Enlaces accesibilidad

¿Quién descubrió los dinosaurios?

  • El anatomista británico Richard Owen acuñó el término en el siglo XIX
  • Hasta hace tres siglos los fósiles se interpretaban en el marco de la Biblia

Por
Una de las primeras reconstrucciones de dinosarios del siglo XIX
Iguanodon contra Megalosaurus (1867) las primeras reconstrucciones de dinosaurios no eran muy acertadas.

La palabra dinosaurio se pronunció por primera vez en el siglo XIX. El anatomista británico Richard Owen acuñó el término durante la reunión anual de la Asociación Británica para el Progreso de la Ciencia en 1841. Debía hacer una exposición de los reptiles fósiles descubiertos en su país. Entre ellos distinguió tres esqueletos que no concordaban con ningún otro fósil o animal viviente. Eran enormes reptiles terrestres del tamaño de un elefante. Los denominó dinosaurio, de griego deinos y saurio, que quiere decir ‘reptil terrible’.

La humanidad ha estado encontrando restos fósiles de dinosaurios (y de otros seres) desde tiempos inmemoriales, sin embargo no se atrevió a formular una hipótesis científica, alejada de las leyendas o la religión, hasta hace tres siglos.

En el mundo occidental, eminentemente católico, las explicaciones a los restos hallados debían cuadrar siempre con la Biblia. Las conchas marinas que aparecían en las montañas se enmarcaban en el drama del Diluvio Universal y otros tantos fósiles se asumían como restos de especímenes excepcionales de seres que aún habitaban la Tierra. Debía ser así porque según la religión La Creación era un proceso divino perfecto y por lo tanto ningún ser concebido por Dios se podría extinguir.

Hasta que en 1770 el anatomista francés George Cuvier, padre de la anatomía comparada, rompió la baraja. Él estaba convencido de que no había que buscar los muertos entre los vivos, que algunas especies habían desaparecido para siempre. Sus ideas calaron tan hondo que hasta el mismo Honoré de Balzac le citaba en La piel de zapa : "No se ha sentido uno lanzado a la inmensidad del espacio y del tiempo al leer las obras geológicas de Cuvier? Nuestro inmortal naturalista ha reconstruido mundos a partir de huesos blanquecinos [...] ha repoblado las selvas con todos los misterios de la zoología a partir de unos fragmentos de carbón".

Un lagarto gigante marino extinto

El mismo Cuvier describió sin saberlo uno de los primeros dinosaurios. En una cantera en Maastrich (Holanda) aparecieron las mandíbulas fósiles de una enorme animal. Tras mucha polémica el científico las identificó como un lagarto gigante marino extinto que llamó Mosasaurus.

Unos años después otros científicos se animaron a seguir la senda abierta por Cuvier. En la década de 1820 el médico Gideon Mantell muy aficionado a la geología encontró junto a su mujer Mary Mantell en sus paseos por el campo en Sussex unos dientes de gran tamaño en rocas de la Era Mesozoica, hoy conocida como a Era de los dinosaurios. Concluyó tras muchas vueltas que se trataba de un gigantesco lagarto herbívoro de 12 metros de largo, al que llamó Iguanodon, por su parecido con las iguanas actuales.

En esa misma década el reverendo inglés William Buckland describió la mandíbula de un gran reptil carnívoro descubierta al norte de Oxfordshire. Lo llamó Megalosaurus. Un par de décadas después, cuando Owen acuñó el término dinosaurio, estos reptiles gigantes ya despertaban tanto o más fascinación que hoy en día. Hoy se conocen más de 800 tipos de dinosaurios

Del ámbar se decía que era jugo de rayos de sol

Hasta que Cuvier se atrevió a desafiar lo establecido, los fósiles se habían atribuido a seres mitológicos, como dragones. Por ejemplo, en la plaza de Klagenfurt, al sur de Austria, hay un dragón esculpido en el siglo XVI. La criatura, protagonista de las leyendas locales, está basada en el cráneo de un rinoceronte lanudo hallado en las inmediaciones del pueblo en 1335 y que estuvo largo tiempo expuesto en el ayuntamiento.

De igual forma, los restos de un elefante enano encontrado hace 5.000 años por marineros griegos en una cueva situada al pie del volcán Etna (Sicilia, Italia) fueron interpretados como un terrorífico cíclope. El cráneo con una sola órbita abierta en mitad de la frente alojaba, según los asustados marinos, un ojo gigante y único.

En realidad, este hueco en el cráneo era la abertura nasal que alojaba la trompa. Los elefantes enanos vivieron en estas islas de Europa a finales del Cuaternario. Los huesos hallados, enormes, hicieron pensar a estos marineros que se encontraban ante una bestia siniestra que les castigaría por profanar sus dominios. Por eso, durante siglos, los griegos no se atrevieron a colonizar las laderas del Etna.

Del ámbar se decía que era jugo de rayos de sol y en Siberia las leyendas sobre seres fantásticos y terroríficos se desarrollaron a partir de los restos de esqueletos de mamut. Decían que pertenecían a ratas enormes, del tamaño de un búfalo, que hacían agujeros en la roca y la madera. Los rayos del sol les sentaban mal y cuando alguno incidía sobre ellas se desplazaban de mala gana y era eso lo que producía los corrimientos de tierra que se producen a veces en el paisaje siberiano.