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Líderes construidos a base de propaganda. Desde el antiguo Egipto a la Turquía del s. XX

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El Condensador de Fluzo - Líderes construidos a base de propaganda

El poder no llega solo. Hay que conseguirlo y, sobre todo, mantenerlo, y eso lo han sabido todos los grandes líderes políticos que todavía hoy estudiamos en nuestros libros de Historia.

No vale con la violencia pura y dura, nos explica la historiadora Laia San José en El Condensador de Fluzo. Para que un líder conserve el poder es necesario el culto exagerado y falsear su persona a través de monumentos, estatuas, pinturas, obras de teatro, libros, camafeos, estampitas… lo cual permite crear un potente vínculo entre su figura y el pueblo; incluso con personas y lugares que no les habían visto nunca. Esto se consigue a base de propaganda: el culto a la personalidad, la veneración y adulación exagerada generalmente a un líder autoritario y despótico, pero revestido de mucho carisma.

Una de las figuras políticas que más empeño puso en crear una imagen distorsionada de sus virtudes fue Ramsés II.

Ramsés II

En el año 1279 a. C. Ramsés II se convirtió en el tercer faraón de la dinastía XIX, tras lo cual reinó la friolera de unos 66 años. Cómo lo consiguió lo explica Laia San José: entre otras cosas reformuló los hechos de una batalla que no le había ido especialmente bien, la de Qadesh, para venderla como una gran victoria militar y convertirla en el elemento propagandístico central de su reinado.

Todo Egipto se llenó de edificios religiosos, estatuas y monumentos de hasta 20 metros de altura, y los que ya estaban ahí, como los templos de Tebas, Karnak y Luxor, fueron remozados para que pareciesen suyos. La figura de Ramsés II aparecía impartiendo justicia, adorando a los dioses o representado como un dios y dirigiendo tropas como un líder militar excelente. En pocas palabras, se le representaba como engendrado por los dioses. No en vano su nombre significa “engendrado por Ra” e inauguró una nueva capital con su nombre: Pi-Ramsés.

Los vikingos

Si avanzamos hasta la Edad Media y nos dirigimos hacia Escandinavia nos encontramos con Harald Blatand, “Diente Azul”, rey que, al estilo vikingo, marcó en una piedra sus supuestas hazañas. Según relata Laia San José, aprovechó un momento turbulento en el que comenzaban a formarse los reinos de Suecia, Noruega y Dinamarca y en el que los pequeños reyes peleaban por ver quién tenía el territorio más grande para erigir las piedras rúnicas de Jelling en Dinamarca.

Toda persona que pasase por allí podía leer la inscripción: “Ese Harald que ganó para sí toda Dinamarca y Noruega y los hizo cristianos”. Por supuesto, solo reinaba sobre un cachito que le había dado tiempo de conquistar y cristianizó a aquellos a los que llegaba su alcance. Tuvo suerte de que nadie erigierá otra piedra contradiciendo su versión.

Edad Moderna: Isabel I de Inglaterra

Aunque se hable mucho del rol de los hombres en la Historia, Laia San José insiste en que también ha habido mujeres que han sabido dominar (y mucho) la propaganda para utilizarla en su favor. Una gran maestra de este arte fue Isabel I de Inglaterra. Hija de Enrique VIII y de su segunda y decapitada mujer, Ana Bolena, no estaba destinada a reinar, pero acabó pasando 44 años en el trono, entre 1558 y 1603. No fue tarea fácil: mujer, joven, con el Estado en bancarrota, trifulcas internas entre católicos y protestantes y externas con la catolicísima Monarquía Hispánica de Felipe II…

Para legitimar su reinado llevó a cabo un despliegue propagandístico que identificaba su persona con el reino. Esta estrategia se vertebraba sobre dos ejes: su figura como gran líder que llevaría a Inglaterra a ser la primera potencia mundial, utilizando la “derrota” de la Armada Invencible, y su figura como La Reina Virgen. Jamás se casó ni tuvo hijos y se presentaba como una mujer autónoma que mantendría la independencia de su reinado y que se sacrificaba por su pueblo al casarse con su reino.

Isabel I hizo que este mensaje propagandístico apareciera mediante símbolos en todos sus retratos oficiales a partir de 1570, los cuales distan mucho de los sosos retratos anteriores. Algunos de los símbolos que nos muestra Laia San José son, por ejemplo, las flores de lis, las cuales representaban las aspiraciones inglesas sobre el trono de Francia, globos terráqueos que indicaban su poder mundial y sus aspiraciones sobre América del Norte, signos de su poder como coronas, centros o espadas, elementos que hacían referencia a la virginidad y la castidad… y algo que la separaba del resto de habitantes del reino: siempre se la representaba joven, de manera que se creaba una distancia física y espiritual entre la monarca y sus súbditos.

Atatürk y la Turquía del s. XX

Si avanzamos hasta nuestros días, descubriremos que los métodos propagandísticos no han variado demasiado. Para demostrarlo, Laia San José nos presenta a Mustafa Kemal Atatürk,  fundador y primer presidente de la República de Turquía entre 1923 y 1938 tras la desintegración del Imperio Otomano, quien tampoco escatimó en propaganda para justificar la difícil modernización y occidentalización del país, lo que le valió el título de “Atatürk”, que significa “Padre de Turquía”. Reformas impuestas de manera autoritaria como la eliminación del velo para las mujeres y su concesión del derecho a voto, la abolición del fez (gorro rojo típico del Norte de África), la conversión del país al laicismo, un nuevo Código Civil e incluso la sustitución del alfabeto árabe por el latino no fueron del gusto de todos, por lo que tuvo que crear furor entre sus seguidores para facilitar su implementación.

Una vez más, la omnipresencia de su nombre e imagen fue una pieza clave para el éxito de su campaña, antes y después de su muerte: estatuas, edificios, canales de televisión, periódicos, colegios, monedas, chapas… Su rostro aparecía incluso en espacios privados como videoclubs o peluquerías, lo que demuestra una verdadera “atatürkmanía” que no hizo más que incrementarse tras su muerte.

La propaganda política, añade Laia San José, no es un invento moderno, por mucho que pensemos rápidamente en Hitler, Stalin o Mao Zedong, sino una herramienta fundamental para mantener el poder que el ser humano lleva usando desde hace milenios.