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La paz, el improbable resultado de la ecuación de Obama, Abás y Netanyahu

  • Las anteriores conversaciones de paz se quedaron en "papel mojado"
  • Los mismos problemas que hicieron fracasar otras negociaciones persisten

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Los primeros ministros de Israel y Palestina se reúnen en Jordania (2003)

Nunca un jefe se ha reído tanto de mí -que yo sepa- como lo hizo Daniel Peral aquella noche de junio de 2003 cuando el Presidente estadounidense, George W. Bush, el primer ministro israelí, Ariel Sharon y el entonces primer ministro palestino, Mahmoud Abás, lanzaron la Hoja de Ruta. Como ahora, el presidente estadounidense se había empeñado en juntar a ambos dirigentes, aunque en esta ocasión fue en la ciudad jordana de Aqaba.

Daniel Peral había decidido darme mi primera oportunidad como enviado especial y como buen jefe de Internacional de TVE, me vigilaba de cerca.

"¡Ha estallado la paz!", se burlaba entre risas. "Décadas de conflicto van a acabar por la buena voluntad de palestinos e israelíes y la mediación honesta de un presidente estadounidense"

"No hombre", respondía yo con entusiasmo, "pero se trata de un plan de paz estructurado y con el apoyo de la Casa Blanca. Además, fija un calendario para la creación de un Estado Palestino y tiene el compromiso de las partes".

Ahora se reía más todavía. Una de las carcajadas debió coincidir con una calada al cigarrillo que siempre tenía entre los dedos y empezó a toser como una bestia. Entre el ataque de tos y la risa era imposible entenderle por teléfono. Tuvo que colgar y llamarme más tarde.

Daniel había sido corresponsal en Oriente Próximo dos veces y sabía bien de lo que hablaba. Había visto el estancamiento del proceso de Oslo, que comenzó en 1993 y el fracaso de Camp David, en el 2000. La Hoja de Ruta, por tanto, no le impresionaba.

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Los otros 'papeles mojados'

Han pasado más de siete años desde entonces. El papel en el que se escribió la Hoja de Ruta, que preveía la creación de un estado palestino en 2005, tiene el mismo valor que el que hay en el aseo de los mandatarios que hoy se reúnen. A estos fracasos hay que unir el del proceso de Annápolis que comenzó en 2008.

La secretaria de Estado estadounidense, Condolezza Rice, ha sido la encargada de cerrar la conferencia.

Casi dos décadas después de Oslo y de la Conferencia de Madrid los mismos problemas siguen sobre la mesa. No sólo no existe el Estado palestino sino que ni siquiera se han fijado sus fronteras. Israel concede a las resoluciones de las Naciones Unidas -en especial la 242 y la 338 del Consejo- el mismo valor que al papel de la Hoja de Ruta. Declaró Jerusalén su capital de forma unilateral y la retirada a las fronteras anteriores a la guerra de 1967 es una utopía.

Los asentamientos judíos, algunos con decenas de miles de habitantes, impiden en la práctica, la continuidad territorial de un posible estado palestino. En Cisjordania viven casi 500.000 colonos israelíes en poblaciones estratégicamente situadas para dominar las comunicaciones y los acuíferos. Israel se niega a detener el crecimiento de las colonias -ilegales según el derecho internacional- y los palestinos no quieren negociar si siguen aumentando. Pero además, Israel considera algunos de esos asentamientos parte de Jerusalén, con lo que el problema se acentúa.

La otra gran piedra en el camino es el asunto del derecho al retorno de los refugiados palestinos. Unos cuatro millones de personas diseminados por los países de la región que quieren volver al que fue su hogar.

Todos los intentos de negociación que, en definitiva, intentaban resolver estos problemas, sólo han contribuido a perpetuar la ocupación israelí. En un intento de mantener a flote a la Autoridad Palestina -el vástago discapacitado de los Acuerdos de Oslo- los donantes occidentales, con Estados Unidos y la UE a la cabeza, pagan la construcción y el mantenimiento de infraestructuras y hospitales, la compra de medicinas y hasta los sueldos de los funcionarios de la administración. Pretenden mejorar las condiciones de vida de los palestinos pero con ello contribuyen a perpetuar la ocupación porque se hacen cargo de gastos que debería asumir Israel como potencia ocupante según estipula el derecho internacional.

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Obama, ¿un mediador honesto?

Los mismos problemas que han hecho descarrilar anteriores procesos están ahí pero hay condiciones distintas. Obama, al contrario que sus predecesores, se ha involucrado desde el primer mandato. Si bien es cierto que ha reiterado su compromiso con la seguridad del Estado hebreo, también lo es que ha advertido de las futuras consecuencias a aquellos que intenten hacer fracasar el proceso. Amenazas a las que Israel, su principal aliado en la zona, no está acostumbrado.

Esta es un arma de doble filo porque el gobierno de Netanyahu está apoyado por formaciones de extrema derecha opuestas a cualquier concesión a los palestinos. Demasiada presión sobre él podría traducirse en una pérdida de apoyos que hiciera caer al ejecutivo. Algo que ya ha sucedido en otras ocasiones cuando la firma de un acuerdo estaba próxima.

En cualquier caso, todo dependerá de la presión que la Casa Blanca esté dispuesta a ejercer -especialmente sobre Israel- pero sobre todo de que actúe como un mediador honesto.

Igual que la formación de una coalición contra el Irak de Sadam Hussein contribuyó al éxito de la Conferencia de Madrid en 1991, la amenaza del programa nuclear iraní puede influir en el devenir de los acontecimientos. Ni Estados Unidos, ni Israel quieren un Irán con poder atómico. Los países árabes y las monarquías del golfo también miran con recelo, pero son cautos.

A la Casa Blanca no se le escapa que los intentos de lograr un Estado palestino y -¡qué decir de un acuerdo de paz!- mejorarían su imagen entre la opinión pública árabe y contribuirían a sus políticas contra Irán y Siria.

Complicados elementos de una ecuación, en Oriente Próximo, donde la experiencia nos muestra que el resultado más improbable es la paz.