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Brown hace su último servicio al Nuevo Laborismo

El l

  • El líder laborista pone fin a 30 años de carrera política tras su derrota electoral
  • Su inmolación evitaría que su partido deje el poder tras 13 años de Gobierno
  • Ver:Ver: Especial Elecciones Reino Unido 2010

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Perfil de Gordon Brown

"Tengo la intención de pedir al Partido Laborista que ponga en marcha el  proceso necesario para la elección de su propio liderazgo".

Con estas palabras Gordon Brown ponía fin a casi 30 años de vida política asociada al Partido Laborista, haciéndole un último servicio: quitarse de en medio para evitar que su formación pierda el poder en Reino Unido a costa de un pacto entre liberales y conservadores.

Su cabeza era el precio que pedía el líder de los liberales, Nick Clegg, para plantearse un pacto progresista en la Cámara de los Comunes y tras un fin de semana de reuniones con sus más estrechos colaboradores, Brown ha querido dejar su último 'regalo' a sus adversarios: una marcha que es un auténtico regalo envenenado.

Fue el penúltimo acto político de un dirigente que se había ganado en los últimos años el apelativo del "ave Fénix" tras capear la peor crisis económica en 60 años y sobrevivir a tres "golpes de Estado" dentro del laborismo por su discutido liderazgo.

Con su marcha dilatada hasta septiemre, Brown verá cómo sus delfines se pelean por su puesto y, de paso, ha puesto un obstáculo muy difícil de esquivar tanto a Clegg como al líder conservador, David Cameron.

Clegg tendrá que retratarse ante su propio partido -más tendente a pactar con los laboristas- y su electorado. Cameron deberá hacer una oferta que Clegg no pueda rechazar, aún a costa de levantar aún más ampollas en su formación.

Estudiante prodigio

Terminaba así una carrera política truncada por su incapacidad para ganarse el favor de las urnas, como prueba su derrota electoral, pese a la brillantez de su trayectoria académica y política.

Tras ser el alumno británico más joven en entrar en la Universidad -con 16 años- desde la II Guerra Mundial, Gordon Brown consiguió pronto reconocimiento en ese ámbito, hasta el punto de ser elegido presidente del órgano de gobierno de la Universidad de Edimburgo, el primer estudiante en acceder al cargo.

Aunque pasó un tiempo como profesor universitario y -curiosamente- periodista de televisión, para el año 83 Brown ya era diputado laborista.

Pasó poco tiempo antes de que formase 'camarilla' con otros dos personajes que han hecho historia en el Nuevo Laborismo: Tony Blair, su bastión de proa, y Peter Mandelson, su hombre en la sombra.

Los tres coincidían en que el partido tenía que renovar sus ideas, huyendo de la égida de los sindicatos que lo crearon y del discurso meramente obrerista.

La derrota de Neil Kinnock contra todo pronóstico en 1992 frente a John Mayor y la sorpresiva muerte de su sustituto, John Smith, les dio la oportunidad de hacer historia.

La oportunidad perdida

El favorito para sucederle era Brown, su portavoz de Economía, pero entonces el intrigante Mandelson -hasta ese momento su mano derecha- le hizo la jugada de su vida: apoyó públicamente a Blair al considerar -no sin razón- que era el mejor candidato.

Inteligente o cobarde, Brown decidió dejarle paso a Blair, a pesar de que ya entonces consideraba que él era el más adecuado para ocupar Downing Street.

La victoria arrasadora en las elecciones de 1997 sería el comienzo de una década de tensiones internas dentro del Gobierno laborista.

Los ministros siempre se dividirían entre los partidarios de Brown y Blair, hasta el punto de que el ahora primer ministro se convirtió en el canciller del Tesoro con más poder desde hacía décadas.

Desplazado o ignorado en decisiones como la participación en la guerra de Irak, Brown cultivó una imagen diferenciada de su teórico jefe, hasta el punto que, tras la tercera victoria electoral de Blair se desataron las especulaciones sobre un posible golpe de Estado dentro del Gobierno laborista.

Lo cierto es que ambos líderes tenían el compromiso de que cuando Blair se fuera ascendería a Brown a Downing Street y le daría todo su apoyo, tal y como fue en 2007.

Gordon Brown se convierte en primer ministro y marca una línea de separación con la etapa de Blair, que deja el Gobierno tras diez años como su ministro de Economía.

Verano de esplendor y la duda que le perdió

Logrado por fin su sueño con trece años de retraso, el nuevo líder laborista prometió una nueva era de "principios" en la política para diferenciarse del legado de Blair.

Durante un cálido verano y gracias a su actuación contra unas inundaciones,  Brown vivió una luna de miel con la opinión pública, pero sus propias debilidades le condenaron.

La falta de decisión que tuvo al no luchar por el liderazgo del Laborismo en 1994 se repitió a la hora de plantear la posibilidad de unas elecciones anticipadas para sellar en las urnas su liderazgo, de lo que se echaría a tras al ver el despegue de los conservadores en las encuestas.

Ese tacticismo -que en realidad fue el mismo que le llevó al poder tras diez años presionando a Blair para que se fuera- le condenó ante la opinión pública.

La fuerte crisis económica mundial, que se ha notado especialmente en Reino Unido, y el escándalo de los gastos de los parlamentarios, hicieron el resto.

¿Ave Fénix?

Los laboristas obtuvieron mínimos históricos en las elecciones municipales y europeas del pasado año y los movimientos que antes lideraba Brown contra Blair se volvieron contra él mismo.

Todos han fracasado y Brown consiguió que la distancia baje de los diez puntos, clave para que los tories no consigan mayoría, pero insuficiente para seguir en Downing Street.

Si su movimiento prospera y los liberales dan su confianza a los laboristas, tendrá unos meses para pensar su futuro.