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¿Es el BDSM una cosa de boomers?

  • ¿Qué piensan las nuevas generaciones sobre las prácticas sexuales de sumisión y sadismo?
  • Charlamos con jóvenes filósofas, memeras, escritoras y artistas

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¿Es el BDSM una cosa de boomers?
¿Es el BDSM una cosa de boomers?

¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza cuando lees las letras B, D, S y M juntas? Es probable, si perteneces a la generación Z o incluso millennial, que el mero rótulo de esas siglas te produzca cierto rechazo. Y no es para menos. A lo largo de la última década, la representación en la cultura popular de este conjunto de prácticas sexuales se ha reducido a una serie de clichés y de imágenes que a menudo dejan mucho que desear. Para qué iba a interesarle a alguien joven o en edad de descubrimiento una sexualidad a menudo ridiculizada en las series de televisión —Bounding, Easy, Transparent—, y reivindicada en estas bien por hombres heterosexuales con aires de lúser, feos, proto-incels; o bien por mujeres que podrían ser deformaciones crueles de nuestras madres, algo así como unas señoras revestidas de cuero y encaje rosa, para quienes el placer es circunstancial y la violencia en la cama, otra forma de expresión de su eterna sumisión romántica.

Así es como ha quedado encajado en parte del imaginario colectivo: el BDSM como aspiración para insatisfechas sumergidas en la lectura de Cincuenta sombras de Grey. El BDSM como categoría risible y delirante en PornHub. O el BDSM como última puerta al mundo de las parafilias de una generación que poco se parece a la nuestra y de la que tantas veces nos avergonzamos, no ya por el edadismo estético que nos consume, sino más bien por el nuevo modo de entender las relaciones, el deseo y el consentimiento por el que trabajamos en la era post #MeToo.

"¿Cómo diferenciar entre lo que nos excita porque nos excita, y lo que nos excita porque supuestamente debería excitarnos?"

En realidad, este retrato dibujado en las líneas anteriores, podría ser otra manera de incidir en el imaginario torpe y degenerado que por ignorancia o por vergüenza solemos asociar al BDSM. Si la conversación pública o la representación artística o literaria alrededor del sexo y de las relaciones afectivas suele ser compleja, el simple hecho de ir un paso más allá para hablar de prácticas eróticas aparentemente marginales puede llevarnos a todavía más equívocos. Antes de intentar definir qué significan estas siglas para las nuevas generaciones, para la fotógrafa Mara Haro (@marablackflower) es importante señalar "que el BDSM, al igual que la homosexualidad y la transexualidad, al salirse de lo ortodoxo, ha sido y todavía es, perseguido, criminalizado, patologizado… en lugar de ser visto como una manifestación más del deseo y de las prácticas en el hecho sexual humano". De hecho, de acuerdo con su definición, el BDSM es una cosa fantasiosa y bien sencilla —a saber: sus siglas simplemente esconden los términos bondage, disciplina, dominación, sumisión, sadismo y masoquismo— que sólo se complica cuando entendemos que, por un lado, que su desarrollo se ha minado históricamente de estereotipos abusivos, pero que por el otro su reivindicación ha resultado para muchas personas una manera de trasgredir las normas heteropatriarcales a través del juego de roles o de reapropiación de la violencia.

Una vez más, como todo lo que tiene que ver con el gozo y con el empoderamiento, su representación pública se ha reducido constantemente a la de la imposición a la mujer. Para la estudiante de biología y colaboradora de Gen Playz, Mafer (@virtual.diva), leer sobre BDSM hoy, en las redes sociales, significa sortear constantemente descripciones de comportamientos tóxicos. Una de las primeras imágenes que a ella se le vienen a la cabeza al hablar de sumisión es la del "novio que pega o escupe a la chica". Para ella, el peligro de una defensa a ultranza y desde el desconocimiento de estas prácticas, "tiene raíz en las mismas dinámicas patriarcales de siempre, pues parece que te pone que el hombre sea dominante y tú una jovencilla a su merced”. Ahora bien, ¿es necesariamente malo que a una le guste jugar al rol de jovencilla a su merced? Para Mafer, siempre y cuando "esas dinámicas no se extrapolen fuera de la relación sexual", no hay nada de malo en ellas, y añade que "no dejaría de hacer algo que me excita y me gusta porque reproduzca estructuras tóxicas".

