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Convivir con el volcán (V)

Argensola, la matriarca ante el volcán

  • A sus 92 años, esta mujer palmera es el centro de su familia, que lo ha perdido todo en la erupción
  • Sus hijos y sus nietos confían en ella para afrontar el momento más complicado de sus vidas

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Imagen de la Familia Álvarez Pérez. Argensola, con sombrero, está a la derecha de la imagen.
Imagen de la Familia Álvarez Pérez. Argensola, con sombrero, está a la derecha de la imagen.

A sus 92 años, Argensola Pérez lo ha visto todo en esta vida, incluidos tres volcanes. Esta mujer palmera es el centro de su familia. El corazón, la cabeza, la fuerza, la luz, el equilibrio. Todos sus miembros siempre han buscado en ella la inspiración para salir adelante en los momentos complicados, y no han dejado de hacerlo ahora, cuando atraviesan el túnel más oscuro de sus vidas.

"El volcán fue el fin de mi forma de vida, porque se lo llevó todo. Ahora estamos vivos, pero no tenemos vida", expresa con voz dolorida pero firme, que no ha perdido ni un ápice de serenidad desde aquella tarde de septiembre en la que reventó el suelo de la isla. Junto a ella, sentados alrededor de una mesa, se encuentran su hijo José Ángel, y sus nietos Ángela y Daniel. La familia está compuesta por 17 miembros, que la erupción ha dispersado. Seis de ellos viven en la casa donde ahora están, cedida por unos amigos alemanes.

El tercer volcán de Argensola ha sido el más cruel, porque les ha despojado de todo cuanto tenían. Y, como a ellos, a miles de vecinos del Valle de Aridane. Gente humilde que levantó aquellas casas durante toda una vida, a fuerza de riñones y de sudor. "Lo que allí teníamos era todo trabajo nuestro. Eran piedras, pero piedras bien puestas", recuerda la matriarca, mientras su hijo y sus nietos la escuchan atentamente y asienten, con los brazos cruzados y la mirada perdida en algún punto de la superficie de la mesa.

Imagen de la familia Ávarez Pérez, antes de que erupcionase el volcán.

Imagen de la familia, antes de que erupcionase el volcán. FAMILIA ÁLVAREZ PÉREZ

Después de tres meses de erupción, el sobresalto de las primeras semanas ha dado paso a una rabia que ya ni pueden ni quieren ocultar. Por una parte, para satisfacer las necesidades más inmediatas y poder afrontar su precaria situación, necesitan esas ayudas económicas que se han visto paralizadas dentro del laberinto de la burocracia. Y eso es algo que les desespera, porque en este momento lo único que necesitan son certezas, aunque sean pequeñas, y en vez de eso están recibiendo aún más incertidumbre. Por otra parte, las reubicaciones que les están ofreciendo tampoco representan una opción real, porque cualquiera de ellas supondría automáticamente la desintegración definitiva del núcleo familiar.

Lo que peor están llevando es que la familia se haya tenido que dividir en un momento tan complicado, algo que "ni siquiera las autoridades han tenido en cuenta en sus planes para hacer frente a la emergencia". "Si hubieran cuidado más los pequeños detalles, y hubieran intentado reubicar a todas las familias más o menos juntas, la gente no estaría tan mal… Que es difícil, lo sé, pero al menos intentarlo. ¿No se dan cuenta de que lo que más duele es que encima estemos separados?", opina Ángela, mientras mira de reojo con ternura a Argensola.

"Nos ofrecieron una casa para mi abuela en Fuencaliente, en la otra punta de la isla, pero solo podía ir con ella uno de sus hijos. Lo tuvimos que rechazar, con todo el dolor del mundo. ¿Pero dónde va la abuela sola a Fuencaliente, que se nos muere de la tristeza? Ella necesita que estemos todos alrededor, y nosotros también necesitamos estar junto a ella", continúa.

Una familia muy unida

La familia Álvarez Pérez tiene todo lo que cualquier familia querría tener. La conversación alrededor de la mesa se llena de guiños, de caricias, de besos, de abrazos, de bromas constantes y de pullas cariñosas, aunque de vez en cuando también se escapa algún que otro reproche. Mientras hablan, otros familiares y amigos entran y salen por la puerta, que siempre permanece abierta y a la que no es necesario llamar. Así era como vivían en Todoque hasta que llegó el volcán, y así han decidido que también sea en esta casa que no es suya.

La vivienda provisional está situada en un barrio de Los Llanos, muy cerca del Barranco de Las Angustias, que es el desagüe natural de la Caldera de Taburiente. Desde allí, las vistas hacia el Valle de Aridane son impresionantes, y también se puede ver el volcán, que aún palpita humeante en la lejanía. Sin embargo, José Ángel, el hijo de Argensola, no lo ha hecho hasta ayer, después de casi tres meses, y eso que solo tenía que salir a la calle, levantar la cabeza y dirigir la vista hacia allí.

