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"¿No está el jefe? La jefa soy yo": tres generaciones de mujeres al frente de un caserío

  • Baztarrika es un caserío guipuzcoano, productor de queso Idazábal, que siempre ha estado regentado por mujeres
  • Eli heredó el oficio de su madre Amalia y reconoce que, a pesar de los avances, sigue siendo un oficio con mucha desigualdad

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Es sábado, pero el despertador suena temprano hoy también. Es el sonido que anuncia que empieza una nueva jornada en Baztarrika, un caserío familiar que está en Gabiria, en el corazón de la comarca del Goierri (Gipuzkoa). “Soy la tercera generación de este caserío que siempre ha sido de mujeres: primero mi abuela, luego mi ama y ahora yo”, cuenta Eli a RNE.

Ella y su marido Asier regentan este caserío en el que hacen queso Idiazabal, aunque los primeros pasos los dio su madre, Amelia. “Mi madre ha peleado y sigue peleando”, reconoce al contar cómo empezó de cero con el negocio. “Ella compró el rebaño, 100 ovejas. Yo hay días que lo mandaría todo a tomar por saco, pero no he tenido que pelear como mi madre”, concluye.

La vida en el caserío no es fácil. No hay sábados ni domingos, todos los días hay que ordeñar dos veces —una por la mañana y otra por la tarde— y hacer el queso con la leche fresca del día. En la comarca, muchos se dedican al pastoreo y a hacer queso, pero no tantos están regentados por mujeres.

- "¿Sabes qué pasa? Hay mujeres, siempre las ha habido, pero muchas están escondidas", dice Eli

- "¿Escondidas, eso sigue pasando?", le preguntamos

- "Sí, claro, las cosas están cambiando, pero todavía sucede. El marido da la cara, pero la que hace el queso es la mujer. Él aparece en la foto. Y ganar premios y el que suba a recogerlo sea el marido. Yo conozco varios casos", responde

Eli es consciente de que parte del camino lo tenía hecho. Ella asumió la empresa en 2009, cuando su madre se jubiló y su marido trabajaba a relevos en una fábrica. “Queríamos tener hijos y poder estar con ellos. Este trabajo es sacrificado, pero yo me he llevado a mis hijos a la quesería, les montaba un parquecito ahí y, mientras yo trabajaba, ellos jugaban”, cuenta. Lo que sí ha costado más es que el resto entienda que Baztarrika es un proyecto que siempre ha tenido sello de mujer. “Hay alguno que viene y te dice: '¿No está el jefe?'. Y le dices: 'La jefa soy yo' y contesta: 'Ah, pues dame queso'”, nos cuenta.

Hay mujeres, siempre las ha habido, pero muchas están escondidas

Una generación de avances y un largo camino por recorrer

El de Eli es el relato de quien vive el negocio en el presente, de quien reconoce que queda mucho por hacer pero que ha podido transitar este camino gracias al trabajo de mujeres como Amelia. “Yo me estoy beneficiando de su lucha”, afirma mirando a su madre mientras toman un café en el caserío junto a la chimenea. Allí, Eli y Amelia empiezan a hablar del lugar que han ocupado las mujeres en el pastoreo y en el mundo rural. “Las mayores dificultades que yo me encontré fue con las ayudas, no me contaban como a una trabajadora, afirma Amelia.

Tiene 72 años y lleva desde los 16, dice, dando guerra. “¿Tú te crees que a las mujeres nos daban menos ayudas porque el marido trabajaba fuera? Te contaban los ingresos de él, como si no pudiéramos las mujeres ser independientes o tener nuestra economía”. Hoy, la situación, reconoce, es diferente. Las subvenciones intentan acabar con las brechas de género y eso ha sido, dice, por la “lucha” que hicieron las mujeres de su generación. Amelia no aceptó un reparto injusto y tocó las puertas que tuvo que tocar. Hoy, mujeres como su hija se lo agradecen.

