65 años de 'Matar a un ruiseñor', el libro que sirvió de espejo para todo un país
- La legendaria novela de Harper Lee fue publicada el 11 de julio de 1960
- Matar a un ruiseñor ha vendido más de 40 millones de copias en todo el mundo
El 11 de julio de 1960, una joven de un pequeño pueblo del sur de Alabama y recepcionista de una aerolínea en la Nueva York a la que se había trasladado llena de sueños vio su vida cambiar radicalmente. Una joven tímida, reservada y muy recelosa de su intimidad. Una joven generosa, altruista y caritativa con sus amigos que no tardaría mucho en ver a uno de los más cercanos traicionándola por envidia. Una joven cuyo apelativo familiar era Nelle -el nombre de su abuela escrito al revés- y que, ese marcado día, publicó la que los lectores del New York Times consideraron la mejor novela de los últimos 125 años.
La joven risueña y sensible Nelle saltaría a la fama, hace hoy 65 años, como Harper Lee, la escritora que, con una única novela, se convirtió -apenas sin pretenderlo- en una pieza clave para comprender un país y sus terribles desigualdades. Con Matar a un ruiseñor, la escritora estadounidense trocó la mirada inocente e ingenua de una niña en un poderosísimo espejo en el que la sociedad se vio obligada a mirarse para comprender la crueldad, la brutalidad y el sadismo que habían refinado durante siglos contra todo aquel que fuera diferente.
El éxito fue del todo inmediato, valiéndole el premio Pulitzer de 1961 y batiendo todos los récords en ventas. De hecho, apenas dos años después de su publicación, el director Robert Mulligan decidió hacer del libro una película. El guion, adaptado sin servilismo, pero con fidelidad por Horton Foote, recibió un premio Óscar, como también lo hicieron la dirección de arte y Gregory Peck por su brillante interpretación del personaje de Atticus Finch.
"Era un mentiroso compulsivo"
La repercusión que obtuvo la obra de Lee no le valió solamente la admiración de millones de lectores y espectadores. También tuvo que afrontar la ácida envidia de uno de sus amigos más cercanos, el también escritor Truman Capote. Ambos se conocieron durante su infancia en Monroeville, el pueblo natal de la escritora. Trabaron una inseparable amistad que mantuvieron en Nueva York y que llevó a Harper Lee a acompañarlo hasta Kansas durante su investigación sobre el caso Clutter que llevaría a la redacción de A sangre fría.
Como suele pasar con muchas escritoras por el crimen de tener éxito y ser mujeres, la autoría de Lee fue puesta en duda. Los rumores llegaron a apuntar a que podría haber corrido a cargo del propio Capote. Un rumor que el escritor nunca se molestó en desmentir. Después de presumir sobre la obra de su amiga bajo los términos "Harper Lee fue mi mejor amiga. ¿Has leído su libro, Matar a un ruiseñor? Soy un personaje de ese libro", al reconocer el alcance de su fama, Truman Capote no dudó antes de minusvalorarla y tratar de obtener repercusión a base de tiranteces con la escritora.
Truman Capote trata de mantener la atención de Marliryn Monroe mientras bailan en El Morocco en 1955 Bettmann
Harper Lee, que mantuvo durante toda su vida la discreción que la caracterizaba, escribió en una carta dirigida a su amigo el historiador Wayne Flynt que Capote "era un mentiroso compulsivo". En dichas cartas, publicadas en 2017 bajo el título Mockingbird Songs: My Friendship with Harper Lee (quién sabrá si con la aprobación de la autora), Lee explica que su amigo de la infancia era uno de esos mentirosos a quienes "si les dices «¿Sabías que han asesinado a J. F. Kennedy?», responden «Sí, claro, yo conducía el coche en el que iba»".
“fue capaz de guardar esa envidia durante más de veinte años“
Más allá del chascarrillo y el humor que se vierte sobre las heridas, es innegable que esta "traición" fruto de la envidia de Capote tuvo que afectar de modo mayúsculo a una Harper Lee de naturaleza reservada y desconfiada que trató, al contrario de su amigo, de volver al anonimato hasta su muerte a los 89 años. Así lo manifiesta en una de sus misivas, en la que afirma que hubo algo que el autor de Desayuno en Tiffany's nunca le perdonó: "Que yo escribí una novela que vendió y fue capaz de guardar esa envidia durante más de veinte años".
¿Es pecado matar a un ruiseñor?
El pequeño pueblo de Maycomb (trasunto reconocible de Monroeville) formaba parte, en los años 30 en los que se ambienta la novela, de esos territorios del sur estadounidense de la Gran Depresión en los que las banderas confederadas todavía mostraban el poderío de unos pocos sobre la explotación de muchos. Allí viven Scout, la pequeña narradora de ocho años de edad, su hermano Jem, de doce, y su padre, el respetable abogado Atticus Finch.