"Yo no había querido mirar al volcán, y por fin me dio por mirarlo, porque hasta ahora no podía. Pero lo he hecho porque tenemos que decidir, y yo tengo que pensar en mi familia. Cualquiera de nosotros podemos ir a cualquier lado, pero Mamá no. Y no queremos ni podemos desprendernos de ella. Ese es un problema que no sabemos cómo vamos a resolver", asegura.

El mayor quebradero de cabeza de José Ángel, a sus 65 años, es encontrar un nuevo hogar en el que su familia se pueda reunir, y recuperar en la medida de lo posible toda aquella vida que quedó sepultada por la lava en Todoque, el que era su barrio. Este empeño se ha convertido para él prácticamente en una obsesión. "El volcán a Mamá le ha quitado años de vida. Por eso yo no puedo estar un año más para darle ese punto de encuentro. Tengo que buscarlo pero ya, y eso es lo que estoy haciendo. Si no nos lo ponen, lo tenemos que encontrar cuanto antes", manifiesta con determinación.

El final de la erupción

El hijo de José Ángel, Daniel, es consciente de que los verdaderos problemas pueden surgir ahora, cuando parece que la erupción ha finalizado. "Tengo miedo a que se termine el volcán, porque mientras el volcán siga, tú vives en una burbuja y aprendes a convivir con el dolor, te acostumbras. Ahora es cuando termina y la gente sigue con su vida, pero nosotros no podemos hacerlo. Saldremos para adelante, pero le tengo pánico al olvido, al de la gente, porque con el de las instituciones contaba desde que esto empezó", asegura.

Ángela espera a que su hermano finalice de hablar y añade: "Ahora viene para nosotros lodo puro. La Palma es muy pequeña, y mira todo lo que se ha comido el volcán y todos los que estamos sin nada. Es que no hay sitio en la isla para tantos".

Cuando termina el volcán, la gente sigue con su vida, pero nosotros no podemos hacerlo.

La familia valoró marcharse a Tenerife, porque creen que en La Palma no hay facilidades para comprar terrenos rústicos, los únicos que podrían pagar, para rehacer su vida. Sin embargo, una vez más, la voz de la matriarca fue concluyente. "Esta es nuestra isla y tenemos que quererla y seguir aquí. Yo no me iría nunca", deja muy claro Argensola.

En este momento, la demanda es tan grande que es muy difícil encontrar casas dentro del Valle de Aridane, en las poblaciones más grandes como Los Llanos, El Paso o Tazacorte. La esperanza de estas familias sin hogar es que, una vez finalizada la erupción, reabran Puerto Naos y otras localidades evacuadas que no han sido afectadas por la lava, para que puedan volver sus habitantes, lo que ayudaría a aliviar en parte esa presión. Las ayudas por parte de las administraciones también resultarán decisivas.

Un lugar donde vivir

"Lo que pido es que me den donde vivir. Pero no pido un palacio, yo lo que quiero es vivir en un sitio en el que diga que puedo estar tranquila y cerca de mi familia, porque aquí estamos de prestado", reclama Argensola.

"No concibo mi vida sin mi familia", expone Ángela, que ha roto a llorar varias veces durante la conversación. "Esto es algo que nunca le he dicho a ella y me duele pronunciarlo en voz alta, pero a mí lo que más me dolería en este mundo es que mi abuela se muriera de pena, que no tuviera los últimos años que se merece. Por eso ahora nos estamos moviendo desde el minuto uno para que esto tire, porque si nos esperamos, no va a llegar nada. Es por ella y por mi hijo de tres años", asegura con la voz entrecortada.

La Palma es nuestra isla y tenemos que quererla y seguir aquí.

Daniel, que se ha levantado varias veces para abrazarla, afirma que "vamos a tirar para adelante como sea y en la situación que sea, porque hay que seguir viviendo. El volcán nos quitó nuestra forma de vivir, pero no nos quitó la vida". Mientras lo dice, no aparta los ojos de su hermana.

Este joven saca un teléfono móvil y muestra un vídeo grabado en Todoque, una tarde cualquiera antes de la erupción, en una de las comidas habituales de fin de semana. En él se ve a todos los miembros de la familia despreocupados y felices, con los niños correteando de un lado para otro. Los adultos están cantando Con mis propias manos, una ranchera que es la canción preferida de Argensola. El teléfono está ahora en el centro de la mesa y los cuatro miran las imágenes, abrazados. Mientras lo hacen, no pueden evitar cantar la misma canción en voz alta. Todos tienen la mirada triste, pero al mismo tiempo también sonríen.