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Shapiry Hakami, afgana: "Espero el día en que las mujeres de mi pueblo sean libres"

  • Solamente el 4% de las jóvenes de Afganistán llega a la Universidad
  • Los casos de suicidios han aumentado considerablemente en los últimos años
  • El 57% de las afganas contrajo matrimonio cuando era menor de los 16

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Mujeres afganas
Mujeres afganas caminan por una calle en la capital, Kabul.

En octubre de 2001 la Administración Bush lanzó una ofensiva sobre Afganistán. Uno de los objetivos con los que justificó el ataque fue el de liberar a las mujeres afganas de la opresión. Diez años después, aunque con algunos avances, continúan saliendo a la calle tapadas de pies a cabeza con sus burkas, caminando invisibles.

Alrededor del 80% de las bodas que se celebran son matrimonios forzosos, en los que no se cuenta con su consentimiento. Sólo el 11% de las chicas están matriculadas en educación secundaria y únicamente el 4% llega a la Universidad, según un informe de Human Rights Watch. Los números de suicidios han aumentado considerablemente en el sector femenino en los últimos años.

Shapiry Hakami es afgana y, sin embargo, no conoce la guerra. Nació en Kabul y pasó una infancia feliz. Cuenta que en su adolescencia vestía faldas cortas, no llevaba velo y, como todas las niñas en aquella época, iba al colegio. A los 18 años se fue a la capital iraní, Teherán, para estudiar filología persa. El motivo: encontrarse con su novio, Aziz, quien también cursaba allí sus estudios.

Ella y sus cinco hermanos tienen formación universitaria. Aziz y Shapiry quisieron volver a su tierra natal al terminar la facultad, pero no lo hicieron por miedo. Era 1979, año en el que los soviéticos invadieron Afganistán y el conflicto había estallado en el país. Desde entonces no ha cesado, tras tres décadas de guerras, las bombas siguen cayendo, cobrándose cada mes decenas de víctimas civiles. Ahora Shapiry vive en Madrid, desde hace 30 años, y preside una ONG de mujeres.

30 años de guerra

Tras la derrota soviética en 1989, Afganistán se vio azotado por una guerra civil, en la que los señores de la guerra, que antes habían luchado juntos contra los rusos, batallaban por el poder. En 1996 los talibán tomaron el control e implantaron reglas arbitrarias ajenas al Corán. La vida de las afganas cambió completamente. Tuvieron que renunciar a sus trabajos, a sus estudios y a una asistencia médica, además de tener la obligación de cubrirse con el burka.

En 2001 cayó el régimen talibán tras la ofensiva lanzada por Estados Unidos, pero las mujeres siguen atrapadas, desde entonces, en una sociedad patriarcal que no les deja progresar. Shapiry afirma que “aunque se ha dado algún pequeño paso, siguen sin libertad”.

“Uno de los principales reclamos de las mujeres en Afganistán es el de poner fin a la violencia de género, que se da en todos los estamentos de la sociedad”, explica la corresponsal del diario El Mundo en este país, Mónica Bernabé, la única periodista española que reside allí. Apunta que para lograrlo se necesitan unas leyes que protejan y tengan en cuenta a las mujeres. “Cosa que, de momento, es prácticamente imposible de conseguir puesto que el Parlamento afgano se encuentra controlado en su mayoría por antiguos señores de la guerra fundamentalista que no van a hacer nada para cambiar la situación”, argumenta.

Se necesitan leyes que protejan y tengan en cuenta a las mujeres

Las mujeres, que son la mitad de la población afgana, continúan apartadas de la vida pública en pleno 2011. “Se considera que su misión es casarse, tener hijos/as –una familia no está completa si no hay un hijo varón- y cuidar de la casa”, señala Bernabé.

“En las zonas rurales es aún peor, ni se plantea que las niñas vayan a la escuela, ¿para qué, si cuando se casen van a quedar en casa igualmente?”, eso es lo que piensan, explica la periodista. Algo que también parece dar igual a Occidente, tal y como señala el experto en Oriente Medio, Jesús Núñez: “las mujeres van a seguir viviendo mal porque no son una prioridad ni para los gobernantes afganos ni para la Comunidad Internacional”.

Las mujeres seguirán viviendo mal porque no son prioridad para la Comunidad Internacional

Matrimonios forzosos y suicidios

En Afganistán es tradición que los matrimonios sean convenidos, es decir, que ni la chica ni el chico conocen a la persona con la que van a casarse. Quien lo elije, en la mayoría de los casos, suele ser el padre del novio. Además, la familia suele pagarle a la de la novia con un dote económico elevado, “puede llegar a los 4.000 o 5.000 dólares”-afirma Mónica Bernabé- “en un país donde el salario medio es de 70 dólares mensuales, por lo que no es de extrañar que se den a las hijas con el objetivo de conseguir dinero.”

Una vez casada, la mujer, muchas veces menor de edad, se va al hogar del marido con la familia de éste. La edad mínima para contraer matrimonio en Afganistán es de 16 años para las chicas y 18 para los chicos. Sin embargo, un informe de Woman and Children´s Legal Research Foundation (WCLRF) revela que el 40% de las afganas se casaron con una edad comprendida entre 10 y 13 años. Unicef alerta que en el 57% de los casos son menores de los 16.

