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Venezuela: un año sin Hugo Chávez

  • El oficialismo conmemora el primer aniversario de la muerte de su líder
  • El país está sumido en las mayores protestas de la última década
  • Especial: Muere Hugo Chávez

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Venezuela se prepara para el aniversario de la muerte de Chávez en medio de las protestas

La procesión es constante. De un lado y otro de la acera entran y salen los fieles devotos de Hugo Chávez. La pequeña capilla improvisada que se alzó tras su muerte, hace un año, sigue en pie y mantiene su nombre: “San Hugo Chávez del 23”. Chávez sigue siendo un santo, casi un Dios, para sus seguidores, que son legión en la populosa parroquia caraqueña del 23 de enero.

Desde aquel 5 de marzo de 2013 han corrido muchas lágrimas entre los seguidores chavistas. Y han corrido ríos y ríos de tinta sobre su sucesor. Chávez encumbró a Maduro el 8 de diciembre de 2012, pocas horas antes de la partida hacia su viaje final en Cuba. Fue su última intervención pública.

Desde aquel momento, el actual presidente acaparó todo: la transición, como gobernante de facto mientras el Comandante agonizaba en La Habana; la muerte y el prolongado entierro del líder bolivariano en Caracas (nunca se sacó tanto partido de un entierro y de las intervenciones públicas posteriores); y el triunfo electoral que legitimó su poder.

A eso se agarra precisamente el chavismo en estos tiempos revueltos. Maduro repite casi a diario que en los últimos 15 años el oficialismo obtuvo 18 victorias en 19 elecciones. Las dos últimas, el año pasado: las presidenciales de abril -con un ajustadísimo triunfo por poco más de un punto ante Henrique Capriles- y las municipales de diciembre, en las que el oficialismo amplió su poder y su diferencia de votos con la oposición.

Las urnas dicen que Venezuela es, mayoritariamente, chavista. Las cifras de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) afirman que desde 1998 Venezuela redujo la pobreza en un 50%, que la educación y la sanidad ya es universal y gratuita.

Situación convulsa en el país

Y sin embargo, el país celebra el aniversario de la muerte de Chávez envuelto en las mayores protestas desde que se fuera el líder de la Revolución, el inventor del Socialismo del siglo XXI. De hecho, tal vez sean los disturbios más graves de la última década, quizás desde aquellos meses plomizos del paro petrolero, tras el fracasado intento de golpe de estado contra Hugo Chávez, en 2002.

¿De dónde viene todo esto? ¿Por qué salen los estudiantes opositores y la población antichavista a la calle? La chispa prendió la hoguera el pasado 12 de febrero, cuando decenas de miles de venezolanos aprovecharon el Día de la Juventud para protestar contra el Gobierno. Alguien comentaría al Presidente aquello de “es la economía, estúpido”. Y tal vez ahí esté la clave. 2013 fue un muy mal año para las finanzas venezolanas.

Desde la muerte de Chávez, casi todos los indicadores económicos empeoraron: en el último año, la inflación subió del 20,1 al 56,2%; el bolívar se devaluó casi un 50% frente al dólar; el crecimiento interanual del PIB cayó casi 4 puntos porcentuales; las reservas internacionales alcanzaron su nivel más bajo en la última década.

Grave crisis económica

¿Tiene la culpa Maduro de todo esto? Hay quien dice que no toda, que buena parte de esta crisis se debe a las últimas decisiones de Chávez. En 2012, año electoral, el gasto social se multiplicó, se crearon decenas de misiones, los programas sociales que benefician mayoritariamente a los sectores más pobres, la base social del chavismo. La caja del Estado se vació, y el Gobierno se quedó sin apenas liquidez.

A Chávez corresponde también el complejo y rígido sistema cambiario que rige en Venezuela desde el año 2003. La ecuación podría resumirse así: casi todo lo que se consume en Venezuela, se importa, porque la industria nacional hace tiempo que dejó de ser pujante. Para importar los productos, los empresarios y los particulares necesitan dólares. Y el único que dispone cómo, cuándo y a quién se entregan esos dólares, es el Estado. Si hay pocos dólares en la caja, poca liquidez, empresarios y ciudadanos están ahogados, sin capacidad de importar productos, ya sean bienes de consumo o repuestos para maquinarias.

