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No siempre es fácil vivir para contarlo. Todavía más azaroso y complicado es abrirse paso, sobrevivir, gracias a la escritura. Porque el creador alimenta la idea de que vida y literatura son la misma cosa. Hablamos de Karmelo Iribarren, donostiarra de 1959, que ha publicado en Renacimiento el poemario "Haciendo planes" y la edición ampliada de "Diario de K.", una autobiografía heterodoxa envuelta en aforismos, microrrelatos, impresiones y apuntes filosóficos y metaliterarios. El autor confirma su paulatino alejamiento de la intensa vida nocturna para situarse como observador del paso del tiempo y de la gente; eso sí, desde la barra de un bar. También el poeta trasciende su mirada sobre lo cotidiano. Dejado atrás el alcohol y las aspiraciones anarquistas, este escritor de culto, descreído de los salones literarios, rehúye la etiqueta de maldito para habitar un escepticismo vitalista y una poética de la verdad, desnuda y cercana, como nos cuenta en este diálogo.

Cuatro amigos, Carlos, Beto, Manu y Moco, recuerdan veinte años después el trágico suceso en el que participaron cuando eran estudiantes adolescentes en el colegio de los jesuitas de Lima. Fue un arrebato emocional y vengativo contra la autoridad que encarnaba la temida y odiada maestra Pringlin. Entre el thriller y el humor negro, el escritor peruano Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) construye esta historia de conflictivos perdedores en "La noche de los alfileres" (Alfaguara). Cada protagonista cuenta su participación en primera persona en este relato de iniciación, marcado por las inseguridades y las angustias, el sexo y la violencia, el poder y la rebelión, la masculinidad y la soledad. De fondo, la capital limeña de los años noventa azotada por el terrorismo de Sendero Luminoso y la represión de las fuerzas de seguridad. El miedo, eje temático de toda la obra de Roncagliolo, se filtra en la novela como una vivencia natural. Aquí nos lo cuenta.

Me acerco a una de las sedes de CEAR, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, para conocer la situación de los refugiados que están llegando a nuestro país y el trabajo que realizan los técnicos a diario, mano a mano, con estas personas que escapan de la muerte.

Hablo con el coordinador, la psicóloga y uno de los técnicos que está en los dispositivos, como les llaman. Son los pisos que tienen para atender a los refugiados cuando llegan en la primera fase. En nuestro país es difícil que el Ministerio conceda el estatus de refugiado a los solicitantes, porque la administración pide muchos requisitos, algunos imposibles de cumplir porque cuando una persona huye desesperadamente de la muerte no tiene tiempo de hacer fotos o de coger papeles y documentos que acrediten su historia. Simplemente echa a correr.

Los técnicos de CEAR llevan años, desde los 70, recibiendo a personas que quieren vivir y por eso salen, muchos con lo puesto. Otros salen antes de la tragedia y tras haber gastado sus ahorros pagando a las mafias que se encuentran por el camino. Como dice Mosab, también refugiado y ahora técnico de CEAR, si pudieran ser atendidos antes de salir, muchos llegarían con dinero suficiente para empezar de cero una nueva vida y no necesitarían ayuda de nadie.