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Análisis | Guerra en Ucrania

No nos caen bombas, pero estamos en guerra

  • Porque el presidente ruso, Vladímir Putin, considera que somos nosotros quienes le hemos declarado la guerra
  • Porque nuestros socios de Europa del Este están convencidos de que, si cae Ucrania, ellos serán el próximo objetivo

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Vladímir Putin junto a su ministro de Defensa en Moscú
Vladímir Putin junto a su ministro de Defensa en Moscú

España, la península ibérica, es geográficamente un apéndice en el extremo suroeste del continente europeo. Eso, más el aislamiento histórico, sobre todo en el siglo XX, del este de Europa, hace que todo lo que ocurre en el extremo oriental resulte lejano física y psicológicamente. La guerra de Ucrania es el ejemplo presente.

Cuando en algunos foros en España digo que estamos en guerra abundan las reacciones de perplejidad. Lo intento explicar. Aunque uno a uno nosotros no sintamos animadversión por Rusia, la realidad es que estamos en guerra, en un tipo de guerra distinto del tradicional y del que sufren las sociedades ucraniana y rusa, pero en guerra.

Porque, según Vladímir Putin, le hemos declarado la guerra

Los gobiernos rusos han fomentado tradicionalmente la idea de que Rusia, o la Unión Soviética, es un país permanentemente asediado por enemigos. Para Vladímir Putin ese enemigo es Occidente, y Occidente somos los Estados Unidos y sus aliados, a quienes nos considera meros vasallos de Washington.

Para el intelectual checo y expresidente de la república, Václav Havel, "Rusia es un país peculiar. No sabe dónde empieza ni dónde termina. Es el país más extenso y, sin embargo, se siente amenazado por el más diminuto de sus vecinos". En el artículo anterior ya cité a la premio Nobel bielorrusa Svetlana Alexiévich, "[en la URSS] siempre habíamos estado en guerra o preparándonos para la guerra. O recordábamos cómo habíamos combatido".

Hace ahora dos años, el presidente Putin inició su alocución para informar de que había empezado la invasión a gran escala de Ucrania con estas frases:

"Ya hablé el 21 de febrero sobre nuestras mayores preocupaciones y sobre las amenazas fundamentales que los políticos irresponsables de Occidente han creado constantemente, con crudeza, año tras año. Me refiero a la expansión al este de la OTAN, que mueve su infraestructura militar cada vez más cerca de la frontera rusa. Es un hecho que durante más de 30 años hemos intentado pacientemente llegar a un acuerdo sobre los principios de seguridad en Europa con los países que lideran la OTAN , y como respuesta, nos hemos topado con engaño cínico, mentiras o intentos de presión y chantaje. (...) Los Estados Unidos y sus aliados tienen una política de contención de Rusia. Para nuestro país es una cuestión de vida o muerte, de nuestro futuro histórico como nación. No es una exageración, es un hecho, se trata de una amenaza real, no ya a nuestros intereses, sino a la misma existencia de nuestro estado y su soberanía. Es la línea roja de la que hemos hablado en muchos ocasiones. La han cruzado. (...) Llevados por sus objetivos los países que lideran la OTAN apoyan a los nacionalistas de extrema derecha o neonazis en Ucrania, quienes nunca perdonarán a Crimea y Sebastopol haber decidido libremente reunirse a Rusia. Rusia no puede sentirse segura, desarrollarse y existir mientras se enfrente a una amenaza permanente desde el territorio de la Ucrania de hoy."

Estonia, antigua república soviética sometida al dictado de Moscú hasta 1991, es tal vez el país que más gravemente se toma la amenaza de Rusia y con mayor énfasis se enfrenta al gigante del este. En el informe para 2024 sus servicios de inteligencia destacan: "Los objetivos de la reforma militar en Rusia reflejan una visión según la cual el conflicto es con Ucrania y con Occidente. Probablemente el Kremlin anticipa un posible conflicto con la OTAN en esta década. (...) la militarización de la sociedad rusa avanza a todos los niveles. (...) la economía rusa muestra una fuerte dependencia de la industria de guerra. El crecimiento de 2023 se ha debido en gran parte por la inyección del Estado en la industria militar".

En la misma clave interpretan el propósito de aumentar el personal militar a millón y medio de personas de aquí a 2026. Todo desde la perspectiva de defenderse de la expansión al este de la OTAN.

Porque nuestros socios están en guerra, temen una invasión

Estonia, junto con las otras dos repúblicas bálticas exsoviéticas, Letonia y Lituania, es uno de los socios de la Unión Europea que siente la amenaza de Rusia literalmente en sus puertas. Las tres invierten en Defensa más del célebre 2% del PIB pactado en la OTAN y tienen un sistema de reclutamiento militar obligatorio, la mili.

El mismo sentimiento es mayoritario en Polonia, país que estuvo en la órbita soviética y formó parte del disuelto Pacto de Varsovia, la organización militar rival de la OTAN. Todos aquellos países que estuvieron al este del telón de acero están convencidos de que si Rusia se impone en Ucrania no se detendrá ahí y atacará otros objetivos al oeste. Tal vez empezando por Moldavia, donde tiene una parte del país ocupada, Transnistria, y cuenta con una mayoría rusófila en otra región, Gagaúzia. Moldavia es candidata a ingresar en la Unión Europea desde junio de 2022, una reacción de los Veintisiete a la invasión de la vecina Ucrania.

