A Lorenzo del Amo 'in memoriam'
“Cuantas veces me acuerdo / de vosotras, lejanas/ noches del mes de junio…” escribió Jaime Gil de Biedma evocando las noches de estudio de exámenes finales, de los primeros calores del verano, con su promesa de viajes y encuentros. Y una noche de mes de junio, la pasada noche San Juan, fallecía en Madrid, Lorenzo del Amo, viejo amigo, con el que habíamos conversado en Radio Exterior sobre su travesía de África en tractor de 1977, los días 21 y 22 de mayo de 2013 (http://goo.gl/GUC5vr).
Había fallecido en 2012, también demasiado pronto, otro gran viajero, el norteamericano, afincado en Madrid, Dani Wagman. Dani y Lorenzo había formado parte de la internacional juvenil de los drop- outs: jóvenes europeos, australianos, canadienses y norteamericanos que, desde mediados de los años 60 comenzaron a comprender que las largas carreras, en las tantas veces aburridas clases de las universidades, o los trabajos tantas veces rutinarios y mal pagados que se ofrecían a los jóvenes, y ya no digamos los largos años de preparación de una oposiciones de registrador de la propiedad, eran en realidad cárceles, en las que se educaba a los jóvenes a volar bajo; era aplazar, hasta un futuro remoto, que nunca sabías siquiera si iba a llegar, pisar, tocar, oler, comer, el mundo que estaba ante ti; en los años 60 y 70, eso quería decir, Estambul, Teherán, Kabul, ¡ el Khyber Pass !, Lahore, Delhi, Benarés, Goa, Katmandú… Intuían que a partir de los treinta y tantos años o cuarenta, sin la plasticidad y la pobreza de la juventud, el viaje ya es otra cosa: un paseo agradable por el gran parque temático de los high- lights turísticos del mundo, sin riesgo de hepatitis pero sin la posibilidad de alcanzar ese estado alterado de conciencia sin el cual no hay metamorfosis, no hay viaje.
Puede que fuese Lorenzo el primer español, que allá por 1974, organizó a un grupo de viajeros españoles para hacer en furgoneta el hippie trail. En 1977 Lorenzo atravesó el Sahara y varios países del África negra en tractor. Ponían el motor en automático a velocidad de paso humano, se bajaban del remolque, el tractor avanzaba solo, y ellos comían o estiraban las piernas, hasta que lo alcanzaban y volvían a subirse en él. Dios derrite las alas a aquellos que se acercan demasiado al sol. En 1982, con 30 años, feliz ante la inminente perspectiva del frescor del agua, corrió a zambullirse en el Níger y una piedra bajo el agua lo dejó en silla de ruedas. Fue entonces cuando Lorenzo se hizo merecedor de aquel retrato del viajero que hizo Rimbaud:
“He acabado la jornada; dejo Europa. El aire marino me quemará los pulmones, los
climas perdidos me broncearán. Nadar, segar la hierba, cazar y, sobre
todo, fumar; beber licores fuertes como metales en ebullición...
Volveré con miembros de hierro, piel oscura y ojo furioso; y, por la
máscara, se me creerá de una raza fuerte. Tendré oro: seré un ser
ocioso y brutal. Las mujeres cuidan a esos feroces lisiados de vuelta
de los países cálidos...”
Los 30 años siguientes soñó viajes para que otros los realizaran, aunque vivió temporadas en África, e hizo en 1994 un Estambul-Delhi por tierra, para recordar el inaugural de 20 años atrás. Vivía sin concesión alguna al sentimentalismo. Contó que sólo se le humedecían los ojos cuando oía algunas canciones de Triana. Como las que sonaban en lejanas noches del mes de junio, en Madrid, en la plaza de toros de Las Ventas, hace exactamente ahora 35 años.