Las subvenciones son uno de los puntos en los que se ha avanzado. Otro: la constitución de las asociaciones y su repartición. Ahora tiene que haber al menos un 40% de mujeres en las juntas directivas. Son algunos pasos para evitar que los roles se perpetúen, aunque ya adelantan que todavía no han dado con la solución. “¿Para qué están las mujeres ahí, para figurar?”, sentencia Amelia. “Claro, la pregunta es —añade Eli—: ¿las decisiones las toman las mujeres también o solo están más de florero? Es que estamos utilizadas”.

Se han superado muchos obstáculos pero sigue quedando mucho trabajo por hacer

Eli y Amelia son las voces enérgicas de dos generaciones que han levantado un negocio que va adaptándose a los nuevos tiempos. Hoy Baztarrika recibe también visitas de escolares para que las generaciones más jóvenes sepan cómo funciona un negocio muy identitario de la región y parar que tengan referentes. La importancia, aclara Eli, de que las niñas tengan modelos en el sector.

Esta es una de las ideas que ha tenido Amelia, pero no ha sido la única, lleva varias décadas arriesgando. Antes compró instalaciones, las renovó y llamó la atención de tanta gente que llegaban personas desde lejos para ver su proyecto, cuenta orgullosa. “En vez de ser yo mujer, si hubiera hecho ese proyecto un hombre, no hubiera dado tanto que hablar, tanto que pensar o tanta pena”, reconoce. Hoy, retirada del negocio, asegura que del caserío nunca te acabas de retirar. “Ayudo en lo que puedo, no voy a estar parada cuando se necesita ayuda”, sentencia. Allí, nos aclara Eli, todos echan una mano, también los niños.

Eli y Asier tienen tres hijos y en el caserío viven junto a los abuelos. En la entrada, donde también venden su queso, una estatua de hierro forjado que hizo el marido de Amelia en honor a su mujer te da la bienvenida. Es otra prueba más de quién ha levantado ese proyecto a pesar de las adversidades.

Relevo generacional, el otro gran reto

Amelia tiene claro que volvería a dar cada uno de los pasos que ha tomado en estos años, aunque eso le haya generado alguna enemistad. Fue ella la que marcó el camino de su hija y no sabe si el de su nieta. “Yo vi todo lo que levantó mi madre y cuando se jubiló pensé que no se podía echar todo a perder. Lo que no sé yo si mi hija, Izaro, lo tiene tan claro. Es verdad que yo con su edad, con 19 años, tampoco me lo planteaba”, dice Eli mientras saca los quesos de la salmuera.

Izaro se va en unos días de Erasmus a Praga para hacer unas prácticas del ciclo formativo que está cursando. Es el segundo que hace porque, aunque colabora en el reparto de los quesos o en moldearlos, ella quiere otra vida. “Esto no está hecho para mí, no me gusta”, nos cuenta. El caserío es parte de su vida, de su identidad y allí tiene los primeros recuerdos, con su madre y su abuela trabajando y liderando cada paso, aunque su abuelo y su padre hayan trabajado también en el proyecto.

El relato de Izaro es la de esa nueva generación que ve el mundo con otros ojos y es capaz de captar más sesgos. “A las mujeres les tratan como inferiores. Cuando vamos a vender a las ferias, los hombres siempre van a desayunar y dejan a ellas vendiendo. Y luego algunos ni se acercan. En mi casa primero va mi padre a desayunar y luego va mi madre, pero yo eso lo he visto mucho”, nos confiesa.

“Es que los hombres no dejan espacio”, añade su abuela. “No queremos traspasar a ninguno. Andar, pero que nos respeten también, con eso ya nos vale”, dice Amelia con energía mientras su nieto pequeño le abraza. Es la reflexión de una mujer que, cuenta entre risas, siempre ha sido feminista aunque sin saberlo. Yo he sido feminista inconscientemente desde los 16 años, o quizá antes

He luchado y lucho todavía por los derechos de la mujer”, reconoce con una sonrisa quien hace varias décadas ya se enfrentó a un cura que le dijo que su comportamiento no era propio de una mujer. Amelia relata muchos detalles sentada alrededor de una mesa. A su lado, su hija y nieta la miran con orgullo. Con ese que les hace ser conscientes de que, junto a ella, nada puede salir mal.