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'La cocina', de Arnold Wesker

Carta de Robert, chef de Marango's

  • Como parte del proceso de construcción de sus personajes, los miembros del reparto de La cocina, en versión de Sergio Peris Mencheta, imaginaron una carta de su personaje. Esta es la de Roberto Álvarez.

Por

Excelentísima Sra. (Isabel Bowes-Lyon, Reina Madre)

He servido en mi juventud en las cocinas de Palacio esas que Ud. visita habitualmente. Allí aprendí casi todo lo que sé de cocinas que no es poco.

Nunca olvidaré las palabras de la Sra.Wallis de Baltimore acusándola de eso mismo, de visitar las cocinas, de mezclarse en exceso con su pueblo. Mucho me reí imaginando cuando los diarios sensacionalistas contaron que la zarandeó con aquello de “se engorda mucho entre fogones” en alusión a su estupenda figura, no lo dude.

Me quiero referir ahora al discurso que dio comienzo a la guerra. Han pasado 14 años que han sido para mí como una vida entera.

En aquella época he de reconocer que sus palabras me emocionaron.

Sentí en mi corazón el abismo que suponía asomarnos de nuevo como pueblo al vacío, entregarnos de nuevo a los desgarros más profundos, sumirnos de nuevo en los más abyectos actos del ser humano y, sin embargo, sus palabras me llenaban, me hablaban de otra manera, me hacían sentir alguien.

Procedían de una madre, de alguien que sólo deseaba el bien por sus hijos, que sólo deseaba que todo este horror que hubo de venir, mil veces más abyecto de lo que pudiéramos imaginar en aquel momento, tuviera una finalidad, un sacrificio que habría de merecer la pena: construir, luchar por un mundo mejor. Nos animó a que aquel monumental sacrificio que habíamos de hacer y que finalmente hicimos habría de tener un fin: dejar a nuestros hijos un mundo mejor.

Majestad, han pasado ya unos años de la contienda y ya no me queda nada que llorar. Miro hacia su pasada ingenuidad con la misma sensación con la que recuerdo mis lágrimas.

La loba está de nuevo en celo. Siempre lo está. No hay paz cuando un grupo de humanos se acercan, se rozan. Todos vamos a lo nuestro. Todos venderíamos lo más querido en un momento de necesidad o incluso caprichosamente.

Ayer su hija fue coronada Reina el mismo día que Rusia anuncia que en tres días hará una prueba nuclear emparejándose así a los EE.UU., que también lo han hecho.

La bomba nuclear, una bomba capaz de segar en unos segundos tantas vidas como hemos sido capaces de entregar en nuestra Inglaterra para parar a los alemanes en su locura.

Los alemanes, los rusos, los americanos, los polacos, los franceses, los italianos, los japoneses, finalmente los ingleses.

¿No basta con lo que hemos vivido?, ¿no basta con ver morir a los tuyos en tus brazos para impedir que alguien vuelva a recargar las pistolas? ¡Qué demonios nos pasa! ¿Por qué tardamos apenas unos meses en enaltecer nuestro origen, en embadurnarnos de origen? ¿Quien nos creemos que somos por vivir o nacer en un sitio o en otro?. ¿Por qué nos importa tanto encontrar nuestra identidad en un grupo de borregos que hablamos un mismo idioma o que al mirar por la ventana vemos un paisaje común? Si todos hemos tarde o temprano de ser sepultados en una tierra ¿que nos importa ser envueltos en una bandera u otra si ya no tendremos ojos para ver nada que ondee?

Así somos, estúpidamente, y por un momento considero acertada la idea de la misma existencia de la bomba atómica y su uso. No hay otro remedio, otro camino que no dejar espacio para ninguna victoria, porque de haber una rendija llegará el día que alguien la intente conseguir. Sólo una guerra perdida de antemano por completo garantizará que no la haya. Perdóneme por ser tan franco.

Ud. nos pintó el futuro como un comedor, allí donde la comida resplandece emplatada, apetecible, donde el hambre reblandece al principio el alma y la hace condescendiente, donde huele bien y todo resulta agradable. Sin embargo, Majestad, el mundo y las gentes que lo habitamos no hemos querido, no queremos que todo sea así según parece. Quizá porque no existe esa posibilidad, no podría existir.

No hay comedor sin antesala, la cocina. Al bajar a ella, allí donde sólo huele a amoniaco y lejía o, en el mejor de los casos, a carne de animales recién sacrificados, un olor que no se olvida, olor a carne… la carne... antes de ser explosionada o chamuscada por un bomba o después de ser limpiada de estos mismos acontecimientos… al bajar a ella se entiende que no hay paz sin contienda, que no hay cielo que contemplar si no miras al infierno.

Dígale a su hija, recién coronada, que no deje de bajar a la cocina… pero escondida… así conocerá de primera mano de qué van las cosas, quiénes de verdad le deleitan con sus atenciones, dígale que no dude en gobernar con mano dura… porque la loba esta en celo, vive en su cocina, en todas las cocinas del mundo.

Ahora, Sra., soy Chef en uno de estos restaurantes que atienden a más de 1000 comensales diarios. ¡Casi una Brigada!