Así dicho parece muy sencillo: follar y jugar porque sólo es jugar y follar. Follar y jugar porque lo queremos. Follar y jugar porque nos excita. Follar y jugar porque lo consentimos. Follar y jugar y experimentar porque sabemos cuáles son los límites. ¿Pero de verdad lo sabemos? ¿Y lo saben nuestrxs compañerxs sexuales? ¿Cómo diferenciar entre lo que nos excita porque nos excita, y lo que nos excita porque supuestamente debería excitarnos? Así dicho es menos sencillo, pero es que el deseo nunca ha sido sencillo, y menos aún teniendo en cuenta la situación de desigualdad de la que nosotras, la mayoría de las veces, hemos partido.

Fluorrazepam: "Reproducir roles y dinámicas basadas en la dominación y sometimiento para mí se basan más bien en la educación que recibimos, la cual por desgracia romantiza el poder y erotiza el sufrimiento"

Tal vez esta advertencia y esta duda sea el motivo por el cual en la memesfera haya tanto debate y tanta producción de ideas alrededor de los roles sexuales heredados. Para La Fluorra, administradora de Fluorrazepam (@fluorrazepam2), por ejemplo, "todo lo que respecta a las relaciones humanas debe ser horizontal". De acuerdo con su testimonio, "reproducir roles y dinámicas basadas en la dominación y sometimiento para mí atraviesa, de forma transversal, toda una historia de violencias que van mucho más allá de los fetiches, y que se basan más bien en la educación que recibimos, la cual por desgracia romantiza el poder y erotiza el sufrimiento". En una línea similar, la administradora de Nena Astral (@nena.astral) opina que "el BDSM tiene sus raíces más profundas en filias patriarcales, pero para bien o para mal, esta influencia ha hecho que muchas mujeres acaben disfrutando con ellas". Llegados a este punto, añade Astral, "no creo que lo mejor sea privar a estas mujeres de su placer sexual en favor de la no-perpetuación, sino concienciar de su origen e intentar que si se practica, se haga desde un conocimiento de causa y un pensamiento crítico".

Es en esta encrucijada donde tanto Fluorrazepam, como Nena Astral y como la filósofa Margot Rot (@margotrot) encuentran una diferencia fundamentalmente generacional entre los zoomers y sus hermanxs mayores a la hora de leer, asumir, criticar, analizar o practicar el BDSM. De acuerdo con Rot, "es posible que para algunas de nosotras la reivindicación de algunas prácticas desde esta agrupación cultural resulte un tanto añeja". La filósofa cree que su generación disputa las cuestiones sobre el deseo y las relaciones desde otro lugar, pues para ella "el BDSM reclama una serie de prácticas sexuales que, si son consensuadas y se eligen de forma voluntaria, poco debate se puede generar. No tiene ningún sentido cuestionar una cultura que es, en este aspecto, inofensiva. Lo que estamos disputando, en mi opinión, está en otro lugar. Si queremos cuestionar el estatuto de nuestro deseo, que evidentemente se fundamenta en la violencia histórica, reiterada y perpetuada que se ha erigido contra las mujeres, no creo que la cama sea el lugar desde el que trabajar, aunque sí entiendo que es en él en donde más se evidencian este tipo de cuestiones".

Tal vez sea en este punto en el que nazca la brecha. Incluso si la meta común es la búsqueda, como dice Mara Haro de "una sexualidad sana", los mecanismos y las luchas, pero especialmente los contextos para llegar hasta ella, también están cambiando. Entre 2018 y comienzos de 2021, fueron muchos los libros que se publicaron en España y el extranjero a propósito del placer, el consentimiento y el llamado "feminismo del goce". Para figuras como Luciana Peker (Buenos Aires, 1973), Ana Requena (Madrid, 1981) o Katherine Angel (Bruselas, 1984), el paso lógico después del #MeToo era el de proponer nuestras camas como un lugar más de resistencia. Según la escritora Gabriela Wiener (Lima, 1975) nuestro erotismo es una mezcla de cultura, porno, moral y trauma, y por eso es muy difícil determinar y, sobre todo, juzgar, los fundamentos del placer propio, por no hablar del ajeno.

