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"Olvídate de cocinar" o cómo nuestros ritmos de vida están acabando con la tradición culinaria

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Cada vez surgen más empresas que te envían la compra a casa, ofrecen suscripciones semanales de tuppers o inventan productos para sustituir una comida normal por polvos

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Olvídate de cocinar
Olvídate de cocinar

Mi amigo Edu tiene 28 años y teletrabaja como ingeniero de datos. Se acaba de independizar y le pregunté cómo se iba a apañar con la comida. Me explicó que había encontrado unos polvos para hacer batidos que contienen todos los nutrientes necesarios para sustituir una comida completa. Una especie de comida de astronautas para trabajadores que no tienen tiempo para cocinar. “No lo usaré todos los días, pero una cena o una comida te puede salvar”.

Los ritmos de vida son cada vez más acelerados y el trabajo no solo nos quita la mayor parte de nuestro tiempo, sino también la energía para poder cuidarnos como es debido, por lo que cada vez surgen más empresas dedicadas a la gestión de nuestra alimentación que se encargan de enviarnos la compra a casa, nos ofrecen suscripciones semanales de tuppers de comida casera o inventan productos para sustituir una comida normal por unos polvos.

El sistema productivo actual tiene como una de sus lógicas principales la optimización: conseguir lo más rápido por el menor precio, algo que va diametralmente en contra de la lógica de la cocina donde el sabor se consigue gracias al tiempo. España es un país con una tradición culinaria reconocida a nivel mundial, y junto con Italia, es el país europeo que más horas dedica a la cocina con una media de 6,8 horas a la semana, por lo que las empresas alimentarias de productos precocinados no venden tanto una idea futurista de modernidad, como ocurre con los productos de limpieza, si no que se disfrazan de tradición. La comida casera que antes era cotidiana ahora se nos vende como productos precocinados que prometen un viaje a la infancia al reproducir “la cocina de la abuela”, ensalzando la tradición culinaria familiar al mismo tiempo que nos animan a que nos olvidemos de cocinar.

Ese olvido colectivo supone no solo la muerte de una generación de cocineros y cocineras y sus recetas, sino también de un estilo de vida que nos permitía dedicarle el tiempo y el cariño suficiente a la cocina para que tuviera una función social, identitaria e incluso espiritual. La transmisión oral de las recetas de generación en generación es lo que ha dado forma a nuestra cultura gastronómica, pero si esta cadena se rompe y convertimos el comer en un mero trámite mecánico para poder seguir produciendo, las recetas que nuestros nietos hereden ya no serán las de nuestras abuelas, sino los platos precocinados, la comida a domicilio, los congelados del supermercado y, con suerte, la de algún tiktoker estadounidense a la que hay que quitarle algunos ingredientes prohibidos en la Unión Europea.

“Si convertimos el comer en un mero trámite mecánico para poder seguir produciendo, las recetas que nuestros nietos hereden ya no serán las de nuestras abuelas, sino los platos precocinados, la comida a domicilio, los congelados del supermercado y, con suerte, la de algún tiktoker estadounidense“

Comer por los ojos

Aunque este aceleracionismo gastronómico parece estar cambiando definitivamente nuestra forma de alimentarnos, los programas culinarios de televisión son un producto audiovisual al alza que están contribuyendo a la popularización de la cocina despertando en millones de espectadores las ganas de preparar su propia comida: según un estudio, el 48% de los españoles se han sentido inspirados para cocinar y replicar recetas que ven en pantalla. Ya sea en formato de concurso de cocina como ‘MasterChef’ o a modo de serie documental de Netflix como ‘Cooked’, la cocina se ha reintroducido en nuestras casas como en su día lo hicieron los programas de Arguiñano, con el añadido de que ahora apelan también a una audiencia más joven y no es extraño escuchar “cocinero” en respuesta a lo que los más pequeños quieren ser de mayor.

Pero el éxito de esta nueva tendencia no es solo gracias a la tele, sino a las redes sociales como Instagram o Tik Tok en las que los videos de recetas caseras fáciles son uno de los contenidos que más acercan la cocina a quienes no saben freír un huevo desmitificando la idea de que cocinar es algo verdaderamente difícil y que requiere grandes cantidades de tiempo. Lúa tiene 25 años, es diseñadora gráfica y empezó a subir a Instagram su archivo de fotos de cocina. Su cuenta @luxurygelatto es un ejemplo de cómo pueden convivir la tradición de la cocina con el consumo de imágenes en redes sociales. “Sigo muchas cuentas de Instagram de cocina, pero la mayoría van enfocadas a compartir recetas y a mí me interesa más la parte estética del asunto. Puede ir desde cosas que yo cocino, a packagings del super que me parecen guays, escenas de películas en las que la comida tiene algún tipo de protagonismo... Me interesa reivindicar el valor plástico de la comida y ver sus aplicaciones en el arte, la moda, la foto…”

Puede que recuperar el interés popular sea el primer paso, pero no debemos confundir al espectador con el cocinero. Las cuentas de gastronomía y cocina no solo se consumen a modo de tutorial, sino también como un contenido agradable que nos da paz y nos hace sentir bien, una experiencia digital reconfortante que puedes sentir mientras te comes unos noodles instantáneos en tres minutos, el equivalente de echarte la siesta mientras ves la vuelta ciclista.

