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Alice Rohrwacher, una cineasta funambulista tras lo invisible: "Italia alimenta una falsa idea de lo subversivo"

  • RTVE.es entrevista a la directora italiana que estrena en España La quimera
  • Josh O’Connor es un tombarolo (ladrón de tumbas) en una de las películas más originales del año

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La cineasta italiana Alice Rohrwacher, directora de 'La quimera'
La cineasta italiana Alice Rohrwacher, directora de 'La quimera' EFE/EPA/MOHAMMED BADRA

El actor Josh O’Connor sufrió un stendhalazo hace unos años tras ver Lazzaro feliz en el cine y estuvo vagando por Londres hora y media. Contaba que sintió una conmoción, como si la película contuviese una alquimia arcana llena de “espiritualidad, perfección e imperfección”. Así que comenzó a enviar sucesivas cartas a Italia, sin saber la dirección, que simplemente rezaban el nombre de la directora con la que quería trabajar: Alice Rohrwacher.

La magia funcionó –al margen de lo apócrifo que suene lo de los envíos—, O’Connor perfeccionó su italiano, y acabó protagonizando La quimera, donde interpreta a Arthur, un oscuro tombarolo de mala estrella. ¿Qué son los tombaroli? Ladrones de tumbas etruscas que excavan en busca de antiguos y valiosos ajuares funerarios: el lumpen que supone el primer paso de la larga cadena del expolio.

¿Qué tiene de magnético el cine de Alice Rohrwacher que tanto atrae a O’Connor, al Festival de Cannes y a la cinefilia mundial? La respuesta corta es que es único. Todo lo que no es tradición es plagio, es decir: o copias o haces avanzar la tradición. Rohrwacher bebe de lo mejor del cine italiano, pero merece ya su propio adjetivo. "Lo que más admiro del cine, aunque no es exclusivo del cine italiano, es cuando la realidad me lleva de regreso a la película. Te pongo un ejemplo: en La quimera hay una secuencia que evoca a Roma, de Fellini, pero es algo que no es consciente: cuando una película es grande, cuando es memoria colectiva, hace que sea realidad", explica la cineasta en una entrevista con RTVE.es

La semana pasada recibió en Barcelona el Premio D’A 2024. Nada es convencional con Alice Rohrwacher, que esquiva las entrevistas grabadas, entiende bien el español y no le gusta hablar en inglés. Hija de madre italiana y padre alemán, se crio en Umbría, en el corazón de Italia, y su cine ha sublimado ese mundo rural en sucesivas películas de una textura atemporal, frescas, inocentes y profundas al mismo tiempo.

“En la película hicimos un poco como los etruscos: fuimos escondiendo cosas y está lleno de tesoros. La película tiene un hilo, pero lo que se ve es un diseño tejido de muchos colores”, autoanaliza. Isabella Rossellini, la hermanísima Alba Rohrwacher, Carol Duarte o Vincenzo Nemolato, completan el reparto de una película que se revisa a sí misma, que aparente estar fuera de control en su espíritu carnavalesco, y que deja un poso de reflexión como el que sacudió a O’Connor.

Un retrato "del momento en el que se aceptó que lo invisible no existe"

Pese al protagonismo del tombarolo Arthur (o del bondadoso Lazzaro en su anterior película), Rohrwacher dice que más que sus protagonistas, le interesa lo colectivo. “Solo me atrae el camino individual si es la clave para algo más grande. He elegido la historia de un hombre que no podemos entender, que sentimos lejano, que está demasiado rudo, que está triste. Un hombre que no quiere ser amado. ¿Por qué? Para mirarlo desde fuera, como un fresco, para entender una dinámica más amplía: la historia local de un grupo de hombres que roban objetos arqueológicos, como el momento en el que la sociedad aceptó que lo invisible no existe, que todo es mercancía y se puede vender”.

Los 'tombaroli' de 'La quimera'

Los 'tombaroli' de 'La quimera'

La quimera es la cuarta película de Rohrwacher y la cuarta que participó en el Festival de Cannes, donde ya ha ganado el Premio Especial del Jurado (El país de las maravillas) y el premio al mejor guion (Lazzaro feliz). En La quimera lleva más allá su particular realismo mágico con su película narrativamente más misteriosa, donde la inocencia linda con lo enigmático, envuelta en su característico tono de duermevela sostenido por susurros y sonidos campestres.

Dice que se equipara a una funambulista. ¿Es La quimera su película más osada? "Siempre uso la metáfora del equilibrista, que convierte algo elemental, como andar, en algo asombroso, porque existe la caída de la cuerda floja. Me gustaría hacer películas donde lo más increíble sea caminar. ¿Cuál sería el vacío? El riesgo de acercarse a la parodia de uno mismo: cuanto más arriesgo, más cerca sé que estoy de esa parodia y, por así decirlo, me gusta asumir esa responsabilidad".

La quimera no solo no esconde su absoluta italianidad, sino que contiene un personaje llamado Italia. “Y lo más italiano es que ese personaje no es italiano”, bromea. “Lo que más me gusta de mi país es la capacidad de imaginar, a partir de las ruinas, un futuro menos predecible”, explica antes de enumerar los problemas del país transalpino. “Se alimenta una falsa idea de la subversión: los saqueadores de tumbas, los mafiosos, los asesinos o los narcotraficantes no son subversivos, no están contra el sistema, sino que son esclavos del sistema”.

Ya en El país de las maravillas, donde recreaba su infancia rural de familia dedicada a la apicultura, aparecían unas ruinas etruscas. La arqueología y el misterio etrusco le fascinan. ¿Qué importancia tiene el legado? “La arqueología nos enseña que nuestro sistema también será mercancía, terminará en un museo, y pequeños carteles explicarán las baterías de los móviles y las bombas que hemos inventado. Seremos un mundo viejo. Y, si solo pensamos en nuestro beneficio personal, dejaremos mucha basura. Creo que tenemos que pensar en algo que les cuente las cosas buenas y, por lo tanto, crean no solo en visible, sino en lo invisible”.

Imagen de 'La quimera'

Imagen de 'La quimera'