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Antonio Chenel, 'Antoñete': se va un mito del toreo

  • Ha fallecido este sábado debido a una bronconeumonía
  • Ha sido una de las grandes figuras de lás últimas décadas

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Ya había cumplido la edad de la jubilación legal, pero todavía “estaba para torear”. Así hablaba de sí mismo Antonio Chenel, el mítico ‘Antoñete’ , hace sólo unos años. Él sabía que había vivido en torero y que moriría en torero, y que mientras pudiera hacer su dulce juego de muñeca y esbozar un natural, siempre tendría el alma vestida de luces.

Ha muerto por los malditos problemas respiratorios que le apartaron ya hace años de las plazas y, en la última temporada, incluso de algunas de sus colaboraciones radiofónicas y televisivas. Pervivirán en la memoria de los aficionados sus lacónicos, pero siempre certeros comentarios en las retransmisiones de toros de Canal +.

Pero, sobre todo, pervivirá su toreo, su sabiduría en la plaza, su perfume fascinante de torero antiguo e irrepetible. Mito de la tauromaquia, respetado de forma unánime por toda la profesión, Antoñete ha sido uno de los grandes nombres de la fiesta en las últimas décadas, junto con Curro Romero y Rafael de Paula. Ellos tres mantuvieron viva la llama que encendió tras la Guerra Civil Manolete y se la entregaron a José Tomás, quizá el último eslabón de una cadena de hombres asombrosos que se remonta a Belmonte y viaja en el tiempo hacia los orígenes de este arte hecho de riesgo y belleza.

La plaza de las Ventas, su plaza

Hijo de monosabio, había nacido en 1932, apenas inaugurada la plaza de las Ventas, “su” plaza. Antoñete vivió en la Monumental madrileña varios años y allí, entre el patio de cuadrillas y el del desolladero, mamó como nadie los entresijos del toreo. Lo aprendió todo y un día de 1946 se atrevió a vestirse de luces. Tomó la alternativa en 1953 y pronto destacó por su forma de torear, tan templada, tan antigua, tan moderna para siempre.

No era un torero que destacara por su valentía, pero pisaba terrenos arriesgados y los toros se lo recordaron con un buen número de lesiones y cornadas que hicieron de su primera etapa un verdadero calvario. Pero también le encumbraron a lo más alto. En 1966, frente a ‘Atrevido’, un toro ‘ensabanao’ de Osborne, Antoñete dio una lección de tauromaquia que nadie ha olvidado: más de 60 muletazos, la mayoría excelsos naturales, sin apenas mover los pies del suelo, sumergido en un trance artístico que enloqueció a Madrid.

Faenas memorables

Convertido ya en una leyenda, se retiró por primera vez en 1975. Pero era torero y quiso volver. Reapareció entre 1981 y 1985 y ahí sí, el triunfo fue su bandera: de éxito en éxito, llegó a cuajar faenas memorables. Algunos críticos piensan que fue su mejor época y que incluso superó a la faena de ‘Atrevido’.

Lo dejó otra vez en el 85, pero volvería, Antoñete siempre volvía. En 1987 reapareció y, desde entonces, ya con las facultades físicas muy mermadas, su carrera fue cuesta abajo. Sin embargo, hasta el año 2000 estuvo en activo, participando en festivales y corridas, dejando siempre algunas gotas del perfume hechizante que una vez tuvo a raudales.

Se ha ido el torero del mechón, el del terno rosa, el bohemio madrileño de pura cepa , el heredero de Belmonte y Manolete, el penúltimo dueño del natural. Deja un hijo todavía muy pequeño que le alegró la vida de torero retirado, cuando ponía su pasión en ese niño y en una ganadería brava de encaste Murube que le permitió sentirse matador hasta que tuvo que dejarla hace ya cuatro años. Dicen que el maestro, siempre melancólico , no quiso seguir con el ganado tras la muerte de 'Romerito', su semental.

Ahora nos queda el recuerdo de este mito que se va, baluarte de una fiesta que, como Antoñete, se resiste a dejarlo.