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Europa, esperando a los bárbaros

  • La UE celebra este sábado el sesenta aniversario de sus tratados de Roma
  • Lo hace en plena crisis de identidad y asediada por populismos
  • Economía, terrorismo y problemas migratorios han sacudido sus cimientos

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La Unión Europea cumple 60 años con muchas dudas en el horizonte.
La Unión Europea cumple 60 años con muchas dudas en el horizonte.

La Unión Europea celebra este sábado el sesenta aniversario de sus tratados de Roma en plena crisis de identidad y asediada por populismos dentro y fuera de sus fronteras. Como los patricios del poema de Kavafis, los líderes europeos parecen paralizados a la espera de ver si llegan o no los bárbaros.

La cita en Roma está cargada de simbolismo. En el espléndido Palacio de los Conservadores, en el mismo salón donde se firmaron los textos fundacionales de la Comunidad Económica Europea y la de la Energía Atómica, los 27 suscribirán un texto solemne que reivindica el orgullo de la integración europea.

“Tras la tragedia de las dos guerras mundiales, decidimos unirnos y reconstruir nuestro continente de sus cenizas. Hemos creado (…) una comunidad única de paz, democracia e imperio de la ley”, reza el borrador.

No es sólo retórica. La declaración esboza también ciertas ideas para apuntalar esa “comunidad de paz” y evitar su derrumbe: más control de fronteras, más políticas sociales, mayor presencia internacional.

El miedo: la gasolina que nutre a los bárbaros

Políticas duras para intentar aplacar la sensación de orfandad que la crisis, el terrorismo o los problemas migratorios han causado en las clases medias y populares europeas. El miedo que nutre a los partidos eurófobos. Y que, visto desde Bruselas, está en el origen del Brexit –la primera ministra, Theresa May, ni siquiera ha viajado a Roma–; el ascenso de Marine Le Pen en Francia; el prestigio del autoritario Putin o la victoria Trump, primer presidente de EE.UU. hostil a la UE. La gasolina de los bárbaros.

“Hay un retorno a los valores de los estados westfalianos, de lo que luego se llamarían estados nacionales. Y a mí, europeísta convencido, me produce cierta inquietud”, confiesa a RNE el medievalista José Enrique Ruíz-Domènech, autor de Europa: las claves de su historia (RBA, 2010).

“Es un toque serio a la idea de Europa, a la que se castiga como responsable de la crisis. No es cierto, pero las ideas fluyen en eso que ahora se llama posverdad, la mentira de toda la vida”, añade.

La Europa a dos velocidades

Para rescatar a la UE, la declaración de Roma contiene otra pista, disimilada bajo su lenguaje diplomático: “Actuaremos juntos, a distintos ritmos e intensidades cuando sea necesario”. Esto es, la Europa a dos o más velocidades. La idea de que un núcleo duro formado por Francia, Alemania, Italia, España, se integre por su cuenta, sin el lastre de socios del Este incómodos como Hungría y Polonia.

Nada nuevo bajo el sol. Como en la ciudad de Roma, en la UE basta escarbar un poco en suelo para encontrar ruinas del pasado. “Es el núcleo carolingio: Francia, Alemania y el viejo ducado de Borgoña, que es el Benelux”, apunta Ruiz-Domènech, para quien la idea puede ser una buena solución, con riesgos.

“Estos procesos generan movimientos telúricos. El norte de Italia seguro que está dentro, la Lombardía, el Véneto. Pero el resto se puede fracturar. O España. Actualmente nos cuestionamos si tiene que haber una España, dos o tres. España tiene que resolver su problema y no tiene mucho tiempo”, añade.

Europa se la juega en las elecciones de Francia

El futuro se presenta agitado. Pero de momento son solo palabras. En la cumbre de Roma no habrá decisiones concretas. El calendario electoral lo impide. Angela Merkel no sabe si seguirá al frente de Alemania tras las elecciones de septiembre. El italiano Paolo Gentiloni es un líder interino. Y el francés Francois Hollande, un cadáver político a la espera de reemplazo.

En las elecciones francesas de abril-mayo, Europa se la juega. Si Le Pen llegara al Elíseo y cumpliera su programa, la UE pasaría a la historia. Pero el fiasco electoral de Geert Wilders en Holanda y los buenos sondeos del europeísta Emmanuel Macron en Francia invitan a pensar que el populismo quizá no llegue tan lejos.

En el poema de Kavafis, se hace la noche y los bárbaros no llegan. “Algunos han venido de las fronteras y contado que los bárbaros no existen”. Pero aún así, los ciudadanos que esperaban el foro se marchan a sus casas sin hacer nada. “Al fin y al cabo, esa gente era una solución”. ¿Harán lo mismo los líderes europeos?