Afganistán es uno de los países más pobres del planeta. Su esperanza de vida se sitúa entre las más bajas del mundo (44 años), la tasa de analfabetismo ronda el 70% y la mayoría de su población, concretamente el 80%, es rural. “Ahora las madres tienen carreras y las hijas son analfabetas, todo al revés”, relata Shapiry.

Ahora las madres tienen carreras y las hijas son analfabetas

Muchas afganas se están quitando la vida porque no pueden soportar la situación de sometimiento en la que viven. “Las mujeres en mi país están llorando, han caído en depresión, la situación es tan trágica que muchas se suicidan, echándose veneno en los alimentos, comiendo cristales o quemándose vivas”. El número de suicidios registrados aumentó después de la caída del régimen talibán, principalmente, en la zona oeste de Afganistán, sobre todo en la provincia de Herat.

La valentía de las mujeres

Malalai Joya y Massuda Jalal son dos claros ejemplos del coraje que caracteriza a muchas mujeres afganas. Joya, de 32 años, fue suspendida de su cargo de diputada en el Parlamento afgano en 2007. Su pecado: acusar públicamente a los líderes del país de ser criminales de guerra, traficantes de drogas y partidarios de los talibán. Desde que hizo ese pronunciamiento, está amenazada de muerte y ha sobrevivido a varios intentos de asesinato.

Malalai Joya comenzó a trabajar con 20 años en una ONG para fomentar el papel de la mujer en la sociedad. Educaba clandestinamente a jóvenes durante el régimen talibán (1996-2001), algo que sabía que podía costarle la vida. En el Parlamento le llegaron, incluso, a lanzar botellas de agua. Pero ni con esas consiguieron intimidarle. Aunque desde el anonimato, sigue alzando la voz para que una democracia real llegue a su país.

Massuda Jalal ha sido la única mujer candidata a las elecciones de 2004. Por ello recibió amenazas y presiones. En algunas ciudades, las autoridades locales trataron de boicotear sus mítines. Quedó en sexto lugar en los comicios, con tan sólo el 1% de los votos.

Jalal estudiaba medicina en Kabul hasta que llegaron los talibán y, como al resto de mujeres, fue expulsada de la universidad. Decidió permanecer en el país y comenzó a trabajar para Naciones Unidas en el marco del Programa Mundial de Alimentos y también con programas de educación para mujeres. Joya y Jalal fueron apartadas del poder, pero continúan en el intento de conquistar la libertad de las mujeres de su pueblo.

Sus casos no son aislados, la periodista Zakia Kaki, directora de una radio en la provincia de Parwan, con programas dedicados a los derechos humanos, fue asesinada en junio de 2007. Y también lo fueron Nadia Anjaman, poeta y activista, en el año 2005, y Safia Amajan, maestra y funcionaria pública.

La lucha por los derechos humanos

Son varias las ONG que se han constituido por la defensa de los derechos humanos en Afganistán, principalmente los de las mujeres. Mónica Bernabé creó en el año 2000, durante la época de los talibán, la Asociación por los Derechos Humanos en Afganistán (ASDHA). Inicialmente se dedicaba a financiar escuelas clandestinas de niñas y mujeres, después las actividades que desempeñaban se fueron adaptando a las necesidades de cada momento.

La presidenta, Mónica Bernabé, señala que ahora su principal objetivo es dar ayuda a las víctimas de la guerra: “trabajamos con un colectivo de mujeres, similar a las Madres de Plaza de Mayo, que piden que los criminales de guerra sean apartados del poder y se haga justicia”.

En España, Shapiry Hakami también preside la Asociación por las Mujeres Afganas (ADMAF), que también comenzó su andadura en el año 2000. Ubicada en Madrid, está formada por 100 personas, en su mayoría afganas. Celebran encuentros, denuncian con actos de protesta y festejan los días más señalados del calendario afgano. “Siempre trabajaré por las mujeres de mi pueblo, y espero que algún día sean libres”, defiende.

Shapiry, Aziz y sus tres hijos llevan 30 años viviendo en nuestro país, donde dicen sentirse como en casa. Después de estar tanto tiempo fuera de su tierra natal, decidió volver el pasado marzo, cargada de ayuda humanitaria. Pero el regreso no fue fácil. Sufrió un gran impacto, no paraba de llorar. De vuelta, ya en España, tuvo que recibir asistencia psicológica. “Si regresé fue por las mujeres, mis hijos me decían que me quedara, que si iba me matarían, pero tenía que hacerlo”, dice emocionada Shapiry.

Mónica Bernabé asegura que la situación para las mujeres ha cambiado desde la época de los talibán, que ha mermado la opresión: “decir que no sería una mentira. Ahora han vuelto a tener acceso a la sanidad, a la educación y al trabajo, algo que les fue prohibido” y añade que “el problema es que se partía desde cero y los cambios se han notado básicamente en las ciudades, no en las zonas rurales”. Pero aún no se las ha liberado. Por eso Shapiry, en nombre de las mujeres afganas, pide a la sociedad que no se las olvide.