Significativo es el caso de Finlandia, país con un recuerdo vivo también del poder de Moscú. Perteneció durante un siglo al Imperio Ruso y un 10% de su territorio lo anexionó Stalin. Finlandia pasó de la noche a la mañana de ser un país que veía en la neutralidad su mejor garantía de seguridad a pedir con urgencia el ingreso en la Alianza Atlántica al inicio de la invasión de Ucrania.

La misma ministra de Defensa española, Margarita Robles, ha declarado esta semana que "hay un riesgo real de que el presidente ruso, Vladímir Putin, ataque un país de la OTAN a corto o medio plazo (...) no hay que bajar la guardia".

Porque hay que aumentar el gasto público en Defensa

Psicosis de exsúbditos de Moscú al margen, un caso a tener en cuenta por su significación y transcendencia es Alemania. Desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial, Europa y el mundo en general han temido una Alemania fuerte militarmente, pero la invasión de Ucrania lo ha cambiado más rápidamente que el tiempo. En los presupuestos para este año, la coalición de gobierno ha reducido en un 7% el gasto general, pero ha hecho una excepción con Defensa, no sólo no lo ha recortado respecto a 2023, sino que lo ha aumentado para alcanzar el 2% de su PIB, que es el objetivo mínimo marcado por la OTAN en 2014 para este 2024.

Para subrayar más el giro alemán, su ministro de Defensa, del Partido Socialdemócrata, dijo la semana pasada en la Conferencia de Seguridad de Múnich que ese 2% "puede ser sólo el principio, probablemente necesitaremos más en los próximos años".

No se trata sólo de preparar la propia capacidad defensiva ante un posible ataque, sino de que, al donar armas y munición a Ucrania, la mayoría de países europeos se han quedado sin existencias y se ven empujados a fabricar más. Y para ello hace falta gastar más presupuesto público en la industria militar. A nadie se le escapa que en situación de crisis, como estamos todos los países europeos, no es fácil que una ciudadanía que no siente la amenaza rusa, como sí la sienten los países limítrofes, acepte de buen grado que se aumente el presupuesto público en armas y no en educación, sanidad u otros servicios públicos.

Oro factor. Si Donald Trump vuelve a ser presidente de los Estados Unidos el año que viene, ya sabemos cuál es su postura respecto a la OTAN y la implicación europea en la Alianza. Incluso en el caso de que reelijan a Joe Biden, la voluntad de Washington ha quedado clara desde George Bush hijo, independientemente del partido que ocupe la Casa Blanca: Europa tiene que gastar más en la defensa de su continente. Para Estados Unidos, desaparecido el peligro comunista, la defensa de Europa no es una prioridad, la prioridad está en Asia.

Porque la revuelta social es un arma de guerra

Si siguen la información sobre esta guerra desde que empezó, nos habrán leído o escuchado decir que el tiempo juega a favor de Putin y que antes habrá una revuelta en nuestras democracias que en Rusia. Y lo estamos viendo ya.

Ya se está demostrando que antes se agota la unidad y la paciencia en nuestras democracias que en el Kremlin. En la Unión Europea, el gobierno de Viktor Orbán en Hungría ya ha vetado durante meses un paquete de ayuda a Ucrania, y en los Estados Unidos lo mismo ha hecho el Partido Republicano dominado por Trump.

La inflación que afecta a todos los países europeos y crea malestar social tiene relación con la guerra en Ucrania, lo mismo que la revuelta de los agricultores. En unos países más explícitamente que en otros, los trabajadores del campo se quejan de la competencia de las importaciones ucranianas a las que se ha levantado los aranceles por solidaridad.

Además, las sanciones a Rusia tienen un coste también para Europa. Al principio, por la dependencia de su petróleo y, sobre todo, su gas. En el caso de España no había dependencia del gas, pero Rusia era un destino de las exportaciones agrícolas y una fuente de ingresos importante por el turismo.

La información y los migrantes son armas

Por último, varios conocedores de Rusia insisten desde hace tiempo en que la guerra que ha planteado el presidente ruso a Europa y Estados Unidos es una guerra híbrida. Un guerra que usa armas distintas a las convencionales de destrucción inmediata. Rusia tiene un sentido más oriental y más lento del tiempo y desde esa perspectiva los objetivos de esta guerra son a largo plazo: desestabilizar Occidente. En esa clave hay que interpretar su probada injerencia en las elecciones presidenciales de 2016 en los EE.UU. (Hillary Clinton-Donald Trump) o la financiación de la extrema derecha, o derecha nacionalpopulista, en Hungría y Francia.

En esa clave hay que entender también, señalan los mismos analistas, la fuerte inversión en medios que difunden desinformación. No importa tanto el contenido ideológico, puede apoyar populismos de derecha y de izquierda, como fomentar la inestabilidad, desgastar las llamadas democracias liberales.

Y en esa clave hay que interpretar también que toda guerra o toda inestabilidad que genere éxodos, emigración a Europa es un arma. Porque el Kremlin -señalan varios estudiosos de Rusia- ha llegado a la conclusión de que lo que más desestabiliza las sociedades europeas ahora son los inmigrantes.