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La nueva diplomacia europea zozobra en la primera tormenta

  • La revolución árabe ha planteado el primer examen de importancia
  • El resultado está siendo desalentador para la UE

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La revolución árabe ha planteado el primer examen de importancia para el flamante servicio diplomático europeo y su cabeza visible, la alta representante de la Política Exterior, Catherine Ashton. El resultado está siendo desalentador.

A Ashton le faltaron reflejos y perspicacia para medir la profundidad de la crisis en sus primeros compases, los de la revuelta tunecina. Pero esa miopía no ha sido exclusiva suya. Cabe decir lo mismo de todas las cancillerías europeas o del mismísimo Departamento de Estado de EEUU.

La unidad europea

Peor ha sido comprobar que la figura de Alta Representante, pese a disponer de nuevas competencias y un formidable aparato diplomático, sigue pareciendo un adorno irrelevante en la escena internacional.

Cuando el antecesor de Ashton, Javier Solana, estrenó el cargo, en 1999, tenía menos personal a su mando que el equipo de limpieza del Consejo de la Unión Europea, según ha recordado a menudo el veterano político socialista.

El Tratado de Lisboa venía a paliar esa deficiencia, dotando a Ashton de nuevas competencias y sobre todo de una numerosa administración –el Servicio Europeo de Acción Exterior- que aspira a ser la red diplomática más poderosa del mundo.

Pero el poder real de Ashton sigue lastrado por la regla de oro de la Política Exterior europea: la unanimidad. Cualquier palabra, viaje o decisión relevante de la jefa de la diplomacia europea, precisa la autorización de 27 ministerios: desde el poderoso Foreign Office Británico al minúsculo ministerio chipriota.

Coordinación ante la crisis

De esta forma, la actuación de la UE se supedita siempre a los intereses particulares que uno o varios de de sus miembros puedan tener en la misma. Francia impidió a Ashton un papel más digno en Túnez o Italia ha condenado a la UE a una deshonrosa tibieza ante la represión sanguinaria de Gadafi en Libia.

En cuanto al Servicio Europeo de Acción Exterior, la crisis árabe le ha pillado aún en fase de rodaje. Pero ya ha desvelado sus límites. Sin antenas en Trípoli, los diplomáticos en Bruselas tratan a tientas de hacerse una idea cabal de lo que ocurre en Libia y se limitan a trazar planes hipotéticos –han llegado a plantear una despliegue militar humanitario- con pocas opciones de llevarse a cabo.

A todo esto, las capitales europeas no ayudan demasiado. Ashton hizo esfuerzos ímprobos por ser la primer alto cargo occidental en visitar El Cairo tras la caída de Mubarak, lo que habría supuesto un éxito simbólico para la diplomacia comunitaria. Horas antes de su viaje, supo que el primer ministro británico David Cameron se le había adelantado con una visita sorpresa a la capital egipcia.