álvaro y Cosme, que se reencuentran después de muchos años para decidir cómo repartir la herencia de sus padres muertos y “deshacer la casa”. El tiempo, la distancia y los conflictos han separado a estos dos hombres que se tratan como completos desconocidos en una obra que aprovecha para profundizar y reflexionar en los miedos masculinos.

Demasiadas emociones en poco tiempo

Hay que deshacer la casa dice más de lo que cuenta. Al situar a esos hermanos, entrados en años y en desilusión, en la casa familiar, todos los objetos evocan recuerdos y esos recuerdos sirven como instrumento para canalizar otros temas.

El hogar, que antes era un palacio, ahora es un espacio asfixiante. Una sensación a la que contribuye el corte excesivamente clásico de una escenografía ideada por Plenum Concept que, sin embargo, innova al introducir la imagen desfigurada del padre en las paredes de la habitación donde transcurre la trama como símbolo de la omnipresencia del progenitor que observa desde un retrato que infunde en los protagonistas tanto miedo como nostalgia.

Con algunos golpes cómicos, va de la risa al llanto con una interpretación a la que el cambio de luces para bailar los pasos de John Travolta en Grease no hace ningún favor.

Los manteles de la abuela, el jarrón, los libros, los muebles… Todo hay que repartirlo, pero las risas se elevan a gritos cuando hay que hablar de dinero y de familia. Junyent la divide en dos: “la de antes”, los padres, y “la de ahora”, esposa e hijos, que ejercen una importante presión cuando se entra en lo económico.

La realidad hace apearse a los sueños

La vida familiar del uno se enfrenta a la independiente y aventurera del otro y ambos se dan cuenta de que, al final, son igual de desgraciadas. La monotonía acaba desplazando a los sueños mientras que estos, una vez vividos, ya no son lo que prometían ser.

“Lo bueno de los recuerdos”, dice Álvaro en un momento, “es que puedes escoger”. Y en esta capacidad de decidir, los dos hermanos optan por ridiculizar la situación jugándose a los dados las joyas familiares origen de la disputa.

Tras el calor de este momento, avivado por la interpretación de Ramón Langa del alcoholismo de su personaje, el frío vuelve a apoderarse de los muros y la relación entre los hermanos queda tocada, de muerte tal vez, por un acontecimiento que rompe el único vínculo que queda entre ambos.