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La actividad bélica se incrementa enormemente en el este de Ucrania. Las fuerzas rusas intentan avanzar en el Dombás y controlar la ciudad de Bajmut, a pesar del frío y la lluvia. Los mercenarios del Grupo Wagner han logrado ocupar uno de los suburbios de esta localidad y ahora resulta imposible evacuar a los civiles, por lo que la caída de la ciudad puede que sea cuestión de días. Allí están los enviados especiales, Fran Sevilla y Carlos Mesas.

El último ataque con misiles a la ciudad de Kramatorsk, en el Donbás, fue este sábado. Está a unos 30 kilómetros de Bajmut, la ciudad que el ejército ruso lleva meses intentando conquistar, por lo que viven con el miedo de que si cae Bajmut sean ellos el siguiente objetivo de las tropas rusas en su camino hacia el oeste.

Foto: Vehículos militares ucranianos en una calle de Kramatorsk (AP Photo/Alex Babenko)

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, ha culpado de nuevo a Occidente de ayudar con armas a Ucrania. "La OTAN es cómplice de los crímenes que cometen las tropas ucranianas", ha dicho. Mientras, la falta de armas y munición en el frente está siendo un condicionante para ambos ejércitos en el avance de sus tropas, tras un año de guerra.

Foto: Un soldado ucraniano en la ciudad de Vuhledar (AP Photo/Evgeniy Maloletka)

Los combates más cruentos prosiguen en el Donbás, donde el jefe de los mercenarios del grupo Wagner ha dicho que han capturado una aldea al norte de Bajmut. Los soldados ucranianos aseguran que están deteniendo el avance de este grupo de combatientes pero insisten en que necesitan más apoyo militar.

Foto: Soldados ucranianos disparan contra posiciones rusas cerca de Bajmut (REUTERS/Marko Djurica)

Un día después del aniversario de la invasión rusa, las calles de Kiev vuelven a la rutina. Aunque las alarmas siguen sonando, son pocos los ciudadanos que se esconden en refugios, acostumbrados a las sirenas. El presidente Zelenski y sus asesores estudian el plan de paz propuesto por China, sobre el que hay muchas reticencias. Zelenski cree que China está jugando sus propios intereses y que está más cerca de ser un aliado de Moscú que de apoyar una paz justa en Ucrania.

Informan Fran Sevilla y Carlos Mesas

Hace un año millones de ucranianos se vieron obligados a huir de su país para evitar la guerra. Muchos de estos ciudadanos lo hacían en tren. Desde distintos puntos de Ucrania todos tenían un mismo destino: cruzar la frontera en un vagón que les dejase a salvo.

Ahora, 365 días después, algunos de ellos han vuelto al país y han realizado el mismo trayecto que hicieron para huir, pero a la inversa.

Un equipo de TVE ha acompañado a varios de esos ucranianos que vieron en los trenes un vagón hacia un destino seguro, como Nadia Filmonova. Ella se ha refugiado en España durante este año gracias a un tren que cogió con destino Polonia y ahora vuelve para reencontrarse con su madre en Kiev.

La base de Rzeszow, en Polonia, está a unos 100 kilómetros de la frontera con Ucrania. Por aquí pasa casi todo el armamento que los países aliados envían al frente. Una portavoz del ejército polaco ha explicado que hay una coordinación total entre los más de 50 países que apoyan militarmente a Ucrania. De todas las armas que salen de esta base, tres han sido decisivas: los misiles antitanque Javelin, las lanzaderas Himars, que lograron frenar el avance de Moscú en el Donbás, y los misiles Patriot para proteger infraestructuras y ciudades. Los siguientes en cruzar serán los tanques Leopard.

Foto: Soldados ucranianos disparan un cañón Howitzer D-30 cerca de la ciudad de Bajmut, en la región de Donetsk (REUTERS/Marko Djurica)

La vida sigue en Moscú a pesar de la guerra en Ucrania y de las duras sanciones occidentales. Algunas multinacionales han salido del país y sus tiendas siguen cerradas. Otras las han reabierto con logos prácticamente idénticos. Las sanciones sí han afectado a otros sectores como el tecnológico, el automovilístico o el bancario y la guerra también aquí ha roto familias.

Foto: Dos personas caminan por la Plaza Roja de Moscú (EFE/YURI KOCHETKOV)

El destino de Hassan Alkhalaf estaba en su mano. Se lo escribió su madre. Cuando Rusia comenzó a atacar la central nuclear de Zaporiyia, donde ellos vivían, le subió solo en un tren destino a la capital Eslovaquia, Bratislava, con un número de teléfono escrito a bolígrafo en su piel.

Un año después, desde la estación central de la ciudad, nos cuenta que su madre, Yulia Volodymyrivna, “estaba muy asustada por si había una catástrofe nuclear o por si impactaba un misil cerca de casa”.