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Más Isabel - ¿Cómo era la vida cotidiana de un príncipe en el siglo XV?

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Ya desde el mismo instante de su nacimiento, el príncipe contaba con una "Casa", es decir, de una nómina de criados y consejeros puestos a su servicio continuamente.

Conforme el príncipe iba siendo educado en los usos cortesanos, la Política, la Literatura, la Retórica, la Dialéctica, la Gramática y otros múltiples saberes no descuidaba su formación religiosa, de la que se encargaba su tutor o confesor (en el caso de, por ejemplo, el príncipe Juan, hijo de los Reyes Católicos, desde el propio arzobispo Diego de Deza -que, además, era Inquisidor- hasta su propia madre, la reina doña Isabel, de probada piedad cristiana, como sabemos).

Banquetes y fiestas formaban parte, evidentemente, de la vida cotidiana de un príncipe de sangre real, pero aunque de cara a los invitados tales festejos debían ser fastuosos para mostrar la riqueza de su Corte (es decir: festines pantagruélicos, bailes, actuaciones de juglares y saltimbanquis, reparto de limosnas y donaciones, etc), los tratadistas recomendaban en estos casos al príncipe la frugalidad y la moderación "en el yantar, en el beber y en el folgar" para no mostrar ante sus súbditos sus debilidades terrenales (lo que sería el peor de los pecados posibles para un futuro soberano).

Tampoco se descuidaba su formación militar, para lo que contaba con un "maestro de armas" encargado de este menester, enseñando al príncipe el arte de la esgrima, de la equitación (tanto Isabel como Fernando, por ejemplo, eran consumados jinetes) y del uso de la ballesta o del arco, ya que la caza era otro de los entretenimientos del príncipe como antesala del arte de la guerra. En este ámbito, el príncipe contaba también con su "Rey de Armas" o heraldo, encargado de instruirle en cuestiones protocolarias, crear sus blasones, divisas y emblemas y portarlos en presencia de embajadores extranjeros, además de una Real Cancillería desde la cual se emitían todos los documentos oficiales que el príncipe podía redactar por su propia mano o limitarse a leerlos, dar su conformidad y firmarlos.

En el siglo XV la formación de un príncipe era como esculpir una bella estatua: había que moldearla, darle forma, limar sus asperezas e imperfecciones y convertirla en un ejemplo de gobernantes (depositario de las Virtudes Cardinales -Justicia, Prudencia, Fortaleza y Templanza- y Teologales: Fe, Esperanza y Caridad) según los principios que serían recogidos más tarde por Nicolás Maquiavelo en El Príncipe.

Texto elaborado por Enrique Aznar Pardo, seguidor de Isabel e historiador