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COVID-19, el otro enemigo de Sudáfrica (I)

Sindiswa, la sudafricana que cocina para decenas de niños desde la pandemia

  • El confinamiento de la pandemia dejó sin trabajo a miles de personas en una situación crítica y movilizó a las comunidades
  • Se apoyaron en el ubuntu, una idea de pertenencia comunitaria similar a "yo soy porque somos”

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24 horas - Sindiswa, la sudafricana que cocina para decenas de niños desde la pandemia

Sindiswa se levanta todos los días a las cinco de la mañana y prepara su cocina. Cada día de la semana, se encarga de dar de comer a un centenar de niños y niñas de su barrio, la comunidad de Imizano Yethu. En este lugar situado apenas a unos 20 minutos del centro de la gran ciudad y cerca del cabo de Buena Esperanza, Sindiswa mantiene lo que tuvo que empezar por necesidad durante lo peor de la pandemia. “De repente, casi todos los vecinos perdieron su trabajo por el confinamiento y las familias no tenían qué dar de comer a sus hijos, recuerda a las puertas de su casa.

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Casi todos los vecinos perdieron su trabajo por el confinamiento y las familias no tenían qué dar de comer a sus hijos

Tiene una energía arrolladora que decidió canalizar en un momento crítico de las vidas de sus vecinos. Cuenta que, cuando las escuelas cerraron y también lo hicieron las cantinas, empezó a preparar almuerzos para todos los que quisieran ir. “Al segundo día, la cola daba la vuelta a toda la manzana y ya desde entonces no he podido parar. No podía permitir que esas criaturas pasaran hambre, así que desde entonces reparto un plato de comida a los menores que vienen”, cuenta.

El día que recibe a RTVE en su casa, toda la calle huele a tomate y cebolla. Dos grandes ollas guardan el único plato de alimento que decenas de menores del barrio van a comer. Al entrar, nos presenta a las otras dos mujeres que cocinan junto a ella. Hoy toca arroz con pisto.

"Ahora mismo esto mueve mi vida"

Cuando dan las 15:00, el colegio del barrio abre sus puertas y decenas de escolares se marchan a casa. Muchos dejan sus uniformes y mochilas y vuelven a casa de Sindiswa. “Esto es de gran ayuda para muchas familias, porque tienen que trabajar lejos y les costaría mucho volver aquí a hacer la comida para sus hijos”, nos cuenta mientras reparte las tarteras que cada uno de ellos trae. La bendición del plato, desinfección de manos, cánticos de “sin mascarilla no hay comida” y los deseos de pasar una buena tarde anticipan un reparto de alimentos que ya es una referencia en el barrio. “Yo ya he decidido que esto no voy a dejar de hacerlo. Ahora mismo es lo que mueve mi vida. Y tengo suficiente energía para seguir durante el tiempo que me quede”, nos cuenta con pasión.

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En Sudáfrica acostumbran a explicar su forma de vida a través del ubuntu. Una idea de pertenencia comunitaria que se resume en algo así como “Yo soy porque somos”. El sentimiento de grupo y de unidad con sus vecinos es notable en buena parte de los barrios más humildes de Ciudad del Cabo, los llamados townships, que fueron creados al este para sacar a la población negra de las ciudades como parte de la política segregacionista que culminó en el régimen racista del apartheid que dirigió el país hasta los años 90.

Son kilómetros y kilómetros de humildes calles de distinto tipo. Alguna incluso tienen graves problemas de seguridad. Pero en estos espacios, durante la pandemia y ante las necesidades de todos aquellos que se quedaron sin trabajo, crecieron las redes de acción comunitaria: pequeñas iniciativas individuales o colectivas que supusieron el mayor apoyo durante los momentos más críticos de la pandemia en todos los barrios y se unieron en la organización Cape Town Together.

La bicicleta, un nuevo motor para la comunidad

Langa fue el primero de este tipo de barrios y hoy es probablemente uno de los más accesibles para los extraños. Fue uno de los más combativos contra el apartheid y de los primeros en construirse en la primera parte del siglo XX. Hoy Langa es un referente cultural, cuna del jazz local y un sitio relativamente tranquilo. Por sus calles pedalea desde hace años Mzikhona Mgedle, un joven que ha hecho de su pasión por la bicicleta el motor de su vida. Al igual que el reparto a domicilio de comida se disparó en todo el mundo como opción, en Langa fue una herramienta necesaria para hacer llegar los alimentos diarios para todos aquellos discapacitados o enfermos.

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A las cocinas comunitarias establecidas por todas sus calles para alimentar al barrio, Mzikhona añadió sus bicicletas para ayudar a sus vecinos. Desde entonces se ha propuesto mejorar la circulación de este histórico barrio y ha creado el Langa Biking Hub, un negocio con el que arregla y vende bicicletas a precios asequibles. Ahora se propone recuperar espacio para las dos ruedas y sabe que no es fácil. “Aquí no hay carriles-bici, ni estructura de ningún tipo”, nos cuenta desde su contenedor instalado en medio de un parque.

“Vamos a intentar que en Langa la bicicleta se convierta en una herramienta de empleo, de movilidad sostenible y que ayude a reorganizar el barrio”, nos dice mientras prepara una bicicleta con la que quiere correr este fin de semana una carrera a los pies de la icónica Table Mountain de Ciudad del Cabo.

"Haber estado todos unidos hace que hoy seamos un barrio mucho más fuerte"

Mientras su hija de apenas cuatro años nos mira con ganas de jugar, Mzikhona no para de repetir que la pandemia supuso un enorme reto. “O nos unía más o nos separaba para siempre, pero creo que el haber estado todos unidos hace que hoy seamos un barrio mucho más fuerte”, cuenta. “Así que creo que es el momento de intentar mejorar nuestra forma de vida”