Cuando abre el supermercado la cola da la vuelta a la manzana. La gente llega temprano para buscar, sobre todo, productos básicos como leche, azúcar, harina o pan. Productos que además, están racionados.

Esa es otra de las razones por las que hoy, todo el que dé una vuelta por los supermercados de Venezuela, ve colas enormes de gente desesperada por comprar productos de la cesta básica. La leche, la harina, el aceite, el jabón o el café son bienes escasos que no siempre se consiguen. El Gobierno culpa a los empresarios. Les acusa de especular, de guardar los productos en los almacenes.

En términos oficialistas, la patronal venezolana ha declarado una “guerra económica”. Los empresarios, sin embargo, devuelven la moneda. Acusan al Gobierno de cortarles el grifo de dólares. No les llega la moneda que necesitan para importar. El estado de las cosas lo da una entidad oficial. Según el Banco Central de Venezuela, el índice de desabastecimiento alcanza ya el 28%. Es decir, de cada 100 productos que buscan los venezolanos en los supermercados, no encuentran 28.

Todo esto, unido a una criminalidad desbordada (Caracas, según varias ONG, es la segunda ciudad más peligrosa del mundo) colmó la paciencia de la población opositora. Primero fueron los estudiantes críticos con Maduro, y al carro estudiantil se subieron los sectores más radicales de la oposición, encabezados por Leopoldo López, el líder de Voluntad Popular. López vivirá el aniversario de la muerte de Chávez en prisión. Su entrega -le acusan de fomentar las protestas del 12 de febrero- y su entrada en prisión dieron la vuelta al mundo. Y lo encumbraron, quizás, como la nueva bandera de una oposición que recrimina a Capriles, su líder natural, una excesiva tibieza para hacer frente a las políticas del Gobierno.

Maduro, discutido y apoyado a partes iguales

¿Cómo llega Maduro a este aniversario? Sin duda, muy discutido por la mitad del país. Pero apoyado por un sector duro, casi inamovible, de chavistas que confían en su Revolución de forma ciega, casi religiosa, más allá de quién pueda encabezarla. Y apoyado, también, por las Fuerzas Armadas

Nicolás Maduro es un civil. No pasó por los cuarteles ni conoce al dedillo la mentalidad militar. Esa es su debilidad con la tropa, pero ese punto débil ha sabido compensarlo militarizando el Gobierno. La mayoría de los 23 gobernadores del país son uniformados, y durante el último año ha promocionado a decenas de militares para puestos clave del Gobierno y de la Administración. 

Del mismo modo, los ha empoderado en la estructura económica: los militares controlan las aduanas, tienen un banco propio y desde el pasado diciembre, cuentan con su propia televisión. Y hasta el habla de Maduro parece haber adquirido la retórica castrense. La agencia France Presse daba en el clavo estos días. Hace tiempo que el presidente y sus ministros no mantienen reuniones de Gobierno, sino que se reúnen en puestos de comando donde preparan las batallas y las ofensivas que deben llevar a la victoria frente a la guerra que ha declarado la burguesía fascista.

Un año después de su muerte, un desfile cívico-militar abrirá los homenajes a Chávez. En realidad, su imagen nunca se fue. El rostro y los ojos del líder revolucionario siguen presentes en muchas paredes del país, en cada obra que inaugura el Gobierno. En cada acto oficial suena la voz de Chávez, como si el pueblo oficialista necesitara la confirmación de que sigue ahí, de que no se ha ido, de que no están solos ni desamparados. La consigna final de cada mitin lo reafirma. Ya no es “Patria, Socialismo o Muerte”, como en los tiempos de Chávez. Con Maduro se grita aquello de “Chávez vive, la lucha sigue”. El líder se fue… pero no tanto.