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Un viaje a través del sonido

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Un día imaginé claramente cómo debía sonar mi viejo sueño: Un programa de relatos en el cual se pudiera viajar a través del sonido por las historias que guardan los libros. 

Primero elegiría un tema: la amistad, las broncas, la seducción... Luego, buscaría las mejores historias sobre eso en 80 libros clásicos. Y después leeríamos los fragmentos más sabrosos, en su idioma original y en castellano, y los ambientaríamos adecuadamente.

Yo creo que empecé a trabajar en este programa cuando tenía cuatro años, al escuchar los cuentos que mi padre me contaba para ir a la cama. No eran muchos. De hecho lo que más me gustaba era que me contara siempre los mismos dos cuentos, lo que no restaba interés al ritual de cada noche, sino todo lo contrario.

Incluso empecé a no tolerar que se atreviera a cambiar las palabras del relato:

-¿No, no, no... ¡La cabritilla no se escondía detrás de la puerta! ¡Se metía en la caja del reloj!... La ratita no decía eso, la ratita contestaba: ¡Contigo me he de casar! ¿Es que no te acuerdas?...

Claro que se acordaba, pero quizá quería comprobar si yo seguía los acontecimientos con atención.

Pasaba lo mismo con las pausas, con los cambios de tono según sucedían unas cosas u otras. Todo tenía que contarse bien. Saber de antemano lo que iba a suceder y cómo sucedería hacía el cuento mucho mejor, supongo que porque eso daba protagonismo al oyente, es decir, a mí, que, finalmente, era quien daba por buena la historia o le obligaba a repetirla como debía ser.

A eso, ahora, le llaman interactividad.

Lo cierto es que el encanto de escuchar una historia tiene sus reglas y hay que respetarlas todas si se quiere mantener interesada a la audiencia. Y así fue como mi padre, sin saberlo, me dio las mejores clases de radio que yo he escuchado jamás.

Pocos años después, durante muchas tardes de verano, presencié un ritual que enlazaba con los cuentos de mi padre: En el patio sombreado de mi abuela se reunían sus vecinas, que se traían silla y tarea y bordaban y deshilaban maravillosos manteles de hilo mientras escuchaban, en sagrado silencio, intensas historias de amores y desamores, alegrías y tragedias, que había escrito Guillermo Gautier Casaseca y protagonizaban Matilde Conesa, Matilde Vilariño, Pedro Pablo Ayuso, Juana Ginzo...

Era una hora sagrada aquella y nadie chistaba hasta que no se decía que mañana escucharíamos un nuevo capítulo de...

En la biblioteca de Umbrete, en el Aljarafe de Sevilla, donde amablemente se han prestado a escuchar antes de su estreno uno de mis programas para conocer sus reacciones, uno de los comentarios repetidos por los oyentes más mayores ha sido que, aunque les sonaba muy moderno, les recordaba aquellos seriales. No me extraña.

Empecé a trabajar en RNE el año de la Constitución, en 1978. He estado en casi todas sus redacciones: reportajes especiales, local, nacional, sociedad, parlamento, informativos, programas, en Radio 1, en Radio 3, en Radio 5 Todo Noticias. He sido redactora, reportera, responsable de área, jefa, productora, he estado en la antena y en la trastienda. Pero lo que siempre quise hacer fue un programa como este, un programa de relatos, de cuentos, de historias verdaderas, que se contaran al estilo de los cuentos nocturnos, con aquellas reglas de oro que me enseñó mi padre, y que lograra el milagro del patio de mi abuela y sus amigas costureras.

Un programa que los oyentes escucharan con verdadero deleite.

Eso quiere ser La vuelta al mundo en 80 libros.

Ojala lo disfruten tanto como yo he disfrutado imaginándolo, escribiéndolo, grabándolo y mezclándolo.

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