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En torno al Concierto de Año Nuevo

  • Pérez de Arteaga repasa en este artículo la historia del tradicional concierto
  • El crítico y musicólogo será el comentarista de la actuación el 1 de enero

Por
Orquesta Filarmónica de Viena
La Orquesta Filarmónica de Viena nos dará la bienvenida al nuevo año.

No es normal incluir en las historias de la música un capítulo consagrado a la música de danza, y más específicamente al mundo del Vals vienés, durante el período romántico de la creación centro-europea. Como mucho, a modo de apéndice, al hablar de Wagner, de Brahms o de Mahler -y se si entra en el siglo XX, al mentar a Schönbrg y a sus discípulos Berg y Webern-, se cita la admiración que estos compositores tuvieron por Johann Strauss "hijo", el llamado "rey del Vals".

Desprecio erróneo, porque ya la cita de los "admiradores" de esta música nos habla de algo más que modas o frivolidades. Strauss y el Vals fueron a la gran Viena de la segunda mitad del XIX lo que el traje a la persona, o lo que el aire al ambiente: Viena "respiró" y se "vistió" de ritmo ternario de Vals -o del binario de la Polka- para dar cobijo a personajes y utopías tan dispares como las que representaban Mahler, Brahms, Wittgenstein, Karl Kraus, Klimt, Roller o Freud. No es poco. Y en lo estrictamente musical, el mundo sonoro de los Strauss subyace en diversas partituras de los autores mentados, algunos de los cuales –Wagner o Brahms, por ejemplo- se honraron llamándose "amigos" del más famoso miembro de la dinastía.

Los grandes Valses

Y es que los grandes Valses de los Strauss tienen no poco de poema sinfónico a escala de danza. Con frecuencia poseen extensas e imaginativas introducciones, que ya de por sí justifican la obra, alternancia de secciones en ocasiones con un carácter semi-narrativo y codas de exaltada trascendencia.

Strauss se mostraba justamente orgulloso de sus composiciones más ambiciosas. Alegría, virtuosismo, nostalgia, sensualidad, pintoresca fantasía, son cualidades todas (y otras muchos) que determinan – configuran los Valses de Strauss; pero hay asimismo “algo trágico” en esta música, como afirmara Félix Weingartner.

Indiscutiblemente esto se debió a la sensibilidad con la que puso Strauss su dedo sobre el pulso de su propia época y su propia sociedad, como ha explicado Burnett James en su (hoy ya clásico) texto de 1961: y es que debajo de la refulgente superficie hay siempre un interrogante. “La Viena alegre, sensual amante de los placeres, vive la música de Johann Strauss: pero Strauss sentía, con la misma hondura, el pulso sin sosiego que subyacía tras una superficie espléndida y suntuosamente perfumada”.

El más famoso concierto del mundo, el llamado "Concierto de los valses",  el "Concierto de Año Nuevo" de la Filarmónica de Viena, empezó a celebrarse, paradójicamente, un 31 de diciembre, el de 1939, el año que había visto el comienzo -mes de septiembre- de la Segunda Guerra Mundial.

Nació como un acto de rebeldía

Y nació, por insólito que hoy nos pueda parecer, como un acto de rebeldía, como un modesto, irónico gesto de independencia. En 1938 se había consumado el "Anschluss", la anexión de Austria a Alemania exigida por el III Reich -y, no lo olvidemos, contemplada con júbilo por muchos austríacos simpatizantes del Führer germano, Adolf Hitler,  él mismo austríaco de nacencia-, y uno de los primeros decretos "culturales" del nuevo gobierno fue la disolución de la Orquesta Filarmónica de Viena, una institución que, desde su fundación en 1842, no había cesado de dar días de gloria a la vida artística europea.

La decidida intervención de dos directores de orquesta respetados, al menos, por el Reich, el berlinés Wilhelm Furtwängler y el vienés Clemens Krauss, impidió la materialización de tan aberrante orden. Al año siguiente, la Filarmónica decidió brindar en la "Sala dorada" de la Musikverein un "Concierto extraordinario", en el que sólo figurarían en programa partituras de la familia Strauss, lo cual era una irrefutable declaración de principios: en un momento histórico en el que la soberanía del aún no lejano imperio austríaco -"Austria est imperare orbe universo", rezaba el un día orgulloso lema de la casa de Habsburgo- había quedado extinta, los Valses y Polkas de la dinastía straussiana constituía la manera, quizá la única forma autorizada, de decir a las autoridades nazis y al mundo que Austria aún existía como entidad espiritual.

