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Reino Unido vota indeciso su futuro político

  • Los sondeos colocan a los conservadores por delante pero sin mayoría
  • El voto táctico en determinadas circunscripciones puede ser decisivo

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Comparativa de los resultados de 2005 y las proyecciones de 2010.
Comparativa de los resultados de 2005 y las proyecciones de 2010.

Reino Unido afronta este jueves las elecciones más inciertas de su historia reciente, en las que lo único seguro es que se acaba una era de bipartidismo entre laboristas y conservadores.

Y es que ni siquiera se puede dar por derrotado al actual primer ministro, Gordon Brown. Aunque las encuestas no le son favorables, su remontada de última hora, el elevado número de indecisos y el voto útil pueden cambiar los pronósticos.

Unos 45 millones de ciudadanos están llamados a las urnas en 50.000 colegios por todo el país, que estarán abiertos entre las 7 de la mañana y las 10 de la noche (entre las 08.00 y las 23.00 hora española), y los primeros resultados significativos no se conocerán hasta bien entrada la madrugada.

Estas elecciones se han convertido en una curiosa paradoja sobre la democracia: mientras todos los indicios apuntan a una participación sensiblemente más alta que en los comicios anteriores -en torno al 70%, diez puntos más- esta movilización puede cristalizar en un país más ingobernable.

O, lo que es lo mismo, al escucharse la voz de más gente -una voz indecisa y susurrante- las costuras de un sistema anclado en tradiciones políticas y repartos electorales anclados en el siglo XIX pueden saltar para entrar de la noche a la mañana en el siglo XXI.

Buena parte de la responsabilidad se asienta en un hombre de ojos claros y políglota, casado con una española, defensor de la amnistía para los inmigrantes, ferviente eurófilo y ateo confeso.

El factor Clegg

Su nombre es Nick Clegg y hace ahora tres semanas cambió el guión de la campaña y precipitó debates que se han contenido durante décadas al otro lado del Canal de la Mancha tras ganar el primer debate de la historia de Reino Unido.

Aunque las encuestas muestran un cierto agotamiento del efecto que catapultó a su partido a la segunda posición -e incluso a la primera durante varios días- el éxito cosechado por su denuncia de un sistema bipartidista y viejo al que contrapuso un concepto de "justicia" basado en la reforma del sistema electoral ha marcado, para bien o para mal, la sucesión de acontecimientos que desembocan en la jornada electoral.

Primero: ha puesto en evidencia para siempre un sistema electoral en el que un partido con los votos mal repartidos por todo el país puede quedarse con hasta 150 diputados menos que sus rivales pese a que estos tengan menos apoyos.

Segundo: ha rescatado para la política británica una idea que parecía enterrada para siempre: el pactismo. Si hace unas semanas, cuando los conservadores empezaron a perder fuelle, la idea de un parlamento 'colgado' se veía como una tragedia ajena a la tradición británica, ahora las encuestas señalan que muchos ciudadanos -especialmente los jóvenes- desean específicamente una cámara sin mayorías para que las decisiones sean acordadas.

Tercero: ha resquebrajado la idea de que la simple alternancia política es sinónimo de cambio. Si el conservador David Cameron había abanderado hasta la jornada del primer debate el concepto de cambio, la irrupción de Clegg le ha dejado en evidencia sobrepasando con su propuesta de reforma electoral y constitucional su plan etéreo de una "gran sociedad" británica.

Cameron, el favorito que se ha recuperado

Curiosamente, fue Cameron el que le dió la oportunidad a Clegg de saltar al estrellato político, al plantear los tres debates electorales -inéditos en la historia británica- como un duelo a tres y no como un cara a cara entre él y el primer ministro, Gordon Brown, cuya telegenia deja mucho que desear.

Sorprendido por el papel de Clegg, el líder torie -que ha renovado su partido y lo ha atraido a un discurso propio de la derecha moderna europea- ha sabido aterrizar a tiempo de su sueño de mayoría absoluta y ha replanteado su campaña, abierto ya a la posibilidad de gobernar en minoría.

