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Nicolás Leblanc, el malogrado inventor de la sosa artificial

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A hombros de gigantes

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El médico y químico francés Nicolás Leblanc nació en Ivoy le Pré el 6 de diciembre de 1742. Hijo de un herrero, su padre murió cuando contaba tan solo 9 años de edad.

Por este motivo fue enviado a Bourges a vivir con un médico, íntimo amigo de la familia, que le animó a seguir sus pasos. Con 17 años ingresó en la Escuela de Cirugía de París y una vez graduado abrió una consulta.

Debido a la escasez de sus ingresos, aceptó el puesto de médico privado del duque de Orleans, lo que le permitió gozar del tiempo y de los recursos monetarios suficientes para estudiar química y dedicarse a la experimentación.

Los primeros trabajos de Leblanc fueron sobre la cristalización. En 1786 presentó sus resultados a la Academia de Ciencias, que le recomendó que hiciera una colección completa de sales cristalizadas.

Su trabajo coincidió con la Revolución Francesa y la disolución de la Academia. Los resultados no fueron publicados hasta 1802 con el título Cristallotechnie.

Sosa o carbonato de sodio

Leblanc ha pasado a la historia por haber desarrollado el procedimiento que lleva su nombre para la obtención de la sosa o carbonato de sodio a partir de fuentes no orgánicas.

En aquella época se empleaban las cenizas de madera, pero su gran demanda para las industrias textil, del vidrio, de la porcelana, el papel y los jabones, estaban agotando los bosques europeos. La mayor parte de estas cenizas se importaban de España, a un precio muy elevado.

El problema era tan preocupante para Francia, que el rey Luis XVI ordenó a la Academia de Ciencias que ofreciera un premio o recompensa para la persona que inventara un procedimiento eficaz.

Leblanc asumió el reto. Solicitó apoyo económico al Duque de Orleans e instaló un laboratorio en la Universidad de París. Después de varios meses de investigación, en 1789 consiguió producir cristales de sosa a partir de sulfatos, carbón y piedra caliza en un procedimiento estándar de tres fases.

En la primera, hacía reaccionar la sal común con ácido sulfúrico a unos 800 grados de temperatura, para producir sulfato sódico y ácido clorhídrico. En la segunda, se machacaba el sulfato sódico con caliza y carbón vegetal y se calentaba en el horno para obtener una mezcla de cenizas con una cantidad variable de sosa. Por último, se separaba la sosa y se cristalizaba.

Gracias a este método, era posible la obtención de sosa a partir de la sal marina y el ácido sulfúrico como materias primas. Leblanc ganó el premio –aunque nunca llegó a cobrar la recompensa—y en 1791 patentó su procedimiento.

Obligado a revelar el secreto

Con la ayuda de nuevo del duque de Orleáns abrió una fábrica en St. Denis para la fabricación de sosa. Leblanc se las prometía muy felices, pero Francia vivía tiempos turbulentos. El duque fue arrestado, sus bienes confiscados --incluida la planta de sosa--, y posteriormente sería ejecutado.

Leblanc fue obligado a revelar los secretos de su procedimiento y la fábrica fue confiscada por el gobierno revolucionario. Se encontraba al borde la pobreza.

En 1792 trabajó para el gobierno como administrador del Departamento del Sena, pero sin salario alguno. En 1794 fue nombrado miembro del Comité del salitre, y ese mismo año ocupó un puesto en la Comisión de Artes, que dependía del Comité de Instrucción Pública.

Llevó a cabo el inventario del laboratorio de Lavoisier para su posterior venta, fue informador de los hospitales y estudió los pasos necesarios para reconstruir la actividad minera. Pero siguió sin percibir remuneración alguna.

Al límite

En 1793 regresó a Paris con una situación económica desesperada. Desarrolló un método para la obtención de amoniaco a partir de residuos animales, pero le denegaron la patente y los derechos de explotación.

Hizo múltiple intentos para conseguir trabajo sin éxito. Su hija de 16 años enfermó de parálisis y falleció. Reclamó la recompensa que le debían por su método para la fabricación de sosa, pero solo recibió una pequeña cantidad.

Entretanto, se abrían plantas en distintos lugares y se utilizaba su patente sin que percibiera derecho alguno. Leblanc sufrió una profunda depresión y se quitó la vida de un tiro a la cabeza el 16 de enero de 1806.

Medio siglo después, a título póstumo, el Segundo Imperio reconoció oficialmente su condición de inventor de la sosa artificial y concedió a sus descendientes una renta. Su método para obtener sosa estuvo vigente hasta que en 1870 el británico Solvay ideó el suyo, mucho más eficaz.