Las tórridas tardes de juegos que narra la pequeña nos llevan a conocer el día a día de los habitantes de este pueblo. En el primer tercio de la novela, todo es cotidiano y apacible. Conocemos a los hermanos, que nunca llaman papá a Atticus, y también a su criada, Calpurnia, una mujer negra de la que Scout dice que es "miope, también bizca" y cuyas manos son "tan anchas como un travesaño de cama, y dos veces más duras".
Las trastadas de los niños les llevan a tener un arsenal de conflictos con "Cal". Batallas que, pese a su épica a ojos de los más pequeños, siempre acababan del mismo modo: con la criada victoriosa "principalmente porque Atticus siempre se ponía de su lado". También llegará un nuevo amigo para los dos hermanos: Dill, un chiquillo pomposo y redicho que representa un detallado retrato del antes mencionado Truman Capote.
Junto a Dill, el trío de traviesos niños se dedicará a vivir tremendas aventuras a lo largo y ancho de todo el pueblo. Estas travesías perfumadas por la imaginación infantil se vuelven realidad en la verja de la casa de Radley, donde habita un fantasma que produce ruidos aterradores, un tocón seco que ofrece regalos para los muchachos y la casa del árbol a la que se retira Jem cuando se enfada con el resto o recuerda a su difunta madre.
Gregory Peck y Harper Lee en el set de 'Matar a un ruiseñor' 1962 Bettmann
Una de las enseñanzas más poéticas y bellamente destiladas que Atticus le deja a sus hijos es la que da nombre a la novela. Aprovechando que les había regalado unos rifles de aire que no quería enseñarles a disparar, procedió a prevenirles: "Disparad a todos los arrendajos azules que queráis, si podéis darles, pero recordad que es un pecado matar a un ruiseñor".
A Scout, le chocó esa advertencia, pues era la primera vez que oía a su padre decir que algo era un pecado. Desconcertada, le preguntó a su vecina, la señorita Maudie, acerca de las palabras de Atticus: "Tu padre tiene razón —dijo ella—. Lo único que hacen los ruiseñores es música para que la disfrutemos. No se comen nada de los jardines, no hacen nidos en los graneros de maíz, lo único que hacen es cantar con todo su corazón para nosotros".
“Lo único que hacen los ruiseñores es música para que la disfrutemos“
"Los abogados, supongo, también fueron niños alguna vez"
Todo empieza a cambiar cuando en el patio del colegio se afirma que el padre de Scout Finch defendía a niggers, una horrenda palabra dirigida a la población negra de Estados Unidos. Al preguntarle sobre ello a su padre, Atticus le responde a la pequeña que no debe decir esa palabra y que, en efecto, él está "defendiendo a un negro; se llama Tom Robinson". Además, dice el abogado, "si no lo defendiese, no podría ir con la cabeza alta por la ciudad, no podría representar a este condado en la legislatura" y ni siquiera podría educar a sus dos hijos.
El epígrafe que Harper Lee escogió como mascarón de proa para su única novela fue "los abogados, supongo, también fueron niños alguna vez" del ensayista Charles Lamb. Un recordatorio para que aquellos colosales señores de autoridad y rectitud no se olviden de abrazar la pureza y falta de prejuicios de los más pequeños.
Para Atticus Finch, este caso -el de un hombre negro acusado injustamente de violación- será el más importante, uno de esos pocos que te afectan personalmente. Y es precisamente ese recordatorio que lanza Lee, lo que no olvida el abogado, porque mantiene la capacidad de instruir e iluminar a su hija cuando, al preguntarle esta si ganarán el juicio, Atticus responde que no, pero que igualmente debe defenderle porque "solo porque fuéramos derrotados cien años antes de haber comenzado no es razón suficiente para no volver a intentarlo".
La familia del abogado Atticus Finch tendría que soportar, durante todo el proceso de instrucción del caso, el escarnio público e incluso intentos de linchamiento. Atticus se jugó la integridad de los suyos, pero lo hizo para mantener la conciencia limpia, pues "lo único que la mayoría no rige es la propia conciencia", y para darle una dignísima lección de valentía a sus hijos.
Para la pequeña Scout, su padre, que nunca había empuñado un arma y para el que hacerlo "es una invitación a que alguien te dispare", encarnaba a la perfección lo que debe ser considerado un hombre valiente. Puesto que la verdadera valentía no se demuestra con violencia, sino "cuando sabes que estás vencido antes de comenzar, pero de todos modos comienzas, y sigues adelante a pesar de todo".
