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Centroáfrica: diamantes, vacas y aceite

Centroáfrica: diamantes, vacas y aceite NOTICIA
PdD / S. Riesco

Su tamaño es como el de Francia, pero sólo tiene cuatro millones y medio de habitantes. Es un país olvidado por la comunidad internacional. Tampoco existe para los medios de comunicación. Ni siquiera es tenido en cuenta por las grandes agencias de ayuda humanitaria. Los misioneros creen en sus gentes y se han quedado a vivir entre ellos. Los que tuvieron que salir, siempre quieren volver. Es la República Centroafricana.

La calle Arturo Soria, en Madrid, es una de las arterias principales de la ciudad. Aquí tienen su sede central los Misioneros Combonianos españoles. Este edificio alberga también el Museo Africano así como las revistas“Mundo Negro” y “Aguiluchos”. En total son 107 los misioneros que forman la provincia española. Están repartidos por todo el mundo. En nuestro país apenas tienen seis comunidades y una treintena de religiosos. Uno de sus objetivos inmediatos es la atención a los inmigrantes africanos en España. Actualmente estudian la apertura de nuevos ministerios.

Diamantes

En Bodá las calles son de tierra. Nada raro si tenemos en cuenta que en un país del tamaño de Francia sólo hay 200 kilómetros de carreteras asfaltadas.

Sin embargo proliferan las oficinas donde se compran diamantes que son, junto a la madera y el algodón, el principal producto exportado por la República Centroafricana. Resulta paradójico que uno de los países más ricos en diamantes se encuentre entre los más pobres del mundo. Desde el Ministerio de Minas del gobierno centroafricano aseguran que cada explotación paga cinco millones de francos cefa por comenzar la actividad, menos de 8.000 euros. A esto hay que sumar dos millones al año por sacar el mineral, alrededor de 3.000 euros. Sin embargo, el país vive sumido en la más absoluta de las miserias. Una avioneta despega diariamente de Bodá rumbo a Bangui, la capital, con los diamantes que se sacan de estas minas. Después las piedras viajan a países árabes y europeos para su talla y posterior venta. Nadie se explica cómo es posible este país no progrese y siga siendo un absoluto desconocido.

Aceite

Es muy difícil poner de acuerdo a un grupo de centroafricanos para que trabajen unidos por un bien común. En la parroquia lo han conseguido. Cáritas ha dado los primeros pasos con un proyecto de autoempleo en el que participan 16 personas. Es el germen de una futura cooperativa agrícola. Los participantes han sido seleccionados de entre los más pobres del pueblo. Gente que no tenía absolutamente nada. La venta de aceite reporta unos pequeños beneficios que ayuda a los 16 cooperativistas a sobrevivir. El objetivo de Cáritas es disponer de un campo propio de palmas. Un segundo paso será la elaboración de jabón utilizando los sobrantes del aceite de palma. Para poder ejecutar todo el proyecto, no sólo necesitan apoyo económico. Encontrar a un formador que les enseñe es ahora su principal preocupación.

Vacas

Los bororó son una tribu nómada dedicada al pastoreo de las vacas y el comercio. No suelen quedarse mucho tiempo en las ciudades. Son musulmanes y tienen lengua propia. Se mueven con sus rebaños de vacas por la franja del Sahel, atravesando Níger, Nigeria, Camerún y la República Centroafricna.

En Bodá se han instalado 32 familias bororó en la más absoluta de las miserias. Perdieron su ganado de la forma más injusta. Los bororós pasaron mucha hambre hasta que Cáritas salió a su encuentro. La parroquia les cedió este terreno y cambiaron temporalmente el ganado por la agricultura.

Crisis

Una crisis silenciosa y silenciada está haciendo estragos en la República Centroafricana. Pero no todo está perdido. Los misioneros combonianos comparten con este pueblo su vida contagiando esperanza y haciendo realidad pequeños proyectos desde la base; aprovechando los escasos recursos disponibles; con una sobredosis de paciencia para no sucumbir en un ambiente de injusticia y corrupción que el pueblo ha asumido como algo natural.

Los combonianos vinieron para quedarse. Son parte de este pueblo. Son la prueba definitiva de que Dios no ha olvidado a sus hijos centroafricanos.