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Un día de libro

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Libros apilados en una estantería.
Libros apilados en una estantería.

Les voy a contar un cuento, aunque es una historia real. Tiene que ver con un caballero, una princesa y un dragón que en el siglo XIII formaron parte de La leyenda dorada de Santiago de la Vorágine. Ese caballero salvaba a su enamorada de las garras del monstruo. Así fue como esta historia de amor logró que este héroe se convirtiera en el patrón de los enamorados para los catalanes, ya como Sant Jordi.

Lo de la rosa vendría después, en el siglo XV, y lo de instaurar el 23 de abril como Día del Libro, en el XX. Con la globalización y la proclamación oficial de la UNESCO, esta jornada se convirtió en 1995 y per secula seculorum en el Día Mundial del Libro.

La parte historicista del relato termina aquí, pero la sentimental no tiene fin, ya que el 23 de abril no es un día cualquiera. Y no lo es porque una marabunta literaria toma las calles de muchas ciudades españolas y algunas extranjeras para seguir alimentando esta tradición centenaria.

Si será así, que muchos escritores que la viven por primera vez, no dudan en afirmar que ojalá sus países de origen decidieran exportarla. Será porque durante toda una jornada, llueva o haga un sol de justicia, o como este año,  coincida con el Sábado Santo, los libros abandonan sus habituales escondrijos y se adueñan de plazas y avenidas.

A partir de las 11 de la mañana, y hasta el anochecer, se obra el milagro: la ciudadanía se reproduce por esporas y se lanza entre los tenderetes; los medios de comunicación audiovisuales montan sus puestos de retransmisión en lugares privilegiados; los diarios y revistas reparten completos dossiers; y las bibliotecas e instituciones organizan infinidad de actos.

Ventas y anécdotas

Si este fuera un relato económico, les contaría también que para muchas editoriales, este día significa entre un 10 y un 20% de su facturación anual. Y si fuera un relato de corte social, les hablaría de la gran cantidad de anécdotas vividas, como el sorprendente y elevado número de autores a los que les han pedido dedicatorias de libros que no han escrito.

Pero ya les dije al principio que les iba a contar un cuento, pero un cuento de amor. Así que me limitaré a sugerirles que en esta jornada salgan a pasear por sus ciudades y pueblos.

Busquen ese puesto repleto de libros que seguro que alguien habrá montado con esmero, y compren uno. Si además son afortunados y tienen la oportunidad de charlar un rato con su autor preferido, dejen que por unos minutos se sientan como esos actores que se pasean por la alfombra roja bajo los focos. Hablen con ellos, pídanles una dedicatoria, y por un día, conviertan en un gran espectáculo ese acto íntimo e inimitable de la lectura.

El cuento llega a su fin. Y tiene un final feliz. Porque tras la dura lucha festiva, el dragón siempre resucita, se esconde en su cueva, y espera a que llegue otro 23 de abril, para así otra vez, rodeado de libros, vérselas de nuevo con el caballero y la princesa.