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Recordando al gran cronopio

  • Se cumplen 25 años del fallecimiento de Julio Cortázar en París
  • Fue uno de los grandes renovadores de la literatura hispanomaericana en el siglo XX
  • La Fundación de Juan March exhibe su biblioteca personal en Madrid
  • Buenos Aires prepara todo un programa de festejos y se prepara un libro de inéditos

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Hace 25 años que murió el escritor argentino Julio Cortázar

Pese a la fama del Père-Lachaise, el cementerio parisino de Montparnasse no tiene nada que envidiarle en cuanto a inquilinos célebres: nada más entrar, a mano derecha, comparten fosa Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir, los iconos del existencialismo francés; un poco más allá están Samuel Beckett, premio Nobel de Literatura en 1969, o Tristan Tzara, el ideólogo del dadaísmo.

En la rotonda central, aunque en parterres diferentes, hay dos tumbas permanentemente cubiertas de objetos y recuerdos que dejan los visitantes: una es la de Serge Gainsbourg, el autor de Je t'aime... moi non plus; en la otra descansa desde hace un cuarto de siglo Julio Cortázar, bajo una losa blanca siempre adornada con rayuelas, poemas y dibujos que suelen dejar allí los cronopios.

Porque Cortázar, con el que los críticos -sobre todo argentinos- han tenido y siguen teniendo sus reticencias, es adorado por sus lectores, que estos días pueden recordar al autor de Rayuela con exposiciones, publicaciones inéditas y otros actos conmemorativos.

Actos

En Buenos Aires, el ayuntamiento ha organizado un programa cultural que incluye proyecciones de cine, seminarios, conferencias, tertulias literarias e incluso una intalación de rayuelas en la avenida 9 de julio, organizada por la artista plástica Marta Minugín.

En España, la Fundación Juan March exhibe su biblioteca personal, legada a la institución madrileña por su primera esposa y albacea literaria, Aurora Bernárdez, en la que se pueden encontrar más de 4.300 piezas, incluyendo libros dedicados por Pablo Neruda y Octavio Paz o una colección de novelas de vampiros.

Para quienes deseen más literatura de la mano del propio Cortázar, la editorial Alfaguara publicará en mayo Papeles inesperados, una recopilación de textos inéditos hallados por Aurora Bernárdez en una cómoda de su casa de París.

Profesor y traductor

Cortázar nació en Bruselas en 1914, durante la Primera Guerra Mundial, días antes de que los alemanes tomasen la ciudad, hijo de diplomático argentino y madre francesa. Cuando contaba cuatro años y solo hablaba francés -"de él me quedó la manera de pronunciar las r, que nunca pude quitarme"-, su familia regresó a Buenos Aires, al suburbio de Banfield, donde pasó su infancia.

Pese a su voraz apetito lector y su temprana iniciación a la escritura -a los nueve años escribió una novela "muy lacrimógena, muy romántica, en la que todo el mundo moría al final"- sus primeros libros son relativamente tardíos: en 1938 publica, con el seudónimo de Julio Denis -el apellido de su madre- el poemario Presencia y en 1949 Los reyes.

Para entonces ejercía ya como profesor de literatura francesa, primero en institutos y después en la Universidad de Cuyo, al tiempo que traducía, entre otros autores, a Edgar Allan Poe, una de sus referencias literarias. Sin embargo, él mismo consideraba que su obra fundamental comenzaba con la publicación de Bestiario en 1951, su primera recopilación de cuentos, poco antes de abandonar Argentina, hastiado del peronismo.

Rayuela

Desde 1951 vivirá en París, trabajando como traductor de la UNESCO y la capital francesa se convertirá en su segunda patria: no solo adquirirá la nacionalidad francesa en 1981, sino que nunca volverá a residir en su país.

No obstante, Cortázar pasa largas temporadas en Argentina y nunca dejó de sentirse latinoamericano y argentino. Su literatura, pese a la distancia, refleja ese sentimiento, esa forma de escribir "de manera argentina". Ambas ciudades, París y Buenos Aires, compondrán los escenarios de su novela fundamental, Rayuela, publicada en 1963 y que, en palabras de uno de los mayores estudiosos de Cortázar, Saul Yurkievich, "causó el asombro y la admiración que provocan todo lo radicalmente nuevo".

El libro rezuma imaginación y fantasía -Oliveira persiguiendo a la Maga por las calles de París-, además de plantear una estructura innovadora que interpela directamente al lector, que debe elegir entre los caminos que propone el escritor. En definitiva, Rayuela representa la cima de la aspiración de Cortázar de mostrar "otras posibles realidades".

Cuentista

A pesar de que Rayuela es su libro más conocido, las novelas no constituyen el centro de su obra, sino los cuentos: "En el fondo, yo soy un cuentista, un cuentista que ama mucho las novelas y que ha tratado de escribir algunas, pero quizá a mí mismo me encuentro más en los cuentos", decía el escritor en 1981 en Radio Nacional.

Al margen de Bestiario, entre sus recopilaciones más apreciadas están las Historias de cronopios y de famas (1962), en los que Cortázar introduce a unos seres despistados, amables y algo poetas, que él describía como "muy cómicos, muy divertidos y muy amigos", en contraposición a los serios y ordenados famas.

En todas sus obras, Cortázar vuelca sus pasiones, del jazz al cine; le encantaba crear palabras y jugar con el lenguaje, los toques de humor y lo excéntrico, subvirtiendo a cada momento la realidad cotidiana. "Mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas".

La muerte

Se casó tres veces -su última esposa, Carol Dunlop, está enterrada junto a él en París-, viajó por medio mundo de manera incansable y, especialmente en los últimos años, se volcó en la militancia política, que le había llevado a hacer suyas las causas de la Cuba revolucionaria y la Nicaragua sandinista, que enmarcaba en una idea más amplia: la unidad de los latinoamericanos y la defensa de los derechos humanos.

"Yo sé muy bien que un escritor no llega nunca a escribir lo que él quisiera escribir y que cada libro nuevo..., un libro más es, en cierta medida, un libro menos, menos en ese camino para irte acercando al libro final y absoluto que nunca escribes, porque te mueres antes". El 12 de octubre de 1984, la leucemia se llevaba al argentino alto y de espesa barba -en homenaje al Ché- que parecía no envejecer nunca, porque siempre soñó como un niño.