Entonces, ¿el BDSM ya no es empoderador para las nuevas generaciones? ¿Alguna vez lo fue? ¿Qué hacemos si para nosotras aún lo es? ¿Ya no se puede desear ser "la jovencilla a su merced"? ¿No se puede encontrar "sexo sano" en lo que para algunxs es dañino o tóxico? ¿Criticar el BDSM sigue siendo criminalizar a quienes disfrutan de él…? La filósofa Alicia Valdés (@aliciavlds) cree que es un error hablar de prácticas empoderadoras. No le gusta reducir el discurso y prefiere encarar este debate desde todo su abanico de complejidades: "Es muy peligroso que hablemos de manera homogeneizadora sobre si algo es empoderante o no lo es. Creo que el hecho de que algo consiga empoderar a alguien tiene que ver con las experiencias y vivencias de ese sujeto y no con la acción en si misma". Para Valdés, lo importante es centrarse en el sujeto que realiza la acción, pues lo contrario acaba creando jerarquías o llevándonos a reducciones sobre qué o quién hace bien o mal al feminismo. "Cuando hablamos del potencial empoderador de prácticas sexuales, la cuestión se vuelve más pantanosa, ya que al final habitamos una sociedad permeada por una visión puritana y tradicional sobre el sexo, y todavía seguimos pensando a través de una realidad limitante sobre lo que lo que es la sexualidad, acotándolo a la genitalidad, y no a través de un concepto mucho más amplio".

¿El BDSM ya no es empoderador para las nuevas generaciones? ¿Alguna vez lo fue?

Dicho esto, Alicia Valdés sí entiende que para los zoomers el BDSM resulte una cosa anticuada, pues el contexto en el que crecieron es muy distinto al de las generaciones anteriores. Quienes nos formamos en una sociedad en que primaba la heteronorma, podíamos ver mayor transgresión y libertad en prácticas que ahora no lo parecen tanto. Hoy, el debate sobre lo queer, la visibilidad del feminismo en los medios y las denuncias del #MeToo, dibujarían para la juventud un espacio muy distinto.

"Para que algo empodere creo que debe ser consentido, simplemente", sentencia Alicia Valdés, y en esa misma línea otra filósofa, la también youtuber y divulgadora Ayme Roman (@aymeroman) procura ser muy cuidadosa, pues hablar de consentimiento es exponerse a una escala de grises que, tratándose del BDSM, se hacen más evidentes: "A veces me llevo la impresión de que algunas personas creen que el consentimiento en el contexto de las prácticas BDSM consiste únicamente en hablar y acordar de antemano qué prácticas se van a realizar y cuál es la palabra o código de seguridad, sin prestar debida atención a cómo, por ejemplo, una de las dos partes podría estar buscando desesperadamente la aprobación y validación de la primera, cómo una de las dos partes podría estar castigando a la otra con silencios o expresando decepción cuando la otra rechaza sus peticiones". Para Roman es importante reforzar no sólo la idea del consentimiento, sino también la del conocimiento, pues "hay un subtexto que a veces queda inexplorado, y que para mí es todavía más relevante que las conversaciones que se puedan tener en voz alta. El problema es que no pocas veces la parte sexualmente sumisa es también la parte más joven e inexperta, feminizada y con menos recursos económicos, es decir, en una relativa desventaja y con mayores dificultades para plantarse y expresar (o saber siquiera) cuáles son sus límites".

