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Salinger: el maestro escondido

  • Muere el autor de El guardián entre el centeno, un maestro del siglo XX
  • Tras el enorme éxito del libro, se recluyó en un pequeño pueblo
  • Su última publicación fue en 1965, no concedía entrevistas ni aceptaba premios

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El escritor J.D. Salinger no posee ninguna biografía autorizada.
El escritor J.D. Salinger no posee ninguna biografía autorizada.

Una novela de enorme e inesperado éxito y una vida de hosca reclusión. En apenas una línea podría contarse la vida de J.D. Salinger, que ha fallecido en su casa de New Hampshire a los 91 años por causas naturales, pero lo mejor, como en las novelas, son los detalles de la trayectoria de uno de los escritores estadounidense más influyentes del siglo XX, que huyó de su triunfo manteniéndose oculto durante media vida.

Jerome David Salinger nació el 1 de enero de 1919 en el seno de una familia judía acomodada de Nueva York. No destacó especialmente en los estudios, que cerró en una academia militar, para después completar su formación en Europa. Allí volvería en la Segunda Guerra Mundial como soldado voluntario y participaría en el desembarco de Normandía para después trabajar en el contraespionaje en Alemania.

Desde muy joven escribía críticas de cine y cuentos. Uno de ellos, Día perfecto para el pez plátano, fue publicado en 1948 por The New Yorker. Sin embargo, su éxito fue fulgurante en 1951, cuando publicó El guardián entre el centeno (The catcher in the rye), en torno a las andanzas de un adolescente, Holden Caufield, en el Nueva York de los años cuarenta.

La novela se convirtió, desde el comienzo, en algo parecido a un mito -su lectura sigue siendo obligada en EE.UU.- y a Salinger no pareció sentarle bien el triunfo, por lo que en 1953 se retiró a Cornish, en New Hampshire. Lo que al principio sólo fue un retiro se fue convirtiendo en una cuidadosa reclusión, de forma que apenas hay imágenes del escritor.

Rechazo de la vida pública

Porque Salinger, que se comunicaba principalmente por carta con el mundo exterior, no admitía entrevistas ni premios -llegó a amenazar con demandar a las universidades que utilizaran su nombre-, luchaba contra la publicación ilegal de sus escritos y rechazaba cualquier tipo de acto público.

Concedió una única entrevista telefónica a mediados de los 70 a The New York Times, en la que declaraba que editar sus cuentos sin su permiso suponía "una terrible intromisión en mi vida privada" y apenas hay una foto de su vejez, tomada cuando salía de un supermercado, en la que parece defenderse de la cámara.

La reclusión autoimpuesta no le impidió tener varias amantes, seducidas a través de cartas aprovechando su inmenso prestigio. Se había casado dos veces, con una alemana llamada Sylvie en Alemania -el matrimonio apenas duró unos meses- y con Claire Douglas, que soportó su indiferencia entre 1953 y 1967. Con ella tuvo una hija y un hijo.

La voluntad de ocultación de Salinger, por notable que sea, no explica en cualquier caso su fama literaria; ni siquiera es exclusivo de él: otros autores de renombre aún vivos, como Thomas Pynchon o Cormac McCarthy, apenas se muestran en público. ¿Es su obra tan determinante?

¿Habrá inéditos?

El guardián entre el centeno es indudablemente excepcional por su visión de la adolescencia -el retrato de los primeros adolescentes consumistas, los primeros rebeldes sin causa- y, sobre todo, por su lenguaje rompedor; de hecho, la innovación lingüística es lo que sostiene en su mayor parte una trama en la que, de ser sinceros, apenas ocurre nada notable.

El resto de su obra se resume pronto: la admirada recopilación Nueve cuentos (1953); otra novela Franny y Zoey (1961) y dos novelas cortas unidas en Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción (1963). Su última publicación fue un cuento, Hapworth, 16, 1924, de nuevo en su revista, The New Yorker, allá por 1965.

Los críticos coinciden en resaltar la calidad de esas obras, mucho más crípticas que El guardián entre el centeno, llenas de laberintos y silencios, una de las constantes de este autor escondido.

Ahora, con su muerte, se reaviva una pregunta que ronda desde hace décadas los mejores sueños de muchos editores: ¿Qué habrá escrito Salinger en sus 47 años de reclusión?