Harper Lee fuma pensativa Donald Uhrbrock
"Llorar por el infierno que los blancos hacen vivir a los de color"
Durante el transcurso de la novela -como suele suceder-, la comunidad negra es representada desde dos extremos: o se les tiene por víctimas, o por verdugos. De hecho, pese a abordar el problema racial, los personajes negros son relegados a un segundo plano mientras Atticus se erige con el título de "salvador blanco". Parece una ironía que la narradora de una historia sobre un hombre negro injustamente acusado de violación sea una pequeña niñita blanca.
Pero habría que tener en cuenta dos cosas: uno, comenzó a escribir su libro en 1957 y dos, Harper Lee no miente. La novela se alumbra sintiendo todavía la influencia que el grupo terrorista Ku Klux Klan dejó en el sur del país durante las últimas décadas; apenas dos años después de que Rosa Parks, la primera dama de los derechos civiles, fuera detenida por sentarse en la zona para blancos de un autobús; seis años antes de que Martin Luther King pronunciase el famoso "I have a dream" en las escalinatas del Monumento a Lincoln; y aún en unos largos años que, además de por los avances sociales, destacarían por la sangrienta represión policial, política y hasta terrorista contra la comunidad negra.
Harper Lee no miente, puesto que narra unos hechos que conoce bien. Ejemplos como el que encarna la ficción de Atticus Finch y su pequeña Scout, ella los vivió con su propio padre. Además, al emplear a la niña como narradora, Lee nos traslada, con la sutileza y el rigor del que solo es digno un ojo que no juzga, a una narración pulcra que no opina, no edulcora, ni se atreve a imponer una cándida moralina. La voz de Scout cuenta lo que está viviendo, no quiere ser una heroína, aspira a ser una mujer normal siguiendo las enseñanzas y valores transmitidos por su padre.
Rosa Parks embarcando un autobús en 1956 Don Cravens
Quizás lo mejor de Scout es que dedica sus días al proyecto de ser cada vez más instruida, más culta, pero manteniendo una ternura y una sensibilidad innata que Atticus ha tratado de premiar. Lo mejor es esa "chiquilla vestida de cualquier manera, sin coquetería, a la que le gusta leer, saber, escuchar", como la define Vicente Molina Foix. La niña no ofrece discursos ni da sentencias, pero su voz podría ser considerada un alegato delicado que clama: "No seré cómplice de esta injusticia".
El señor Raymond, ayudante ocasional de Atticus y casado con una mujer negra, señala la pertinencia de "llorar por el infierno que los blancos hacen vivir a los de color". Todo esto, porque quizás lo peor, lo más pernicioso cuando sucede una injusticia, sea ese silencio cómplice que posibilita que el abuso se perpetúe. Un silencio, un olvido selectivo de la realidad que atravesaba a un sector de la población, de una represión que azotaba, segregaba y magullaba los cuerpos negros, del que Harper Lee nunca fue cómplice.
No leer el siguiente libro sin la supervisión de un adulto
Casi desde su publicación hace 65 años, Matar a un ruiseñor se convirtió en un libro imprescindible para comprender las brutales consecuencias del racismo y para formar a las nuevas generaciones en unos valores inclusivos y respetuosos. Su vigencia es total como atestiguan las discriminaciones raciales que aún hoy imperan hasta en los países más avanzados. La necesidad de su lectura en los colegios e institutos parece innegable, pero no lo es.
Uno de los ejemplos que evidencian, no solo su incomparable capacidad para hacer reflexionar, sino su absoluta pertinencia en las aulas es la exigencia en 2017 de varios institutos en el estado de Misisipi de presentar una autorización paterna para poder leer el libro de Harper Lee. Un libro que, para los responsables de dichos institutos, posee un lenguaje que "hace que la gente se sienta incómoda" y tienen toda la razón.
Para tener la repercusión que ha tenido, para trastocar las bases ideológicas de toda una sociedad, para poner en el centro del debate la convivencia y el respeto a los -en ese momento, casi recién estrenados- derechos humanos es necesario generar una incomodidad. Resulta fundamental resquebrajar la comodidad de aquellos que han mantenido a otros bajo el yugo de la dominación durante siglos, de los que se sienten muy cómodos mientras otros son oprimidos.
No por casualidad Matar a un ruiseñor ha vendido más de 40 millones de copias desde su publicación y ha sido traducido al mismo número de idiomas. El testimonio del que da fe la única novela escrita por Harper Lee es el de una sociedad forzada a encarar sus propias vergüenzas, sus abusos y sus omisiones de socorro. Un libro que, aún a más de seis décadas desde su redacción, sigue removiendo conciencias y significando una llamada de atención que consigue movilizar a la ciudadanía hacia un camino de convivencia, respeto y diversidad.
*Adrián Masa de Vega es alumno de Doble Grado en Periodismo y Humanidades en la Universidad Carlos III de Madrid. Esteban Ramón, coordinador de Cultura, ha supervisado la elaboración completa de este texto.