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La pequeña ciudad de la COP: un indescifrable idioma propio, un Santa Claus sostenible y café para salvar el planeta

  • Las miles de personas que participan en una cumbre del clima crean un universo efímero con sus propios códigos y tradiciones
  • Entre la fauna local hay activistas disfrazados de manatíes y de Pikachu o científicos que fundan su propia religión

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COP28: Uno de los vecinos más queridos entre la fauna de la pequeña ciudad de la cumbre
Uno de los vecinos más queridos entre la fauna de la pequeña ciudad de la cumbre

Las cumbres del clima son un universo en sí mismo. Una pequeña (o gran) ciudad efímera que se crea y destruye en dos semanas y que este año, en su fugaz paso por Dubái, ha aumentado su número de vecinos a 100.000 personas, números nunca vistos, y los mismos que una ciudad como Ourense o Girona.

Aunque esta ciudad se traslada cada año a un continente, tiene características que la han acompañado en prácticamente todos los 28 años que llevan de vida. Tienen su idioma propio, el onusiano, una lengua muy particular en el que cada palabra y cada coma importa y puede provocar días de discusiones.

En este idioma, unas palabras tienen mucho más peso que otras, a pesar de que parezcan casi sinónimos, y que el documento final diga contundentes "instruye", "urge" o "pide", o bien débiles "invita" o "constata", puede ser determinante para salvar el planeta.

También abundan las siglas, como la propia COP, o GST (el balance global, principal conclusión de esta cumbre) y cifras fetiche que se repiten hasta la saciedad, como 1,5, el máximo de grados que puede subir la temperatura para limitar el calentamiento global y que se marcó en la cumbre más importante como objetivo, la de París -otro término mágico en esta lengua-.

La escena de gente echando una cabezada a la espera de un resultado es habitual en las cumbres

La escena de gente echando una cabezada a la espera de un resultado es habitual en las cumbres REUTERS/Amr Alfiky

A medio camino entre IFEMA y la Expo de Sevilla

La ciudad COP tiene un paisaje conocido: carpas, moquetas y banderas en cada rincón. Habitualmente se celebran en grises palacios de congresos (como el de Glasgow, en 2021 o IFEMA, en Madrid, en 2019), pero este año el entorno era mucho más parecido a una exposición universal, al estilo de la de Sevilla del 92 o la de Zaragoza en 2008.

No por nada, las instalaciones de este año son las del fastuoso recinto de la Expo 2020 de Dubái. Aquí, los pabellones de cada país no están dentro de una carpa, sino que tienen su propio edificio. Es en esta parte donde se mezcla la parte más de feria de la cumbre, con exposiciones de soluciones milagrosas para el cambio climático, con aquella más reivindicativa, en la que hay charlas de las víctimas de la crisis climática y activistas de todo el mundo.

Fuera, la llamada Zona Verde ya es un auténtico festival de greenwashing o lavado verde, con helicópteros eléctricos o conferencias sobre yates sostenibles.

El Gobierno emiratí sabe que, como en una producción de cine, para que el resultado sea bueno hay que garantizar lo básico: comida suficiente. A diferencia de la escasa variedad de Glasgow, y de la escasez de Sharm el Sheij, donde se celebró el año pasado, y donde se acababa incluso el agua, Dubái ha dispuesto de un festín, con un buen puñado de restaurantes y bares dentro del recinto, todos ellos con una calidad aceptable -según el consenso entre periodistas y observadores- aunque, eso sí, precios exagerados, acorde al nivel del país.

La geopolítica de las pequeñas cosas

Sin escatimar gastos -en uno de los países con mayor renta per cápita del mundo-, Dubái también sabe que es fundamental tener contentos a los altos funcionarios de los países negociadores, a observadores y también a los reporteros, unos 4.000 en esta ocasión, para así garantizarse el éxito diplomático que busca con esta cumbre.

