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Estos días se cumple el primer aniversario de la limpieza étnica de los musulmanes rohinyás de Birmania, que huyeron de la violencia a Bangladesh. Escaparon de violaciones, asesinatos y vejaciones por parte del Ejército birmano, controlado por el Gobierno de la Nobel de la Paz, Aung Suu Kyi, que no los reconoce como ciudadanos birmanos. Desde agosto de 2017, más de 700.000 personas han cruzado la frontera a Bangladesh y los que han permanecido en su país ahora pasan sus días en centros controlados por las Fuerzas de Seguridad frente a la frontera.

  • El diplomático ghanés fue galardonado con el Nobel, el Sajarov de Derechos Humanos y el Indira Gandhi
  • Annan no logró frenar la matanza de Srebrenica (Bosnia) ni evitar la guerra de Irak de 2003

Más de la mitad de los 200.000 desplazados de Sudán del Sur viven en este campo de protección de civiles de la ONU. Sin embargo, el hacinamiento, la violencia y enfermedades como la tuberculosis y la malaria hacen de las condiciones de vida no sean mucho mejores que las que hay en medio del conflicto.

Los combates se han intensificado en las últimas semanas en la provincia siria de Deraa, fronteriza con Jordania, que según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos han dejado cerca de un centenar de civiles muertos. Los mandos militares aseguran que parte de la población ha sido trasladada a través de corredores humanitarios, hacia zonas seguras controladas por el régimen. Otros muchos han optado por dirigirse hacia las fronteras de Jordania e Israel. Naciones Unidas estima que son ya 160.000 y advierte que corren el peligro de quedar atrapadas entre las fuerzas del régimen, los rebeldes y los últimos reductos del Estado Islámico. Jordania e Irael ya han anunciado que no abrirán sus fronteras para acogerlos. Desde Ginebra, ACNUR ha advertido que puede repetirse una crisis como la vivida meses atrás en Guta Oriental y en la ciudad de Duma.