Por su parte, la escritora Amarna Miller (@amarnamiller) también cree que hay que prestar especial atención a los límites, a la escala de grises y al historial íntimo de cada sujeto: "En un debate tan complejo como este, donde la violencia (por mucho que sea consensuada) y la sexualidad se relacionan de una forma que escapa a nuestro entendimiento lógico, somos incapaces de encontrar una respuesta simple. Porque no la hay”. Miller cree que pocas personas pueden responder con certeza a la pregunta de por qué nos pone lo que nos pone pero que, aunque a veces seamos capaces de deconstruirnos y de analizar que algunas prácticas provienen de una versión machista y falocentrista de la sexualidad, "¿qué pasa cuando llegamos a lo más profundo? Solo nos queda aceptar ese terreno pantanoso y si nos late, llevar a término nuestras fantasías siempre que puedan practicarse de forma legal, segura y consensuada". Más allá de lo íntimo Amarna Miller cree que muchas veces las rupturas generacionales en cuanto a las prácticas sexuales se refiere vienen dadas por una cuestión de experiencia: "Cuando eres joven todo te parece o increíble, o devastador. No aprecias los matices. Según vas haciéndote más mayor entiendes que simplificar cuestiones complejas solo nos lleva al totalitarismo y la radicalización ¡Más pensamiento crítico, más debates civilizados y menos reduccionismos, por favor!”.

Haciendo uso de ese pensamiento crítico, y asegurando siempre el consentimiento, el conocimiento y el consenso, es como la artista y dominatrix Sofía Rincón (@sophistidomme) reivindica que el BDSM —pertenezcan a la generación que pertenezcan los sujetos que lo practiquen— puede resultar para muchxs estimulante, sano y liberador. Rincón cree en la capacidad de juego, en la creación de mundos fantásticos y en el empoderamiento que proporciona el mismo hecho de dar rienda suelta a la imaginación, tanto para quien domina como para quien es sumiso. Dice la artista que "con el BDSM pones un espejo frente a ti: ves de forma radical todo aquello que podría atacar directamente a tus debilidades o tus complejos, pero en lugar de suponer un drama, en el BDSM enfrentas tus demonios y los transformas en placer por lo que es liberador en muchos aspectos igual que para otras personas puede serlo asistir a un coro o practicar un deporte de riesgo. Simplemente se trata de verlo como lo que es: una performance cuyo fin es el placer sexual mutuo, que implica una preparación psicológica y un after-care por ambas partes y para lo que hay que cuidar de la otra persona, escucharla y entender su funcionamiento interno".

Para llegar a este cuidado, a esta compenetración y a esta expresión de una sexualidad sana, Rincón, como Miller, también insiste en la experiencia. Ella no cree que "el BDSM sea cosa del pasado en absoluto, pero sí que creo que el BDSM exige especial madurez para poder practicarlo y disfrutarlo, por eso es más frecuente encontrar a personas de treinta años o más en la escena que a gente más joven". El sexo, sentencia la dominatrix, es lenguaje, "hay que aprender a hablarlo”, y por eso a quienes se niegan a hacerlo, o a quienes en el mundo BDSMero realizan prácticas abusivas, les llaman dinosaurios. "Llamamos así a las personas que creen que los roles son bloques rígidos de comportamiento y no lo ven como un campo de exploración donde fomentar una diversidad. Los dinosaurios pueden ser boomers o millenials, pero siguen siendo dinosaurios".

Tal vez aún sea pronto para determinar si la esencia del BDSM está o no desfasada para la generación Z, pero lo que sí podemos asegurar es que sólo a través del debate y la atención al placer ajeno podremos disparar a nuestros múltiples y jodidos dinosaurios. De esos todas tenemos unos cuantos acechándonos. Por eso, a este respecto, la filósofa y activista Rosa María García (@__erosgarcia)dice que "la sexualidad es amplia: el dolor y la violencia ya caben en ella. El problema lo tenemos en las formas en las que solemos aprender a entender la sexualidad, mucho más que en si determinadas prácticas concretas encajan o no en la vida sexual de una persona". Y de manera casi conciliadora, García concluye: "El BDSM lo practican personas de toda condición: mayores y jóvenes, normativas y ¿disidentes?, monógamas y poliamorosas, discas, blancas y racializadas… El único requisito es que se interese”.

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Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) trabaja como editora en Barcelona. Es autora de siete libros de poemas, de la novela El funeral de Lolita y de los ensayos El coloquio de las perras y Caliente. En redes sociales es @lunamonelle.