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La voz del odio del genocidio de Ruanda

  • Valérie Bemeriki señalaba a traves de la radio los objetivos a asesinar
  • Unas 800.000 personas fueron asesinadas en el genocidio de 1994

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Valérie Bemeriki, locutora de la Radio Mil Colinas, en su celda de la prisión de Nyarugenge. De sus labios salieron mensajes que provocaron la asesinato de miles de personas.
Valérie Bemeriki, locutora de la Radio Mil Colinas, en su celda de la prisión de Nyarugenge. De sus labios salieron mensajes que provocaron la asesinato de miles de personas.

Valérie Bemeriki nos espera en una celda de la prisión de Nyarugenge, en Kigali. Está al fondo del patio. Las ropas coloristas africanas, las que llevan puestas las reclusas y las que están tendidas, le otorgan al recinto un aspecto casi de verbena. Pero no, la cárcel de Nyarugenge tiene poco de festivo. Los días se hacen eternos, la comida es escasa y las presas matan el tiempo haciendo punto o escuchando charlas bíblicas. De las 513 reclusas que malviven allí casi la mitad cumple condena por genocidio.

Valérie  tiene la cara gruesa. Va rapada, como todas sus compañeras. La dirección de la prisión no quiere correr riesgos con los piojos e insectos varios. Viste blusa azul cielo con bufanda azul marino. Nos sorprende. Hace mucho calor y su cuello gotea sudor sin pausa. La celda es de ladrillo visto y una cortina a cuadros cubre la intimidad de las literas. Se presenta: “Soy periodista”. ¿Dónde trabajó usted? “En RTLM”. Confirmado, la señora que tenemos enfrente es la que escupió por las ondas frases aberrantes para arengar a los interhamwe (literalmente “los que trabajan juntos”, milicias hutus especialmente sanguinarias) y la que desveló los escondites de los tutsis. Los mensajes terminaban siempre con un lacónico: a trabajar. Los interhamwe sabían que “trabajar juntos” no era otra cosa que abrir cráneos a machetazos.

Decíamos "están ahí" y mataban a los niños, las madres, las abuelas, los viejos

 “Decíamos: están ahí. Y en cuanto decíamos eso, los asesinos se dirigían a aquel lugar y asesinaban a todo el que se encontrara por allí. Eso quiere decir que mataban a los niños, las madres, las abuelas, los viejos… A todos.” Nos lo cuenta serena, con la mirada recta, sin buscar refugio en el suelo o alguna pared. Y añade: “Me arrepiento mucho, mucho. Y me hace estar mal. Cuando sé de alguien que ha muerto por alguna de mis emisiones, es un golpe muy duro para mí".

En busca de redención

La Valérie que conocimos los del equipo de En Portada es una mujer que inspira cariño. Su voz dulce y bien domada ayuda a darle credibilidad a todo lo que dice. Es atenta, de esas personas que no tienen nada, pero que darían todo lo que tienen por una sonrisa. Los que la conocieron hace 20 años no tienen el mismo recuerdo. La definen como una persona agria y desagradable. Se cuenta que en el tribunal gacaca que la juzgó (una suerte de justicia popular que tiene como base el reconocimiento de la culpa y la petición de perdón)  un testigo aseguró haberla escuchado en la radio: “No mates a las cucarachas con una bala. Córtalas en trocitos con un machete”.

Charlamos durante casi media hora gracias a su francés impecable. Nos habló de todo, de los dos únicos familiares que le quedan después de haber perdido a diez de ellos (casi todos también asesinados después del genocidio… Ésa es la otra parte de la historia); de cómo se financiaba la Radio Mil Colinas; de quién les hacía llegar los mensajes más sanguinarios; de cómo de pequeña los profesores le “metieron en la cabeza” el odio a los tutsis; y finalmente de lo bien que lo está haciendo el actual presidente de Ruanda, el tutsi Paul Kagame. La entrevista bien podría haber durado dos o tres horas, pero el director de la prisión (estaba presente y es una advertencia necesaria para entender quizá alguna de sus respuestas) ya tamborileaba con sus zapatos en el suelo. Nos habíamos comprometido a una entrevista breve, no más de diez minutos.

Nos despedimos chocando nuestras manos. Con una sonrisa. Y antes de salir de su celda me lanzó una frase de las que hacen pensar: “Gracias, y si me necesitan, aquí me tienen”. Quizá fue un puro formalismo, pero sonó más al deseo de escuchar la palabra gracias, de recomponer su figura, de empezar cuanto antes a resarcir todo el mal que ha causado.