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Bolivia: misiones de frontera

Bolivia, misiones de frontera NOTICIA
PdD / Santiago Riesco Pérez

Estamos en los Andes, en la frontera entre Bolivia y Perú, a 4.000 metros de altura. La falta de oxígeno dificulta cualquier esfuerzo. Aquí sólo sobreviven los rebaños de llamas y alpacas. De la mano de la ong española COVIDE-AMVE vamos a conocer las misiones de los padres paúles y las hijas de la caridad en las fronteras de Bolivia con Perú y Chile.

La aldea de Calacala es una de las 53 comunidades que atienden los padres paúles desde la misión de Mocomoco. La población no llega a cien personas. Apenas son veinte familias las que sobreviven a la dureza del clima y la altitud. Desde aquí sale una ruta que va directa a Perú y que es usada por los contrabandistas. Junto a la cría de llamas y alpacas es la otra fuente de ingresos. Calacala significa, en aymara, “piedra piedra”, sin duda, la formación rocosa que corona una de sus colinas tiene mucho que ver. Los oriundos se refieren a esta gran roca como “la iglesia de piedra” por su parecido a los templos católicos. Hoy es un día de fiesta para la comunidad de Calacala. Ha venido el equipo misionero desde Mocomoco para bautizar a Beltrán, un adulto que ha completado su formación de catecúmeno.

Los misioneros paúles vinieron a este rincón de Bolivia en 1994. El obispo de la diócesis de El Alto, ante la falta de clero, les invitó para que se hicieran cargo de dos parroquias rurales. Desde hace más de veinte años atienden un centenar de comunidades desde las misiones de Italaque y Mocomoco. El padre Aidan es norteamericano. Era profesor de matemáticas en la universidad de Saint John, en Nueva York. Dejó los Estados Unidos para venir a esta misión vicenciana. El padre Diego es madrileño. Cambió una prometedora carrera futbolística en el Atlético de Madrid para dedicarse a los más pobres en el altiplano boliviano.

Con Perú

El equipo misionero que atiende las 53 comunidades de la parroquia de Mocomoco está compuesto por cinco personas. Dos sacerdotes, una madre de familia y dos jóvenes laicos. Entre los cinco llevan a cabo una inmensa labor social y educativa. Pero todas sus actividades serían imposibles sin el encuentro diario con Dios. Ingas es un distrito originario indígena del que dependen siete comunidades. Está a tres kilómetros de Mocomoco. Su población ronda los mil habitantes. Debido a su cercanía con Perú, el contrabando ha sido una de las principales actividades económicas de la localidad. La misión colabora con la escuela a través de becas, del comedor escolar y de la entrega de material. Los misioneros católicos también han tenido mucho que ver en la recuperación de los bailes prehispánicos. La parroquia organiza cada año un concurso que ha sido clave para recuperar el orgullo de las raíces aymaras.

Una vez al mes, la misión distribuye alimentos entre las familias más pobres. Se trata de un proyecto de la Cáritas parroquial que no cuenta con ningún tipo de apoyo ni subvención externo. No se regala la comida, sino que se entrega a los que más lo necesitan por un precio simbólico. Es un modo de dignificar la pobreza. Por cada kilo de comida el precio es de 1 boliviano. Al cambio, unos 15 céntimos de euro. Entre las personas que están en la lista hay familias con más de tres hijos, madres solas y ancianos que no reciben el “bono dignidad” del gobierno. Gente que no tiene ningún tipo de ayuda.

El lago Titicaca marca la frontera con Perú. Algo más de 600 kilómetros separan las misiones de Mocomoco y Pisiga. Una distancia que no se puede recorrer en menos de doce horas. La ciudad de Oruro, capital minera de Bolivia, nos recibe con su gran casco en la rotonda de entrada. Es la última parada antes de llegar a nuestro destino. Pero los planes del Señor no coinciden con los nuestros. Un pinchazo en medio del desierto, a 3.500 metros de altitud, nos recuerda que, una vez más, estamos en sus manos.

Con Chile

La frontera de Pisiga nos recibe con un viento infernal. Estamos a 3.800 metros de altitud. Es el paso de Bolivia más cercano al mar. Los camiones se acumulan en la carretera mientras esperan los papeles de la aduana que les permitan continuar su camino. El año 2011 llegaban las Hijas de la Caridad a esta inhóspita misión de frontera. El obispo de la diócesis boliviana de Oruro les pidió que se hicieran cargo de los migrantes. Se estaba asfaltando la carretera internacional y cada vez eran más las personas que llegaban hasta aquí buscando una vida mejor en Chile. Muchos de ellos eran rebotados en la frontera y se quedaban en Pisiga, sin dinero y sin esperanza para combatir el frío en este cruel desierto del altiplano.

Cuando las hermanas llegaron a Pisiga-Bolívar la población oficial era de 73 habitantes. Cinco años después ronda los 800. El hecho de que se asfaltara la carretera internacional ha atraído a mucha gente del interior que se ha establecido en el pueblo.