Además, su actuación en el segundo y, especialmente, en el tercer debate, ha demostrado a buena parte de los británicos que desconfían de su partido que puede ser un líder convincente y seguro de sí mismo.

En la última semana las expectativas electorales de los tories han subido del 32-33% a estar por encima del 35%, a unos pocos puntos de la ansiada mayoría absoluta que necesitan o, al menos, cerca de una mayoría relativa que no le haga depender de los liberal-demócratas.

Con el viento a favor del apoyo de la prensa y el activo indudable de ser a día de hoy la única opción que asegura la completa estabilidad del sistema -ninguna encuesta da más votos a los laboristas y los liberal-demócratas no tienen opción viable de ser el partido mayoritario por el sistema electoral- Cameron trata de recoger voto tras voto en las circunscripciones decisivas.

Las circunscripciones decisivas

En 2005 los laboristas lograron una amplia mayoría absoluta con apenas tres puntos de ventaja sobre los conservadores gracias a que sus votos estaban mucho mejor repartidos.

Eso deja nada menos que 130 circunscripciones con resultado abierto para estos comicios -es decir, aquellos en los que la ventaja laborista es inferior al 5% o está entre el 5 y el 9%.

Los conservadores esperaban lograr el sorpasso en la inmensa mayoría de los escaños y arrebatar al menos un tercio a los liberal-demócratas. El objetivo: alcanzar los 326 en la Cámara de los Comunes.

El problema es que en este caso las cosas también han cambiado. El dominical The Observer y la empresa de encuestas Ipsos MORI han lanzado una particular iniciativa: darle a los propios votantes la información de lo que vale su voto en su circunscripción para que se aseguren de que sirve para que el partido que más le gusta o menos le disgusta venza a nivel nacional.

Es el nacimiento del llamado 'voto táctico', que a veces se confunde con las llamadas al voto útil que hacen los dos grandes partidos a expensas de los liberal-demócratas para asegurarse la victoria.

En realidad, la cosa se resumen a lo siguiente: que los votantes laboristas o liberal-demócratas sepan en qué caso deben cambiar de bando para evitar una victoria de los conservadores.

Y es que, aunque Gordon Brown ha dejado claro que quiere que los simpatizantes del Laborismo voten al candidato laborista tras las palabras animando al tacticismo de dos de sus ministros, las cifras hechas públicas por la London School of Economics (LSE) no dejan lugar a dudas.

Así, si el escrutinio ratifica el 6 de mayo lo que pronostican los sondeos, la LSE deduce que los conservadores serían la fuerza más representada de la Cámara, con 275 diputados, seguidos de los laboristas, con 264, y de los liberaldemócratas, con 79.

En cambio, con el voto táctico, los laboristas serían la fuerza dominante, con 286 diputados, seguidos de los tories, con 251, y los liberaldemócratas, con 81.

Según cálculos del propio Partido Laborista, el 20% de los electores en estas circunscripciones está indeciso a 24 horas de las elecciones, lo que hace más  incierto el resultado.

¿Y Brown?

Y, para terminar de enredar el puzzle, un fenómeno extraño recorre Youtube en las últimas 48 horas: un discurso de Gordon Brown el pasado lunes ante Citizen UK, la mayor organización de efensas de las libertades civiles, que también contó en otros días con la participación de Clegg y Cameron, de ahí que se conozca como el cuarto debate 'no oficial'.

Liberado de ataduras, Brown hizo el discurso más vibrante de su carrera política según sus propios críticos y cosechó aplausos y ovaciones que no tuvieron sus rivales.

"Cuando Demóstenes habló a las masas en la antiagua Grecia y los ciudadanos se miraron unos a otros y dijeron: Manifestémonos", declaró de forma solemne. Ahora a él y a sus rivales sólo les queda esperar que esa manifestación les sea favorable.