Vivo con cierta comodidad en una casa un poco alejada del centro con una hermana ya mayor y una asistente que la cuida en mi horario de trabajo. Una enfermedad desconocida la tiene ya prácticamente postrada, incapaz de moverse, como si estuviera agarrotada y con dificultad para deglutir. Pronto no quedará otro remedio que llevarla a alguna casa/hospital de acogida para que la mantengan lo más aseada y viva posible. Siempre fue una mujer muy alegre, siempre fue un consuelo volver a mi casa y encontrarme con su sonrisa, con sus ganas de vivir… ¡la solterona!... hay una cocinera en mi cocina que se parece, Anne...

No tengo a nadie más. En la guerra lo perdí todo. Una esposa fuerte y noble como un roble que murió no sé si de pena o de una gripe, fuimos incapaces de encontrar penicilina en esa semana de bombardeos, y a un muchacho candoroso que se quedó enfangado, muerto, en el frente, como otros niños, supongo que asustado, mal pertrechado, débil, sin futuro, y con él también se llevó el nuestro.

La infructuosa búsqueda de penicilina me hizo obsesionarme con la acumulación de medicamentos, pensando en mi hijo y mi hermana, y esto me hizo desarrollar ciertas habilidades en contacto con el estraperlo y con los navíos que recalaban desde España o America y con los que me podía procurar de todo tipo de fármacos. Tanto es así que comencé a suministrar secretamente muchos de ellos a los Hospitales de su Graciosa Majestad en aquellos tiempos difíciles.

Ud. en su discurso se dirigió expresamente a las mujeres de nuestra patria. Yo estuve con ellas, allí, más que ningún otro hombre, casualmente.

En una sala retirada del Bethlem en Southwark procuraba pastillas y utensilios para hacer abortar a centenares de mujeres violadas en el frente y en el no frente, muchas niñas aún, aplastadas por el impulso destructor del brutal deseo de aquellos a los que violar les parecía un derecho de guerra, un premio.

Si Ud. supiera, si Ud. supiera, qué historias, qué… qué espanto… pero, en fin, como diría mi hermana… también es verdad que una vez aseadas, cuidadas como podíamos, abrazadas unas a otras, y una vez que las curábamos y se reponían, al menos pudimos darles una esperanza, un poco de calor… un nuevo punto de partida…

Allí conocí a una francesa que prestaba servicio aquí con nuestras tropas, en los servicios de inteligencia. Marie, ¡ay! Marie, Marie…. ella también fue una paciente que al reponerse venía de vez en cuando al Hospital a confortar a las recién llegadas. Hay una mujer muy parecida también en la cocina: Hettie. Me recuerda, sí. Coincidimos más de una vez, yo también iba sólo eventualmente, con las cajas de lo que podía conseguir.

Intimamos, Sra., intimamos. Ambos lavamos nuestro estupor con nuestros cuerpos… ella por recobrar o por redescubrir su sexualidad y yo por intentar reponerme de mis pérdidas, por ver si era posible como tanto me insistía mi hermana. Fueron días muy emotivos, no me atrevería a decir que felices, pero especiales, al final gratificantes quiero pensar. El final de la guerra puso fin a nuestros encuentros con la vuelta de Marie a su país de origen.

Hace dos meses Sra. recibí una carta de Marie, una carta Sra. que me ha partido el alma en dos, en ella me cuenta que fruto de nuestros encuentros ¡tengo una hija!, Sra., ¡tengo una hija!, ¡Dios mío! ¡tengo una hija!… ¡una hija!…

No ha podido decírmelo antes ya que lo ha ocultado en su matrimonio, es una mujer casada, pero al cumplir nuestra hija 14 años ha sentido el deber moral de contármelo… Oh, Dios mío, Sra… se ha separado de su marido y, Sra., me lo ha contado… no, no piense que pienso en… es que ¡tengo una hija!… y entonces me ha venido a la cabeza su discurso, Sra., porque pienso que en la vida no hay futuro, pero de repente me ha venido el futuro a ver y quiero, quiero con todas mis fuerzas poder… no se cómo… desde lejos supongo…sin molestar… pero quiero ir a reunirme con ella y contarle y ayudarla y verla… sólo verla… de lejos…sólo mirar…que me deje mirar qué será de su vida….

Me queda 1 año, 7 meses y 23 días para jubilarme. Aquí ya no pinto nada. Sueño con recoger mis ahorros y mis bártulos e irme a vivir cerca de ella, sin molestar. Antes nos vamos a ver, ya esta planeado. Les voy proponer, no sé si les parecerá bien, irme a vivir allí, a una distancia cómoda para todos... No sé, no sé… pero necesito pensar que yo también tengo derecho a trabajar en un comedor… que sus palabras, Sra., tenían sentido, lo tenían, son los deseos, los deseos, los sueños lo único importante… y el momento de vivirlos… por más que se frustren… por más que sepamos que no son verdad… sólo la emoción de poder vivir unos días en el comedor, sólo eso nos está reservado y eso espero que suceda… y que ese futuro por el que luchamos no existe pero existirá en el abrazo que espero poder dar a mi hija, por más que que sólo dure unos instantes…

Hay alguien en la cocina que por momentos me imagino que se parecería a mi hija. Se llama Violet. Acaba de llegar. Acaba de conocer el infierno… Bueno, paciencia, es bueno conocerlo para valorar los buenos momentos… Que no se asuste, que no se asuste…

En fin, el día de la coronación de su hija reciba un afectuoso saludo Majestad.

RTVE

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