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Reino Unido

Boris Johnson, de líder carismático a lastre político

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El primer ministro británico, Boris Johnson, en Downing Street, Londres
El primer ministro británico, Boris Johnson, en Downing Street, Londres

Lo ha dicho la mañana de este jueves un historiador británico en BBC Radio4: "Nunca en 300 años de primeros ministros ha habido un espectáculo como este". El espectáculo al que se refiere es la resistencia de Boris Johnson a dimitir durante dos días mientras se sucedían las renuncias en su Gobierno en todos los niveles (ministros, secretarios de Estado, subsecretarios de Estados, asesores…), hasta superar el medio centenar, y las peticiones de pesos pesados de su partido exigiéndole que dejara el cargo.

El desguace del Gobierno de Johnson se ha podido seguir en vivo y en directo. Críticos del propio partido, algunos durísimos, han hablado en los medios de comunicación y han publicado sus cartas de dimisión o petición de renuncia en la red social Twitter.

Los programas en directo, de hecho, se han interrumpido cada dos por tres con nuevas dimisiones. Hasta el punto de que a media mañana el británico era ya un primer ministro con un Ejecutivo menguado, que solo podía trabajar a medio gas. “Un gobierno sin Secretarios de Estado no funciona” ha sentenciado entonces un veterano conservador horas antes de la abdicación.

Pero Johnson no ha sido siempre tan impopular. Es más, el mandatario británico consiguió en 2019 una mayoría absoluta histórica gracias a votantes tradicionalmente de izquierdas.

"El único conservador capaz de ser alcalde de Londres"

“Boris es el único conservador capaz de ser alcalde de Londres”. Esta definición explica en buena parte por qué Boris Johnson se hizo con la confianza de parte del Partido Conservador. Johnson era un tory capaz de ganar elecciones en feudos laboristas. A pesar de pertenecer abierta y ostentosamente a una clase privilegiada, en una sociedad tan clasista en las formas y el sentimiento identitario como la británica, o, más bien, la inglesa, “Boris” con su personalidad extravagante y su ingenio tenía carisma popular.

Caía simpático, a pesar de sus defectos y torpezas. Lo demostró como alcalde de Londres y lo demostró, sobre todo, en diciembre de 2019 al ganar una mayoría absoluta histórica gracias a votos de zonas tradicionalmente de izquierdas como el norte postindustrial de Inglaterra.

El mismo electorado que inclinó la balanza a favor de salir de la Unión Europea, el Brexit, en junio de 2016. Y ganó con un eslogan que caló y sus votantes repetían como argumento para su voto: “Get Brexit done”, cerrar/ejecutar el Brexit.

David Cameron, Boris Johnson, los 'tories' y el Brexit

Este jueves ha terminado una década de culebrón entre el ex primer ministro David Cameron y Boris Johnson que arrancó hace muchos años, tal vez en Oxford. O en Eaton. Los centros de estudio más renombrados y privilegiados de Inglaterra y del Reino Unido, junto con Cambridge, donde estudiaron Cameron y Johnson. En su juventud, cuentan, comenzó una rivalidad entre ambos dentro del Partido Conservador y en su ambición de ser su líder y convertirse un día en primer ministro. Un culebrón salpicado de complots y traiciones dignos de Shakespeare.

Las mañanas de RNE con Íñigo Alfonso - David Cameron admite errores en el referéndum del 'brexit' - Escuchar ahora

David Cameron fue el primero en conseguir el triunfo. Él en 2010 devolvió los conservadores al Gobierno después de 13 años de laborismo, pero lo hizo con una mayoría relativa, débil, que necesitó formar una coalición -algo inusual- con los liberaldemócratas de Nick Clegg. Cameron nunca contó con consenso dentro de su partido y fue eso, la perenne división interna entre los conservadores lo que le llevó a convocar el referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea. Venía de ganar, por fin, una mayoría absoluta contra todo pronóstico y creyó que la suerte seguiría acompañándole, que el Reino Unido seguiría en la UE y que tendría callados durante un tiempo a los más díscolos del partido. Craso error.

La ambición de poder y no la convicción fue también lo que decidió en el último momento el bando de Boris Johnson en ese referéndum. Escribió dos artículos, uno a favor de seguir en la UE y otro a favor de salir. Y, a última hora, mandó a publicar el último porque pensó que así debilitaría el liderazgo de Cameron y le allanaría el camino al 10 de Downing Street. Le llevó unos tres años, pero la jugada le salió bien. Hasta hoy. Se acabó. Vete.

De un líder conseguidor de votos a un lastre para su partido

¿Cuándo pasó Boris Johnson de ser un líder conseguidor de votos a un lastre para el Partido Conservador? ¿Acaso no era de dominio público la manera de actuar de Johnson desde que era estudiante, su desprecio a las reglas y su relación “algo ambigua con la verdad”, como me dijo un diplomático británico en una ocasión? “Por el interés te quiero” es aplicable aquí. Y es fundamental recordar el sistema electoral británico.

Los diputados no salen de una lista de partido, sino que cada candidato se presenta por un distrito y son elecciones a una sola vuelta. Gana el escaño el candidato que queda el primero. Punto. En ese sistema el diputado (MP, miembro del parlamento) debe acudir periódicamente a su circunscripción, su constituency, y atender a sus potenciales votantes. Tiene que tener contacto con los electores. Es decir, su escaño, su reelección, no depende de que lo incluyan en una lista electoral, sino de que sus “vecinos” le den su voto.

Desde que estalló el Partygate ha sido evidente de manera lacerante esa convicción de Boris Johnson de que las reglas, incluso las que dicta su Gobierno, son para los demás, para la plebe, una expresión favorita suya, y no para él. La trascendencia histórica de esas juergas en Downing Street mientras el resto del país estaba confinado será nulo comparado con la salida del Reino Unido de la UE, pero es uno de esos errores que llegan a las vísceras de los ciudadanos y se pagan caros. Un error, una ofensa, que la ciudadanía no perdona. Mucho menos cuando el primer ministro elude reconocer los hechos repetidamente, hasta que no le queda más remedio por la cantidad de pruebas y testimonios que se hacen públicos.

Y luego, lo penúltimo, ha sido su negligencia con el acoso sexual, y la misma resistencia a reconocer los hechos. Como consecuencia de ello, lo que ha llegado de manera creciente a los diputados y miembros del Partido Conservador en sus visitas a sus distritos han sido quejas e improperios, y se han disparado las alarmas: peligra nuestra reelección y la mayoría parlamentaria del partido. Boris tiene que irse.