Los beneficios de cocinar: salud, dinero y amor

Por muy conseguido que sea el plato precocinado de turno que nos recalentemos en la pausa para comer del trabajo o muchas cuentas de recetas que sigamos en Instagram sin que nos animemos a hacerlas, si comemos sin cocinar seguimos perdiendo sus efectos beneficiosos que no solo se asocian con una mejor alimentación y un menor coste, sino que también tienen efectos psicológicos positivos.

Michael Pollan, periodista y escritor estadounidense, es uno de los principales referentes del movimiento “slow food”, una respuesta a los modelos actuales de consumo basados en la comida rápida que busca la recuperación de la tradición culinaria a través de la cocina casera y la toma de conciencia sobre lo que comemos. “Solamente con volver a cocinar, declaras tu independencia de la cultura de la comida rápida. En cuanto te pones a cocinar, empiezas a pensar en ingredientes, empiezas a pensar en plantas y animales y no en un microondas y te das cuenta de cómo a través de un acto tan simple tu dieta ve una importante mejora” afirma el escritor.

En su libro “Cocinar: Una historia natural de la transformación”, Pollan expone la contradicción de un escenario en el que la cocina ha alcanzado una popularidad al nivel del cine o la música mientras cada vez cocinamos menos. A través de un viaje desde los orígenes primitivos de la cocina hasta la actualidad, el chef y activista resalta la importancia que el procesamiento de alimentos ha tenido para la especie humana, tanto para el aumento de sus capacidades cerebrales como para la socialización durante los tiempos de espera del cocinado y cómo la alteración de este orden pone en riesgo la supervivencia de nuestra cultura y del propio planeta.

Esta dimensión social es uno de los atractivos que la cocina tiene para Lúa: “creo que la cocina se ha convertido en algo muy importante para mí porque ha servido como pegamento de mis reuniones sociales. No recuerdo muy bien cómo ni por qué empezó, pero rápidamente adopté el papel de la persona que se encarga de cocinar en mi grupo de amigos. En muchas ocasiones se ha convertido en la excusa para reunirme con ellos. Creo que si se le da la importancia que se merece, cocinar hace que todo tome un tono más ceremonioso, y me gusta pensar que mis amigos y yo tenemos ciertas tradiciones alrededor de lo que comemos o cocinamos dependiendo de la ocasión. Sobra decir que es muy reconfortante alimentar a la gente a la que quieres”.

En un mundo donde las dos únicas posibilidades parecen ser producir o consumir, dedicarle tiempo a cocinar es un acto prácticamente antisistema ya que nos pone a nosotros y para quien cocinemos en el centro, una práctica tan antigua como el ser humano que ahora se nos presenta como un obstáculo en mitad de una rutina de trabajo. “Como imagino que nos pasa a muchos, o a casi todos, paso muchas horas de mi día viendo contenido en redes sociales. Cocinar requiere mucha concentración y organización, y para mí se ha convertido en la actividad que más me ayuda a salir de ese bucle, casi siempre desesperante, de consumo continuo de estímulos”, comenta Lúa.

“Paso muchas horas de mi día viendo contenido en redes sociales. Cocinar requiere mucha concentración y organización, y para mí se ha convertido en la actividad que más me ayuda a salir de ese bucle, casi siempre desesperante, de consumo continuo de estímulos” -Lúa @luxurygelatto-

El manifiesto de la marca de batidos sustitutivos hace hincapié de esta idea de la cocina como un inconveniente en su página web: “Es vital para nuestra salud y felicidad comer alimentos nutritivos, pero nuestras vidas ocupadas pueden hacer que eso sea un desafío. Entonces, lo que necesitamos es una comida nutricionalmente completa y conveniente”. Pero el desafío no debería pasar por renunciar a la cocina y resignarnos a sustituir la comida por unos polvos insípidos. El desafío real debería consistir en recuperar el control sobre lo que comemos, que el tiempo suficiente para comer esté garantizado en nuestros puestos de trabajo, reconciliarnos con la cocina y ser autosuficientes a la hora de alimentarnos, volver a juntarnos para cocinar y comer con nuestros amigos y familiares y mantener así aquello que nos hace humanos.

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Carlos Cascos (Madrid, 1994) estudió Periodismo y Cinematografía en Madrid. Ha colaborado en diferentes programas de radio y en medios digitales como Vice, Mondo Sonoro, Yahoo! o TiU. Ahora es guionista en el programa de Gen Playz (RTVE).