El concierto volvió a ofrecerse el día de San Silvestre de 1940, de nuevo bajo la batuta de Krauss, pero la velada ya se repitió en una sesión matinal el 2 de enero de 1941. Desde esa fecha hasta 1945 el "concierto Strauss", siempre con Clemens Krauss en el podio, se brindó el segundo día del año, con popularidad creciente a la que contribuía la radio, que a fines de la Segunda Guerra Mundial ya había convertido la sesión en un acontecimiento nacional que los austríacos seguían con devoción.

En 1946, concluida ya la guerra, Josef Krips se hizo cargo de la dirección del concierto, ya que las autoridades aliadas vetaron a Krauss, acusándole -como a Furtwängler- de connivencia con el régimen nazi. En 1948, levantada la prohibición, Clemens Krauss regresó a la "Goldenesaal" vienesa en loor de multitud, celebrándose ya el concierto en la mañana del 1 de enero. Krauss se ocuparía de la "Matinée" hasta su muerte, acaecida en 1954. Desde dos años antes, 1952, se había acordado volver a celebrar la velada nocturna del 31 de diciembre, con lo que el concierto se brindaba dos veces -tradición que perdura hoy día-, para los abonados de la Filarmónica y la Musikverein el día de San Silvestre y para el público en general en la mañana del 1 de enero.

La dirección artística

De otra parte, la ORF austríaca ya había empezado a transmitir por radio el concierto a otros países europeos, con lo que la popularidad del evento seguía magnificándose. El fallecimiento de Clemens Krauss (Méjico, 1954) obligó a la Filarmónica de Viena a un replanteamiento del "Neujahrs-Konzert", y a una decisión sobre su dirección artística que a algunos pareció, entonces, sorprendente, al confiarla al concertino de la agrupación, Willi Boskovski.

Pero la elección probó ser un acierto enorme, porque el carismático violinista, con su simpatía y buen hacer, imantó a los públicos durante un cuarto de siglo y fue, en máxima medida, el responsable de la universal popularidad de un acto que, con el acceso a la sala de las cámaras de televisión y la paulatina difusión por la red de Eurovisión, llegó a convertir el "concierto de los valses" en el más afamado y escuchado/visto del mundo.

Tras el concierto de 1979, la quebrantada salud de Boskovski forzó, una vez más, a un ejercicio de imaginación a la Filarmónica vienesa. Lorin Maazel acababa de ser nombrado Director Musical de la Opera de Viena -la sede permanente de la orquesta-, un cargo cuya efectividad comenzaba a principios de la nueva década, y desde el 1 de enero de 1980 -o mejor, desde el San Silvestre del 79- el maestro franco-americano asumió, en una nueva edad de oro del concierto, la dirección del mismo.

Los conflictos de Maazel con el gobierno del polémico canciller Waldheim -internacionalmente recusado por sus vinculaciones militares con el nazismo durante la II Guerra Mundial- dieron al traste con su fecunda actividad en la Opera vienesa, y le apartaron, desde 1986, de los "Conciertos de Año Nuevo", pese a que su relación con la orquesta era óptima. Desde ese año, los Filarmónicos decidieron invitar cada año a un director de rango internacional.

Especial relieve tuvo la inicial opción acordada, la del 1 de enero de 1987, en donde un ya enfermo Herbert von Karajan dirigió por primera y única vez el concierto, dando lo mejor de su arte en dos veladas antológicas (31 de diciembre y 1 de enero). Desde entonces hasta hoy, Claudio Abbado (dos veces), Carlos Kleiber -con memorables sesiones en 1989 y 1992-, Zubin Mehta, Riccardo Muti (cuatro actuaciones), Seiji Ozawa, y, finalmente, Nikolaus Harnoncourt, el fabuloso octogenario Georges Prêtre, Franz Welser-Möst, Mariss Jansons y Daniel Barenboim (todos con dos intervenciones), se han hecho cargo del más conocido concierto del planeta.

En 1994 se produjo el reencuentro, formidable, de Lorin Maazel con la historia del Año Nuevo vienés, reabriendo una tradición que se prolongó en 1996, 1999 y 2005, con un total de 11 actuaciones, siendo, tras Boskowsly y Krauss, el hombre que más veces ha dirigido la velada.

Su fallecimiento, en el verano de este 2014, provocó una sentida manifestación de duelo de la Filarmónica. Y en este 2015, Zubin Mehta, el cuarto artista más frecuente del concierto (cinco prestaciones, contando la de este año), vuelve al podio de la Musikverein y, a través de la radio y la televisión, a todos los puntos del globo.