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La fábula de Himalayi

Por
Glaciar del Cho Oyu
Glaciar del Cho Oyu

En líneas generales Himalayi se siente a gusto consigo mismo. Su cuerpo ha ido adaptándose progresivamente a la altitud y la empresa de conquistar la cima anhelada se le torna una empresa más factible. Aún con todo sigue habiendo momentos en los que se siente menos fuerte mentalmente y deja traslucir cierta inseguridad; son aquellos días en que añora más los seres queridos y se pregunta así mismo qué hace allí.

Himalayi recuerda en especial el día de la madre. Puede que la cercana influencia del Chomolungma, la Diosa Madre de la Tierra, le hiciera sentirse más melancólico y reflexivo, e inundarse de una maternidad contagiosa. Incluso, descubrió que compartía con los tibetanos y nepalíes del lugar, raíces ancestrales similares que hablan de aceptación y felicidad. Supo que la única era respuesta a la pregunta que ocasionalmente le salpicaba no era simplemente porque están ahí sino que a lo mejor estaba buscando algo que ni él mismo sabía, pero que sobre todo era... para volver. Himalayi estaba madurando como alpinista...

Himalayi mantenía una actitud abierta. No desaprovechaba momento alguno para estudiar las opiniones de veteranos, pero también las de aquellos en apariencia menos expertos. De todos podía aprenderse algo. Daba igual que hubieran subido uno, catorce o ningún ochomil. Era consciente que cuanto más se acercaba el momento cumbre, más expectante y alerta debía estar.

Rumbo a la cuesta extenuante

En esos pensamientos se sumergía unos días después cuando encaminaba sus pasos hacia la extenuante cuesta que conducía al Campo I, y que ahora le parecía menos inhumana. El cielo le parecía más azul y los níveos parajes más puros que antes. Al día siguiente intentarían llegar al Campo II y sabía que sería una jornada importante. Antes tendría que pasar unos test psicológicos en el Campo I, como parte del proyecto de investigación del Grupo "Salud y Seguridad en la montaña". Sin embargo la tarde se cubrió de negros nubarrones y un viento no muy fuerte, pero constante, aconsejó posponer la realización de los test para otra ocasión. Himalayí intentó conciliar el sueño y una vez más se preguntó cómo se encontraría al día siguiente. El por qué estaba allí ya no tenía tanta relevancia, había que desterrar pensamientos superfluos y centrarse en lo que se avecinaba.

Para Himalayi no puede decirse que la noche fuera buena. Se despertó una y otra vez, pero en los ratos que logró conciliar el sueño, sintió que su cuerpo aprovechaba el merecido descanso. Cuando llegó la hora, Himalayi hizo esfuerzos por desayunar algo, sobre todo intentó meter algo de líquido y salió de su tienda de campaña. Intentó adivinar en sus compañeros cómo se encontraban y se dispuso a ajustarse sus crampones. Por el rabillo del ojo admiró cómo se desenvolvía su compañero manco.

Probablemente fue la primera vez ese día en que, fugazmente, sintió la presencia de Riesgo. Sabía perfectamente de su existencia y, confusamente, unas veces lo había percibido como un aliado y otras como un enemigo incompasivo. Sí, pudiera ser que todavía no le conocía suficientemente. Se miró sus manos y se preguntó qué sucedería si le faltara una y perdiera varios dedos en la otra.

Comienzo de la ascensión

Intentando pensar en otra cosa, Himalayi comenzó su ascensión. Nada más comenzar se dio cuenta que el día iba a ser complicado. Un viento fuerte y una temperatura que rondaría los 15 ó 20 grados bajo cero congelaba pensamientos y extremidades. Himalayi, recordó un dicho noruego que proclama que no existe el frío sino gente mal abrigada y se preguntó qué había hecho mal. Hubo un momento que sintió que gélido aire aguijoneaba sus pulmones y se preguntó si valía la pena someterse a ese implacable desgaste. Su corazón estaba dividido. Si quería tener alguna posibilidad de conseguir la cima sabía que tenía que arriesgar. Pero ahora estaba intentando simplemente llegar al Campo II. Himalayi decidió darse la vuelta. Fue entonces cuando se enteró que un compañero ya había regresado hacia el Campo I porque sentía sus dedos congelados.

Esta temporada no estaba siendo fácil. Nadie había pasado del Campo II y la benigna climatología que les había saludado al principio de la expedición parecía querer pagarse ahora su precio. En medio de su desesperación oyó a uno de sus compañeros más veteranos decir que ese día había sido una magnífica experiencia de lo que esperaba el día de cumbre.

Cuando Himalayi y sus compañeros bajaron al Campo Base, se enzarzaron en un intenso y enriquecedor debate sobre las estrategias futuras. Unos defendían líneas más conservadoras, otros apostaban más fuerte. Himalayi pensó que fuera lo que fuera lo que se decidiese, lo importante no era una u otra opción. Por un instante, su pensamiento voló a otros lugares y otras experiencias. Recordó su reflexiones el día de la madre. Himalayi sabía perfectamente que la única solución era hacer las cosas bien y asumir o no el riesgo. Y eso era tarea ineludible de todos y cada uno de ellos.

Teniente coronel Alberto Ayora Hirsch (GMAM)

Autor del libro "Gestión del riesgo en montaña y en actividades al aire libre". (Ed. Desnivel. 2008)

Responsable de Prevención y Formación del Grupo de Investigación "Salud y Seguridad en la montaña"