Además de la comida, se ha encargado que haya un buen wifi -no siempre es así- y suficientes espacios con sombra para protegerse del sol de justicia de Arabia, cuando se rozan los 30 grados en pleno diciembre. Además de grandes negociaciones y acuerdos comerciales, las victorias geopolíticas pasan a veces por las pequeñas cosas.

Vecinos pintorescos y otra fauna local

La ciudad de la COP tiene, por supuesto, también vecinos pintorescos. Un habitual es las cumbres es SustainaClaus, un profesor de universidad jubilado y ahora activista climático que se pasea por la sala de prensa vestido de Papá Noel. Su objetivo, "hacer que la vida sea bonita de nuevo" a través de la lucha contra el calentamiento global.

SustainaClaus, el Santa Claus ecologista de la cumbre del clima

SustainaClaus, el Santa Claus ecologista de la cumbre del clima

Otro observador en las negociaciones llega vestido de ciclista, con su casco permanentemente puesto. Ante miles de periodistas, la clave está muchas veces en hacer la performance más llamativa para que llegue lo más lejos posible en medios y consiga el mayor número de 'me gusta'.

Hay científicos que inventan su propia religión para salvar el planeta, activistas con disfraces de Pikachu o de dugong -un animal amenazado similar al manatí- que piden el fin de los combustibles fósiles, otras enfundadas en un traje de tiranosaurio para entregar los premios "fósil del día" a los países más contaminantes, y actuaciones musicales con falsos osos polares para hacer presión a favor de la energía nuclear. Estos últimos, además, entregaban plátanos al público para recordar que esta fruta tiene "la misma radiación que vivir un año al lado de una planta nuclear". Hasta Miss America se ha pronunciado a favor de esta energía en un encuentro en el pabellón estadounidense en esta cumbre.

El disfraz de Dugong, descansando

El disfraz de Dugong, descansando AP Photo/Rafiq Maqbool

Pero algunos de los vecinos más queridos no son humanos. Se trata de los gatos que se pasean entre pabellones y jardines, y que incluso tienen una cuenta de X dedicada a ellos. Otra en Instagram retrata a los participantes mejor vestidos, y otra más se pregunta si ya ha acabado la cumbre -más allá de su fin oficial-, con un no como respuesta recurrente.

Un grupo de WhatsApp para conseguir comida gratis

Más allá de las anodinas salas de reunión y de ruedas de prensa, los asistentes a la cumbre buscan despejarse en los ratos muertos en los pabellones de los países. En el de Turquía hay una actividad de pintar platos y en el de Indonesia hay bailes tradicionales. Corren rumores de dónde se reparte café o dulces gratis, y de hecho hay un grupo de Whatsapp en el que varios de los jóvenes asistentes se avisan de los eventos que incluyen comida gratuita. Sin embargo, las distancias son tan grandes que esta puede haberse acabado al llegar allí tras una buena caminata. También hay carritos al estilo de los de golf para moverse en el gigantesco recinto, pero solo para los invitados VIP.

El delegado de Estados Unidos en la COP28, John Kerry, en uno de los carritos de golf

El delegado de Estados Unidos en la COP28, John Kerry, en uno de los carritos de golf REUTERS/Thaier Al-Sudani

El martes, último día oficial de la cumbre, muchos observadores hacían las maletas y se iban de esta pequeña ciudad. Siguen, en cambio, negociadores y periodistas, pendientes de unas conversaciones atascadas y que llevan a la cumbre a una extensión nada extraña para estos encuentros -la última que acabó a tiempo fue la de 2006-. Los servicios de restauración seguirán activos al menos hasta el viernes, en previsión de un bloqueo largo.

Después, la ciudad COP se desmontará para resurgir dentro de un año en Azerbaiyán, y al siguiente en Brasil. El contenido de las negociaciones variará, y aumentará la urgencia para salvar al mundo del en esta década crítica, pero este universo en sí mismo que es una cumbre del clima seguirá con sus mismos paisajes, vecinos peculiares y su indescifrable idioma que tiene una importancia fundamental en el devenir del planeta.